Saturday, May 13, 2006

Moritake

Tiendo constantemente a idealizarlo todo y percibo netamente que ahí descansa toda mi debilidad. ¿Cómo podría conseguir hacerme con un específico que me pusiera realidad en los ojos cuando la necesito? Esta jodida debilidad de idealizarlo todo me hace menos libre, aunque quizás más intensamente alegre y más intensamente triste; y si lo que de verdad entiendo como una vida colmada debe basarse en el grado de intensidad, puedo decir que no debo quejarme, porque todo lo siento intensamente. El problema es que caigo con excesiva frecuencia en estados de euforia que me llevan luego a una incómoda sensación de fracaso –justo la sensación que me lleva a la escritura y a la pintura–. ¿Cómo podría controlar estos altibajos sin perderme el desatino creativo? No lo sé.
Todo esto me lleva a no entenderme demasiado bien con los demás, a no estar en su onda y, por tanto, a no ser comprendido ni a comprenderlos. Mientras que yo mido con mis ojos un gesto, unos labios, un cuerpo, el estado de la luz sobre las cosas, una forma de andar... los otros los atrapan inconscientemente y no se sienten perturbados... a mí, sin embargo, esas visiones constantes me incendian, me deprimen, me angustian o me llevan a la euforia; de tal forma que mi realidad se hace tan compleja que a veces soy incapaz de procesarla y me paralizo... sobre todo si al lado de mi percepción surge un conflicto tangible al que hay que poner solución; entonces me detengo mientras los otros ponen manos a la obra y noto en sus miradas estupor y hasta desprecio por mi actitud. Y no sé ser de otra manera, porque si lo intento entro en una terrible sombra que me llena de temores que me paralizan mucho más.
(13:23 horas) Vamos a ver, ¿no es suficiente que no robe, no mate y no moleste a los demás? ¿Por qué tengo que esforzarme en ser más que eso? No me gusta trabajar sino en lo que me pide el espíritu, pero he de hacerlo sin atinar a entender para qué ni por qué. Sé que tengo valores que podría desarrollar con cierto éxito y que podrían servirles a los demás de alguna forma, pero me empeño –se empeñan– en ocuparme en asuntos absurdos que sólo producen mediocridad y basura, asuntos que me dejan destruido y me van deshaciendo poco a poco. ¿Esto significa que estoy castigado por algo que los demás han hecho mal o simplemente que no sirvo para vivir? Lo más triste del asunto es que mis hijos llevan el mismo camino, entre otras cosas, porque no tengo la valentía de enseñarles cómo debe ser la vida, de formarles en la capacidad de vivir y no en la capacidad de sufrir poco a poco, despacito, para morir sin haber tenido una vida intensa. Y todo se va sumando para dejarme hecho unos zorros, empastado de tabaco y café, de cocacola y otros artificios.
No puedo con esta situación... y no sé cómo salir de ella.

(14:12 horas) Ayer estalló el televisor de mi casa y se produjo un pequeño incendio que me hizo pensar en la precariedad. Si hubiera sucedido sin estar yo en casa, la cosa podría haber acabado en tragedia. Pensar en mis hijos, en estas circunstancias, ha vuelto a traerme el miedo y una inseguridad total sobre mis fines.
No sé por qué, también se me vino a la cabeza la figura de Alberto Hernández y una sensación extraña de que compartimos algo inexplicable. No sé lo que es, pero cada día le entiendo mejor –entiendo mejor sus creaciones– y me siento muy unido a su solucionario creativo.... impresiones fugaces, caídas, cimas llenas de vértigo, desgana, pasión por lo que se podría hacer y no se hace... Alberto es un tipo impresionante escondido en sí mismo. Un día lo sabrá el mundo, estoy seguro.
Y escribo como esperando una señal, con tensión y con desesperación. Escribo buscando la escritura... y no llega.
(17:06 horas) Aún no sé por qué no me atrevo con una novela en serio, pues me siento preparado y noto cómo esa técnica creativa se produce en mí con facilidad en los últimos tiempos –cincunstancia que no sucede con la poesía–. Sí, siento vértigo a meterme en un proceso que me separe de todo durante un tiempo largo y que me produzca más tensión que sumar a la que ya llevo encima. El trasunto lo tengo muy claro y siento que sólo debo dejar fluir el verbo, y también siento que escribir un relato largo me daría una opción de libertad distinta a la que ahora intento frecuentar.
Me apetece crear personajes y jugar a ser un dios menor con ellos.

(18:05 horas) Estoy un poco preocupado con «El gato sólo quería a Harry». Sergio Gaspar me pide un esfuerzo para mover el libro entre gente de letras con posibilidad de realizar una reseña crítica en prensa nacional y José Luis Morante me anima enviándome direcciones de los más nombrados estilitas literarios españoles para que les haga llegar mi nuevo poemario rogándoles lectura y reseña, pero estoy harto de arrastrarme y no sé si lo que realmente me interesa es escribir para vaciarme o escribir para vender libros. Confieso que sólo he hecho una llamada, al colega Fernando Rodríguez de la Flor, intentando colocar el libro... su respuesta ha sido la que me esperaba: «¿Te llevas bien con Luis García Jambrina?, él es quien puede colocar tu libro en ‘El Cultural’ de ‘ABC’»... Y yo no me llevo mal con Jambrina, que es un tipo que siempre me ha caído bien, pero me repatea eso de que para estar en los medios tengas que llevarte bien con unos y con otros. ¡Joder!, yo quiero que mi libro se defienda sólo o que se autodestruya, y si no me sirve de aval la palabra, ¿para qué quiero el currículo y las amistades? Siento que mi libro es bueno, lo siento con sinceridad y con intensidad, y me molesta mucho tener que venderme.
Si no llega ahora, que es su tiempo –un tiempo antiliterario lleno de usura–, ya llegará a destiempo junto a algún lamento ajeno. No me importa su vida, pues yo ya gocé de su creación, pero sí que me importan sus consecuencias paraliterarias, que no quiero que me rocen ni me afecten.
(19:24 horas) Creer que estás desesperado hace que te sientas desesperado.

•• RECOMENDACIÓN ••

«Diarios»
Alejandra Pizarnik
Edición de Ana Becciu
Ed. Lumen
ISBN: 84-264-1394-3
Barcelona, 2003

Recoge uno de los textos más bellos, lúcidos y tristes que yo he leído en mi vida entera de lector.
Lo recomiendo encarecidamente como libro de cabecera para abrir y leer por cualquiera de sus páginas en cualquier momento del día o de la noche.

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