Friday, November 30, 2007

Sobre el 'hombre hecho'.

Hace unos días hablaba con un amigo escritor sobre la incidencia del ‘otro’ en el proceso de creación y me quedé sorprendido ante una de sus frases: ‘trabajar el arte como lo hacemos nosotros no merece la molestia de pensar en el otro ni antes, ni durante, ni después…”. El colega trababa todo su discurso en la seguridad de que él es ‘artista’ y hace ‘arte’. Qué equivocación la de mi amigo [no voy a decir su nombre aquí, claro, pues ya le va a joder bastante –o no– que reproduzca sus palabras y las comente].
Decía Pavese que ‘Un artista verdadero habla en sus obras de creación lo menos posible del arte… Quien tiene solo como contenido el trabajo del arte no ha salido todavía de la preparación de las herramientas, todavía no está habilitado para para hablar en el mundo como un hombre hecho.’.
Autopronunciarse como artista es ya en sí mismo un acto de negación de esa calidad, y a mí me gustaría que mi colega, al que aprecio de veras, no patinase de esa forma con sus interlocutores, además de que estas palabras mías le sirviesen para recapacitar y retomar el valor de su obra cuidando la expresión hacia sí mismo.
Lo mismo no me vuelve a hablar [me jodería mucho, porque le quiero un montón], pero creo que los colegas estamos para estas cosas, sobre todo para estas cosas.
Discúlpame si te he molestado en tu orgullo, pero me dejaste frío, amigo.
De FUMADORAS

Thursday, November 29, 2007

Dadme soledad y cambiaré el mundo.


Sí. Ya estoy convencido.
Yo descubrí el mar en Aveiro y mis ojos vieron por primera vez la Falla del Riff en una tarde roja y tanzana. Yo descubrí la soledad abierta en Ngoro-Ngoro y el poder de la naturaleza en una noche de abril con aguacero. Yo descubrí la capacidad del hombre para complicarse la vida en el aeropuerto de Ámsterdam y la luz virginal de un atardecer en el Sahara. Yo descubrí solo la poesía de Gilbert Keith Chesterton y hasta llegué a pensar que era mío el poema ‘The sword of suprise’ [‘Separado de mis huesos, ¡oh!, espada de Dios, / hasta que ellos permanezcan de pie y ajenos, / como los árboles; / yo, cuyo corazón sube volando hacia los bosques / y puede maravillarse tanto como ellos…’]. Yo hice existir al cielo que me hace cada día y construí la palabra ‘muslos’ en una tarde gris de plomo. Yo convoqué la piel que cubre a las mujeres que siento e inveté los besos más dulces. Yo creé al tirano y pienso destruirle cualquier mañana de invierno, distraído, como si no quisiera hacerlo. Yo supe matar un llanto y alumbrar una sonrisas en los mismos ojos. Yo calciné lo que era y volví a hacerme exactamente igual en un minuto. Yo adoré a Luis García Montero como a un ídolo con los pies de barro y termine amparado en una melopea Buck y roja. Yo supe el carmín posado en el vientre un día de todos los demonios y pronuncié la palabra ‘árbol’. Yo perdí todo y volví a tenerlo…
Ya estoy convencido de que uno es capaz de crear cada instante suyo, de que la vida es absoluta creación de lo que te rodea y de lo que eres y sientes. Nadie antes lo hizo como yo ni nadie lo podrá hacer igual después de mí. Todo me pertenece porque yo decido nombrarlo.
Y ahora debo apreder a nombrar solo lo que me conviene, y no me importa que ya sea tarde, porque mi equivocación radicaba en que vivía recreando el mundo, cuando la realidad absoluta es que lo creo a mi imagen y semejanza, a mi tonto antojo, a mi forma vulgar, a mi manera torcida.
Yo os he nombrado a cada uno de vosotros y por eso os hablo, os escucho, os silencio, os doy vida y os la quito.
Dadme soledad y cambiaré el mundo… por lo menos el mío.
De FUMADORAS

Wednesday, November 28, 2007

Hoy solo me da para un poema de Frank O'Hara.

Hoy solo hay tiempo para leer un poema de Frank O'Hara, 'A step away from them'. Y ya me parece suficiente para un día tan largo y tan sin usar.

A UN PASO DE DISTANCIA DE ELLOS

Es la hora de comer, así que salgo
a pasear entre los taxis pintados
de ruido. Primero, por la acera
donde los obreros alimentan sus sucios
y brillantes torsos con bocadillos
y Coca-Cola. Llevan cascos
amarillos; supongo que los protegen
de los ladrillos que caen. Luego
por la avenida donde las faldas se arremolinan
sobre los tacones y se inflan
encima de los enrejados. El sol calienta, pero los
taxis remueven el aire. Miro
ofertas de relojes de pulsera. Hay
gatos que juegan en el serrín.
A Times Square, donde el anuncio
humea sobre mi cabeza, y más arriba
mana suavemente el agua de la cascada. Un
Negro de pie en un portal con un
palillo se mueve lánguidamente.
Chista una corista rubia: él
sonríe y se frota la barbilla. De pronto
todo es claxon: son las 12:40 de
un jueves.
El neón de día es un gran placer, como escribiría
Edwin Denby, como lo son las bombillas de día.
Paro para tomarme una hamburguesa de queso en JULIET'S
CORNER. Giulietta Masina, esposa de
Federico Fellini, è bell'atrice.
Y chocolate malteado. Una señora que
viste pieles en un día así mete a su caniche
en un taxi.
Hoy hay varios puertorriqueños
en la avenida, lo que
la hace hermosa y cálida. Primero
murió Bunny, después John Latouche,
después Jackson Pollock. ¿Pero está la tierra
tan llena de ellos como lo estuvo la vida?
Y uno ha comido y pasea
frente a revistas con desnudos y
carteles de BULLFIGHT y
el Manhattan Storage Warehouse
que pronto será demolido. Antes
pensaba que aquí se hacía el
Armory Show.
Un vaso de zumo de papaya
y vuelta al trabajo. Mi corazón está en mi
bolsillo, son los Poemas de Pierre Reverdy.

© Frank O'Hara

De FUMADORAS

Tuesday, November 27, 2007

Porque me conviene.


Una de las máximas de la individualidad bien entendida consiste en no culpar a los demás de nuestros fracasos ni de nuestros errores. Así, yo me entristezco o me alegro porque me predispongo a ello, decaigo o me crezco porque así lo decido… y sufro porque me apetece… porque me apetece escribir de puta madre, claro, y no encuentro otra forma de hacerlo que no sea el golpe interior de algo que me haga saltar y sentir.
La verdad es que los momentos orgásmicos, que los tengo, no me llevan nada más que a descansar con satisfacción y a olvidarme de mis plumas y del teclado de mi ordenata. ¿por qué, si quiero escribir, tengo que olvidarme de ese poso placentero y buscar el dolor de las preguntas? No lo sé, coño, no lo sé… pero es así, así funciono y no tengo ya remedio.
Si anoto ternura ante la visión de un niño o de una mujer en actitud de madre, me siento melifluo en su acepción más peyorativa.
Si siento compasión por mí mismo, noto el fracaso más humillante sobre mi sien y me dan ganas de pegarme un tiro.
Si me siento conmovido ante una acción del otro, le presiento necesario y me revuelvo por dentro.
Si me encuentro singular comparándome con los demás, se me pone cara de imbécil y se me afila el culo por purito goteo.
Si miro de frente al mundo, me veo tan acotado y pequeño que busco el prosaísmo de lo repetitivo.
Si me descubro astuto ante alguien, caigo enseguida en la jodida red del engreimiento y entonces soy el verdadero fracaso.
Si noto que una mujer me mira con cierta intención, siento que no daría jamás la talla entre sus piernas… y aparto la mirada.
Si me descubro dando un consejo, enseguida me callo y entro en ira.
Solo si noto que sufro en cualquiera de las circunstancias expuestas, soy capaz de robarle una frase medianamente brillante a la situación… incluso un verso.
De la vergüenza, de la ira, del anonadamiento, de la sensación de fracaso, de la imposibilidad, del miedo terrorífico, del pudor, de la incapacidad… es justo de donde he aprendido a sacar palabras como un malabarista… y busco esas situaciones a diario como si fuera un masoquista menor.
Y creo que lo hago porque me conviene.
De FUMADORAS

Monday, November 26, 2007

Me jode lo que tengo, pero me encanta tenerlo.

¿Podré alguna vez trabajar desde la serenidad que pronuncia Pavese?, ¿podré escribir sin sufrir o alegrarme, huyendo de esa ‘parte inferior’ a la que alude el maestro suicida?, ¿podré hacer algo que no sea fin en sí mismo?
Si consiguiese alguna vez rodar en esa noria, creo que me sentiría muy satisfecho.


(20:44 horas) Cada día comprendo mejor a la gente que vive en el límite y corre riesgos para sobrevivir [no hablo de los vividores, sino de la gente con necesidades reales]. Ante uno solo de esos tipos me siento pequeño y miserable con mis jodidas y absurdas preocupaciones… que si me piden un aval para poder realizar un trabajo, que si no me ha pagado A y le debo a B, que si no tengo para comprarme este mes el ‘i-phone’ que tanto deseo, que si a ver cómo consigo pillar esa primera edición de ‘El cementerio marino’… aunténticas naderías de payaso del primer mundo si se comparan con esos ‘¿tendré algo para comer mañana?, ¿me detendrá la guardia civil y me devolverán a mi país?, ¿me pagarán el tiempo que he trabajado sin papeles?…
Me siento mal por sentirme mal con mis cosas de imbécil malcriado, me siento mal porque tengo y otros no tienen, porque me puedo duchar con agua caliente cada mañana, porque a las dos siempre encuentro la mesa puesta y el frutero lleno de naranjas, manzanas, plátanos… me encuentro mal porque tengo calefacción y una tele gigante en el salón [y otra en la cocina… y otra en el dormitorio], me siento mal porque manejo un coche que cuesta lo que le salvaría la vida entera a una familia africana, me siento mal porque tengo la ropa que me gusta y no me da tiempo a dejarla gastada, porque dejo mis zapatos nuevos en el cubo de la basura sin sentir vergüenza, porque pienso en amar cuando debiera pensar en hacer algo importante con mi vida.
Me jode lo que tengo, pero me encanta tenerlo y disfrutarlo… soy un tipo lleno de contradicciones cabronas y eso me hace perder mucha sensibilidad… y también tenerla…

Sunday, November 25, 2007

Dios también es un culo femenino embutido en un ajustado pantalón negro.


Dios se imagina justo en la necesidad de dar significado al dolor, en el miedo futuro y presente… no en la belleza ni en la armonía. Dios se imagina como una necesidad del que sufre o del que comprende que va a sufrir, y se imagina como un placebo sicológico contra el abismo del fracaso vital…
También se imagina Dios desde un punto de vista espurio, para dominar y obtener, para doblegar voluntades, para sojuzgar, para hacer un ejército endiablado de locos.
Dios se imagina para salvarse.
(16:10 horas) La mujer que caminaba por la acera sabía perfectamente cuáles eran sus poderes y hacía ostentación de ellos: un culo magnífico y un movimiento acorde y maravilloso del mismo. Llevaba un pantalón negro ajustado que marcaba perfectamente los cortes y las simas, unas botas altas hasta el bajo de la rodilla y una cazadora muy ajustada a la cintura para marcar mejor la frontera de lo goloso.
La miré caminar mientras esperaba mi turno en el despacho de pan y me quedé tan absorto que hubieron de llamarme la atención cuando llegó el momento de pedir.
– Una baguette, por favor.
La tomé, pagué su coste mientras me comía el ‘cuscurro’ que sobresalía de la bolsa de papel y me tiré a la calle para ver si aún podría divisar aquel culo magnífico.
La mujer se alejaba al fondo caminando deprisa, haciendo contrastar su figura negra y estilizada contra el gris de la calle. Me quedé un ratito mirando cómo desaparecía al fondo.
Luego, mientras tomaba el camino de mi casa, me dio por pensar en lo que más me gusta de una mujer desde el plano físico y carnal: indefectiblemente el culo y el pecho. El primero generoso y el segundo bien calibrado y marcado. Eso cuando estoy ciego y tengo la mirada gruesa, claro… que cuando estoy fino me encanta una bonita sonrisa, unas manos que sepan volar, una mirada directa e inquisitiva, una nuca mostrada bajo un pelo recogido, un cuello largo, unos hombros llenos y cuadrados… y mirarlas caminar sin que me vean.
Y es que no puedo ocultar que me encanta mirar a las mujeres, que disfruto observándolas, que guardo con delicadeza todos los gestos nuevos que encuentro en sus caras y en sus cuerpos, que resultan una magnífica materia poética y que me aportan ese material indispensable de vida que se llama ‘deseo’. Sin ellas quizás ya no existiese, pero siempre con distancia, sin otro afán que el de la posesión de una forma de caminar, de una mirada, de un gesto de la boca… una posesión particular y no compartible, una posesión íntima y absolutamente individual.


(18:26 horas) Cuando el hombre ciego me admitió en su espacio perceptivo [era la hora del café y yo estaba en PdT], yo aún no había pillado su carencia y le extendí mi mano para saludarle. Entonces noté algo extraño, pues aquel hombre no reaccionaba a mi gesto. Solo cuando su acompañante le llamó la atención diciendo: ‘estréchale la mano a Felipe, que te la está ofreciendo’, fue cuando me percaté de su ceguera.
Este suceso me ha hecho pensar durante toda la tarde sobre el cúmulo de cegueras distintas que sostengo, unas cegueras que me hacen presentir lo que sucede a mi alrededor pero que no me dejan posibilidad de respuesta, a no ser que un acompañante me indique lo que debo hacer y cómo debo responder.
Es esta circunstancia otra barrera que sortear en mi lucha por conseguir una individualidad digna, aprender a sobreponerme cuando descubro esas cegueras y conseguir solventarlas por mí mismo, sin necesidad de un lazarillo que me avise de los acontecimientos y me abra la puerta a las reacciones.
De FUMADORAS

Saturday, November 24, 2007

El amor es una traición hacia uno mismo.

Sábado de pasión con urgencias PMM y destartale municipal MGP. Algo así como diez horas tiradas a la mierda, diez horas de mi tiempo personal para tapar los agujeros que otros crearon, y todo con carita de imbécil y con espaldas anchas.
Solo un paquetito especialísimo vino a alegrarme el día: la edición de ‘Apócrifos’ de mi queridísimo Ángel García López, dedicada con el afecto de siempre. Sus palabras y el rostro del amigo en tercera me llenan de satisfacción.

Gozo que diera
cuando viniera.
Gozo que dio
cuando se huyó.

Gozo que daba
cuando me amaba.
Gozo que hallé
cuando se fue.

La vida aún late en la frente de la ‘Generación del Cincuenta’, una generación brillante y esponjosa, de tipos entrañables y de poetas absolutamente sobresalientes, de amigos sobre todas las cosas. Yo he tenido la suerte hermosa de pasar tardes y noches deliciosas con Ángel García López, con el último Claudio Rodríguez, con Ángel González, con Jesús Hilario Tundidor, con Joan Margarit… y puedo decir que todos nadaban en lo extraordinario [su poesía aún lo sigue haciendo].
(19:07 horas) Me gustaría vivir habiendo calculado antes la vida, teniéndola atada en tablas y teoremas, sabiendo siempre hacia dónde ir y con qué fin. Digo que me gustaría, pero también creo que tal circunstancia me llevaría al suicidio seguro si no se torciese por el azar, pues caminar sobre una vida ya trazada tiene un jodido punto de frustración. Es decir, cuando expreso que me gustaría no quiero decir más que me apetece pensar que hubiera sido así.
En fin, que habrá que conformarse con cumplir una media en la que no ser demasiado bueno ni un cabrón absoluto, en la que no pasarse de listo ni quedarse a vivir en la eterna tontuna, una vida mediocre con su puntito azaroso y su cosa de inexorabilidad, con sus extremos y sus juntas de dilatación, con su musiquita disonante y su ruido casi armónico.
Partiendo de estos presupuestos, solo sé vibrar en historias de soledad o en traiciones de amor [el amor es una traición hacia uno mismo].
De FUMADORAS

Friday, November 23, 2007

El tiempo se solapa con el tiempo.



A veces me lamento de no tener días demasiado desdichados, y lo hago bajo el pensamiento de que la poesía brotará de ellos. Y quizás me equivoco [Albertito Hernández siempre me habla de que no hay dolor creativo]. El caso es que cuando me llega un buen día, un día alegre, termino lamentándome porque no tengo la sensación de que haya sido un día productivo.
Sé que todo esto es una tontería, una pose más para sumar a la estatua falsa de mí mismo.
La realidad, la justa realidad, es que las cosas mejor trazadas son las que llegan sin buscarlas, sin forzar nada, de tal forma que hasta lo más despreciable, cuando llega con naturalidad, puede convertirse en materia poética.
También es bueno aprender a confiar en que las cosas llegarán de una forma… ¿misteriosa? En esa espera se disfruta mucho, sobre todo porque de esa situación acaba salvándose uno de los propios defectos mientras se amarra a lo inconsciente como a una balsa.
•••
Recibí desde la generosidad del colega Antonio Reseco unos cuantos libros para llenar mi fin de semana: ‘Márgenes de un silencio’, de Antonio Llamas [‘No recuerdo Montecatini y no sé que en sus calles de ceniza / anduviste desclaza aquella madrugada…’]; ‘Parejas de sexo igual’, de Luis Antonio de Villena [un pequeño tratado de homodidactismo literario]; ‘Resistir al presente’, de David Yánez [‘Cuando pronuncien mi nombre / sólo quiero que escuchen / sus palabras.’], y ‘Paraísos irregulares’, también de Antonio Llamas [‘Vi la herida del mundo / infestada de hombre.’]. A todo ello suma Antonio un original inédito, ‘El café portugués’, que estoy leyendo con mucho gusto [‘También los olores se olvidan…’].
Mil gracias, amigo.
(11:53 horas) Miré esta mañana la nieve reciente cubriendo la sierra sobre el fondo azulísimo de un cielo especial y vi cómo el paisaje del monte de El Castañar se hacía más pardo que ayer, mucho más pardo.
Me gusta la nieve porque sabe contrastar con todo, hasta conmigo, pero solo me gusta mirarla como se mira a una mujer imposible, con el gesto admirado y con el deseo utópico de tenerla y penetrarla.
De su visión nació mi primera sonrisa del día, una sonrisa que compartí con mi hijo Guillermo mientras íbamos al colegio juntos y bien abrigaditos.
Cuando dejé a mi niño chico en su afán diario y obligatorio, me acerqué a un espacio abierto para poder disfrutar de la postal que me ofrecia el día durante unos minutos. Todo era irreal gracias a la extraña luz que hería mis ojos [debía mirar con ellos entrecerrados para no deslumbrarme]. Cada artefacto del paisaje estaba en su sitio después de la niebla de ayer, perfectamente colocados para mis ojos.
Una mujer desastrada pasó delante de mí con un cigarro en la boca y una bolsa con varias barras de pan [la seguían dos perros tan desastrados como ella]. Me miró con curiosidad y me dijo: ‘Hace frío, ¿eh?’. Yo le contesté un ‘sí’ escueto mientras torcía mi gesto por su olor, que me abofeteó de pronto.
La mujer siguió su camino hacia la el centro de la Plaza Mayor bejarana seguida tranquilamente por sus perros y yo cambié mi punto de vista, quedándome quieto en el lugar que ocupaba y mirando cómo se alejaba… En el mundo conviven varios siglos distintos en la misma hora, pensé, pues aquella mujer era la viva imagen de las que gritaban en La Bastilla frente a una guillotina ensangrentada… Quizás se ha solapado el tiempo con el tiempo y los individuos cibernéticos se rozan en la droguería de la esquina con un genuino Cromagnon.

SON LAS 12:26

Son las doce y veintiséis en Béjar
y apenas quiere decir otra cosa
que quedan un par de horas para ir a comer
y luego a tumbarme diez minutos
para pensar en que no sé
tratarme a mí mismo
como trato a los demás

La vida tiene
en estas circunstancias
una claridad meridiana
que permite que mire
cada una de mis taras
y sonría por ello
como si no pasara
nada
porque no pasa
nada

Y llevo vividas cincuenta veces
por trescientos sesenta y cinco días
esta hora anodina
–las doce y veintiséis–
sin haber comprendido aún
que la única diferencia
la marcaba
comer una hora antes
o diez minutos después

o comer un filete
con patatas fritas
o una ensalada fría
de macarrones con verdura

Entonces me percato
de pronto
de que todo lo que no me sucede
es lo realmente importante
y no soy
capaz
de rebelarme contra
un ridículo minuto de mi vida
porque solo lo respiro
cuando ha pasado
y todo se resume
en que llegue
la jodida hora
de comer
otra vez.

•••

SOBRE EL AMOR INAGOTABLE

Dice Buck
que hay mujeres que piensan que el amor es inagotable,
pero yo jamás encontré a ninguna
con esa disposición ni con esas ganas.
Quizás el problema sea yo,
un tipo triste y desgarbado que no se ha sabido cuidar
o lo mismo es que no he viajado lo suficiente
y mi coche resulta incómodo y demasiado reconocible
para la zona.

Buck tampoco era una maravilla.

Y no niego que me hubiera gustado
encontrarme con alguna de esas mujeres
para tener que claudicar entre sus piernas
y poderlo contar
a la hora del café
como si nada:

‘Ella, desnuda, me decía
que me dejase hacer, que ella sabía
cómo conseguirlo…’

Y mis colegas no darían crédito,
pensando que mi imbecilidad
rozaba los límites.

No hay como no exagerar
para que el mundo te crea un visionario
o un tonto de misa.

Buck, amigo,
cada uno nos hemos comido lo nuestro.
Tú, lo tuyo.
Yo, lo mío.

Por ello puedo decir sin vergüenza
que yo no he conocido
a ninguna mujer que pensase
que el amor es inagotable…

pero lo he deseado,
claro.

•••

Volví a la nieve… luego al curro…

HACIA MI MEDIO SIGLO (V)
[Relectura de Diario de un Savonarola]

7 de mayo de 2005

Ponerse viejo es consentir la cruz de conservar cada una de las cosas que tienes, temer por ellas y ponerlas por encima de cualquier valor exterior y humano. Ponerse viejo es adular para permanecer o callar para permanecer o llorar para permanecer o esconderse para permanecer. Ponerse viejo es sentirse triste todo el tiempo y esperar. Ponerse viejo es una acción que no tiene nada que ver con la edad y que se mide en parámetros de ilusión y de ganas. Ponerse viejo es dar por hecho el amor... Ponerse viejo también es percibir cómo triunfan los necios mientras tú no sabes poner en valor la diferencia. Nicolás Maquiavelo agrupaba como poetas menores a todos los que hablaban del amor –y eso también es ponerse viejo–, aupando a superiores categorías a los poetas épicos y a los escritores políticos, aunque eso quizás fuera otra ironía del maestro de maestros. No sabía Nicolás en qué iban a terminar los políticos, a pesar de su convencimiento de que todo es circular y cada tiempo es una onda igual a la de un tiempo anterior. Supuso magníficamente que el mundo era de los políticos, pero erró al catalogarlos como los seres más audaces, dignos de compartir con él un trocito del infierno –y eso también fue ponerse viejo–. No atinó a imaginar que los gobiernos iban a ser la viva imagen del pueblo, es decir, la purita mediocridad, que ya no habría líderes capaces de espolear conquistas al frente de sus ejércitos poniendo su pecho para la primera flecha o para el primer venablo. No supo imaginar al líder refugiado en retaguardia, matando incluso a los suyos para que le sirvieran de parapeto o para parecer un muerto entre los muertos. Girólamo Savonarola lo alumbró con su facciosa profética en el mismo tiempo y le llegó la hoguera. Lo que ayer fue el candor del miedo y la épica de la gloria en la batalla, hoy es el conformismo consumista y la lírica del fraude mediático. Se han confundido todos los términos y el «gran comercio» mete la mano por el culo a las marionetas políticas para entretenernos con un cuento teatralizado que no tiene parangón en la historia de la Literatura ni en el resto de las «historias»... En todo esto se equivocó Nicolás, pero con la consideración de que se equivocó en el encabalgamiento de los siglos XV y XVI, acertando –eso sí– en mil percepciones de la sociedad, la política y la religión en las que el 99% de la gleba siglo XXI aún no han caído. Dos mundos humanos conviviendo en el planeta hoy: Uno masivo y de corte absolutamente medieval, y otro minoritario y con ideas preclaras, pero abrumado y sometido –no me incluya en ninguno, Urah amigo–. Se equivocó también Nicolás en su percepción de la poesía amorosa y del amor mismo como algo «menor», y sobre todo se equivocó con Ovidio; pues no intuyó que el amor se mantendría hasta el día de hoy con la misma fuerza y la misma potencialidad de hacer y deshacer en todos los terrenos humanos –ahí Jesús de Nazaret estuvo más vivo, y a los resultados me remito (debería decir con más precisión que «estuvieron más vivos sus acólitos»)–. El amor y el desamor como monedas de cambio, como argumentos de poder y de gobierno, como rendición en la unidad fundamental humana –la pareja o «la familia»– y como reflejo mítico hacia el héroe de entonces y hacia el sátrapa de hoy. Todo se mide en una escala de testosterona y estrógenos, de erección y penetración, de reprodución para el consumo y de institiva afinidad hacia los productos de ese mismo consumo –siempre mediando la subliminalidad en los niveles químicos y físicos–, que van desde el jabón rejuvenecedor hasta el líder político. Ya no hay «Príncipes» como los que decía Maquiavelo, que ahora todo se resume en «nestlés» y «nabiscos», en «lokeeds» y «mercedes», en «shelfs» y en «repsoles», en «bebeuveás» y en «americanexpreses»... La máquina global ha sustituido al líder, al príncipe, al tirano. Ellos ponen y quitan, dan y toman, y es con ellos con quienes se debe hablar en el Infierno, no con los políticos, Nicolás, no con los regentes, no con los jefes militares, no con los intelectuales. La industria farmacéutica, por ejemplo, va 10 ó 20 años por delante de la investigación médica oficial y antepone su servicio al mercado sobre el servicio a la sociedad, y lo mismo sucede en cada uno de los campos sobre los que decidamos preguntarnos. El hombre no importa, importan sus ingresos y su capacidad de gasto. Si Nicolás hubiera nacido ayer, quizás tuviera «la vida de Gates» –y juego aquí con el título de una magnífica novela de mi amigo Braulio García Noriega– o lo mismo buscaba un suicio en bolsa. El dinero es el «Príncipe», y el «amor» es la esperanza o su exacto contrario, que todo depende del color con que se mire, pero también es la «esperanza». En todo caso, me quedo con las divinas palabras de Nicolás Maquiavelo cuando dice que «el hombre no es, ni mucho menos, el señor del Universo, como por vano orgullo le gusta creer, sino víctima de la naturaleza en primer lugar y luego de la fortuna. Nace desnudo y llorando; su voz llena los aires. Único entre todos los animales de la creación, es capaz de espantosas crueldades contra sus semejantes: sin embargo, ninguna otra criatura parece tener tanto anhelo de vivir y tanto deseo, y necesidad, de lo eterno y lo infinito». Sabía de lo que hablaba el perico, conocía al personal desde antes de Aristóteles hasta nuestros días y percibía hace ya quinientos añitos lo que muchísimos hombres son incapaces de percibir hoy mismo. Eso también es ser «Príncipe», un príncipe de la luz que como máxima fortuna material puede llegar a tener un pañuelo para enjugar sus lágrimas... Pero también es ser viejo, como entenderlo es ponerse viejo.
(tarde) Llevo dos horas más enfrascado en la lectura apasionante de «La sonrisa de Maquiavelo», de Maurizio Viroli, y es como un baño de agua tibia que recibo con el deseo de que nunca acabe. Estaba tan equivocada mi idea de Maquiavelo como lo estaba en su día con la de Pier Paolo. Cada día miro con más admiración a lo italiano –exceptuando el plano deportivo y el trasunto político actual, por supuesto–, y también me voy redescubriendo en la esencia que me llega de la lectura. Poder acceder a ciertos textos con la mirada ávida es una riqueza inconmensurable. Lástima que las pelas no lleguen con el mismo fluir y para la misma intensidad. Quizás no importe.

De FUMADORAS

Thursday, November 22, 2007

Quiero un día.

Un día sin hacer nada, ¡hum!. Levantarme de la cama justo cuando me apetezca y salir al mundo sin peinar, un baño caliente con aromas escuchando el ‘Viatge a Ítaca’ de Lluis Llach y media hora para mirarme el cuerpo ante el espejo y sentir cómo la piel va recogiendo sus meandros, una hora desayunando en albornoz sintiendo el cuerpo desnudo por dentro [leche fresquita con Nestquik y unas magdalenas de aceite de oliva]… Y luego vestirme despacio con mis calzoncillos de Lucky Luke, con mi camiseta blanca de tirantes [justito realismo italiano de los cincuenta con cierto revenimiento 2000], con mis calcetines montañeros, con los pantalones negros de pana vieja, con la camisa verde seco, con la chaqueta grandona gris marengo… y limpiar con grasa de caballo mis botas de andar antes de calzármelas.
Un jodido día sin hacer nada… solo quiero uno.
Un día para ver tres veces ‘2046’, de Wong Kar Wai, y buscarle el latido al comienzo de mis muslos, para sentir en silencio cómo se me blanquea el cabello, para centrarme en el comezón de mi rodilla derecha [un comezón postbalocestístico que a veces me hace cojear], para repatingarme en el sofá negro con los ojos cerrados y con mis brazos cruzados bajo la cabeza, para andar descalzo por la casa y sentir frío.
Solamente uno, coño.



(15:10 horas) Obsesionado por la cosita del día sin hacer nada, pillo de mi biblioteca uno de los libros de arte que más me llenan, precisamente porque hace tres años me llevó a iniciar mi diario gráfico como un frenesí. La artista es la dadaísta alemana Hannah Höch, que hacía locuras con recortes de papel prensa, unas locuras maravillosas que se convertían en collages de auténtico valor artístico [muy recomendable ver sus dibujos y conocer su historia para mujeres que buscan una nueva ‘mujer’ hacia el futuro].
Hannah fue toda una adelantada a su tiempo y me está dejando una tarde hermosísima, para guardar entre sedas y algodones.
(18:30 horas) A veces me sirve mucho pensar en la pintura [que me tomo como un juego personal que me lleva a sentirme mejor] para intentar centrarme en mi forma de ser poética. Me pregunto entonces que si yo fuera un creador plástico en qué estética trabajaría… y enseguida me doy cuenta de mi absoluta dispersión, ya que no atino a centrarme en una estética concreta. Quiero probarlo todo, intentar cualquier tipo de presentación… y, por más que lo peleo, soy absolutamente incapaz de tomar un formato estético como el que más me agrada.
Así las cosas, paso de dibujos apenas esbozados a manchas muy contrastadas, de un realismo rápido al borde más cencano a Otto Grosz, del collage repintado al retrato de manchas…
Entonces me percato de que en lo poético me sucede exactamente igual, con la única consideración de que en este palo siempre, absolutamente siempre, hablo de lo mismo, lo que quizás le aporte un puntito de unidad a la historia. Y acabo conformándome por imposible, quedándome a vivir y a morir en mi tono.
¿Esto es el compendio de mi fracaso? No lo sé, pero me pone algo nerviorso pensar que puede serlo… mi falta de concreción, mi absoluta falta de orden, mi dispersión…


HACIA MI MEDIO SIGLO (IV)
[Relectura de Diario de un Savonarola]

26 de octubre de 2004

Hace unos días murió un tipo de vida triste con el que me cruzaba frecuentemente por la calle y me pedía un cigarro o unas monedas. Debía tener más o menos mi edad. Y hoy, no sé por qué, lo he echado de menos al ir a comprar tabaco. Nada más. Lo he echado de menos, yo, que tengo mi vida estanca, cerrada por muros personales, que cada día limito más mi contacto con la gente, que apenas percibo otra sensanción que no sea la que he previsto con anterioridad. La verdad es que me he sorprendido con esta rara sensación de falta de alguien que sólo supuso para mí alguna mirada hosca o un indeterminado y tonto cruce de palabras.
Quizás el sentimiento de la muerte esté empezando a trabar en mí argumentos distintos a los que hasta ahora eran comunes, esos argumentos que he explotado sin mucha vergüenza en mis poemas –«...como un perro que pasa por un campo de minas... como un perro que pasa y no vuelves a verle»–. La muerte como anécdota, sin tristeza por medio, sin lágrimas, sin sensación urgente de descenso... Y Julio Espinosa preocupado por el lugar en que ubicar su foto en la edición de su nuevo libro, y el tipo de la O.P. del Banco Popular llamándome a casa para que recoja un par de tarjetas de crédito/débito que ponen valor a mi deseo, y mi hijo Guillermo dudando entre el «golosinero» de Batman o el Ciclonic blanco, y yo intentando sustituir mi «Chester» por un «Excite» que pone la lengua gorda pero que cuesta un euro menos. Atar y desatar o viceversa. El sí y el no en un para nada.
Tumbarse quizás sea lo más decente, tumbarse y destapar el cuerpo con las manos para sentir el frío que es y que soy.
Por cierto, ¿tumbarse viene de tumba?



De FUMADORAS

Wednesday, November 21, 2007

Horas de otoño.

Hay horas que debieran tener como mucho un par de segundos para luego irse al campo y hacerlas largas, largas, entre las hojas secas y mojadas por la lluvia reciente.
El cielo vuelve a ser de plomo esta tarde.
Anoche me sentí muy feliz al ver a mi hija y a mi madre juntas. Acababan de salir del cine y habían asistido al pase de ‘Las trece rosas’ justo en esa fecha tan emblemática para mi familia [imagino que también para muchas familias]. Mi madre salía encendida y rabiosa, con una sensación durísima de haber vuelto a aquellos tiempos de asesinos fascistas que le tocó sufrir en sus carnes. Mi hija salía con los ojos enrojecidos y firmemente amarrada a su abuela, entendiendo [otra vez] que la verdad fue dura y que hay que estar unidos en el recuerdo.
Las quiero a las dos a rabiar.
(20:53 horas) Sé que estoy solo, absolutamente solo, y todo a pesar de que sé también que tengo padres, hijos, esposa, amigos… Ellos también están absolutamente solos aunque aún no lo hayan percibido de forma neta. Estoy solo y moriré solo un día, porque en la vida todo se hace a solas, hasta el amor. Nadie podría aguantar mi peso como yo no podría aguantar el peso neto de nadie… y a ello se une la jodida necesidad de los otros, una necesidad falsa y agotadora, un mentira que nos sirve para creer otra cosa distinta a lo que somos y a lo que nos compone y nos desata.
Y no es un sentimiento poético el que aquí expreso. Es la jodida realidad… por ello debemos aprender a vivir con nuestra soledad y a saber atenderla.
Escribo solo, leo solo, siento el amor solo… odio y admiro solo, y soy yo, individuo aislado, el que siente y presiente, el que toma determinaciones acertadas o erróneas, el que sabe cuáles son las máscaras que colgarse en la cara.
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Quizás mi mal radique en que parto del pensamiento de que ya está todo escrito [y, además, mucho mejor escrito que lo que yo intente]. Lo mismo debiera replantearme todo y partir de nuevo pensando que mi voz será descubrimiento hacia los demás y no solo hacia mí.
Suena ahora el ‘Chan-chan’ en la voz del Compay Segundo y en su bellísimo sonsonete repetitivo veo cierta luz de lo que es mi mundo expresivo: necesito decir millones de veces lo mismo… “De Alto Cerro voy para Macané… llego a Cueto, voy para Mayarí. El cariño que te tengo yo no lo puedo negar, se me sale la babita y no lo puedo evitar. Cuando Juanica y Chan Chan en el mar cernían arena, como sacudía el 'jibe' a Chan Chan le daba pena… Limpia el camino de pajas, que yo me quiero sentar en aquel tronco que veo y así no puedo llegar… De Alto Cedro voy para Macané, llego a Cueto, voy para Mayarí…”. Todo un viaje iniciático y circular… las mismas estaciones, los mismos rostros, el mismo paisaje, la misma voz, el mismo protagonista solitario en busca de una nada habitada o que habitar.
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Este diario me ha traído de nuevo la voz hermosamente irónica de C M Aguirre, un poeta raro y magnífico, catador de los 'Clásicos' [y quizás también de los más antiguos aloques y viandas frenéticas]. Gracias por conectar, amigo, mil gracias. Llevo un día enterito disfrutando de tu blog… Eres bueno, cabrón.

*CONECTAR EN: http://erasmusreloaded.blogspot.com



HACIA MI MEDIO SIGLO (III)
[Relectura de Diario de un Savonarola]

8 de octubre de 2002

Diversas circunstancias me hacen darle vueltas a los compromisos personales y absorbentes que algunas personas tienen con la religión. No me parece nada mal que cada uno baraje sus posibilidades vitales, se instale en sus creencias y las practique; pero no entiendo el afán catequista de enredar a los demás, ese espíritu de formación para sumar adeptos/adictos. ¿No supone coartar la libertad personal el involucrarse en el pensamiento plural para llevarle a la idea única?
No quiero herir susceptibilidades -aunque me apetece-, pero me fascina la idea de Dios como creación del hombre, como clave grupal para dominar a los colectivos más débiles. Y es que Dios no es nada más que lo que nosotros deseamos que sea. Hombre, si nos ponemos prácticos, Dios viene muy bien para los malos momentos, porque aporta esperanza más allá del final predecible, pero no nos engañemos, Dios es sólo una muletilla que unos utilizan en su provecho y que a otros les suma alienación y miseria.
Sería mejor pensar en un Dios más práctico, un Dios que arreglase los horarios para que yo pudiese comer a diario con mi mujer y mis hijos, un Dios que propiciase que a final de mes no tengamos que conformarnos con las jodidas galletas maría hasta que el banco arroja saldo positivo, un Dios que te pague las facturas y que consiga que pueda salir quince días de vacaciones a la costa con la familia completa -llevo más de diez años sin poder disfrutar de unas vacaciones, y eso es demasiado infierno-. Un Dios que ponga en su sitio a los escritores de mierda y eleve a los raciales, un Dios de goma al que darle estopa cuando llega la rabia -y hacerlo sin miedo a represalias-, un Dios para charlar de periquitas cuando estoy triste, un Dios que tome cañas con tapa y de vez en cuando se tire el detalle de pagar la ronda. Yo sí creería en un Dios así de natural y bondadoso, así de normal.
Pero no me jodas, un Dios que propicia que mi mujer se vaya de casa a las ocho con mi hija, que yo me las arregle con los niños para despertarlos, vestirlos, hacerles que orinen, ponerles el desayuno -y que desayunen-, conseguir que se laven los dientes, llevarlos al colegio a rastras un día sí y otro no, hacer las camas -cinco jodidas camas con sus sábanas, con sus mantas, con sus colchas y sus almohadas-; un Dios que hace que mis hijos salgan a las 13 horas, que les tenga que preparar la comida rápido rápido rápido, que se laven otra vez los dientes, que entren a las 15 horas -justo cuando mi mujer y mi hija salen de clase-; un Dios que hace que mi mujer tenga que volver al curro muchas tardes mientras deja a los críos cargados en los cansados hombros de los abuelos, un Dios que luego, a las ocho, se inventa cursos de cristiandad para que tampoco pueda cenar con la familia completa en la mesa, un Dios que hace que mi mujer se acueste agotada a la una o a las dos de la mañana... ¿Para qué quiero yo creer en un Dios así, para qué?
... Y sus acólitos, sus fieles, no entienden nada, no entienden que mientras defienden la familia como unidad incuestionable, la destrozan a puritos machetazos. Más le valiera al clero encontrar pareja, crecer y multiplicarse para ser consciente de lo que significa tener una familia numerosa, de lo difícil que es en el seno de esa unidad «divina» verse unos minutos al cabo del día, porque hay que buscarse los garbanzos como sea, que nunca llegan solos a la unidad familiar indisoluble.
No nos abusen catequizándonos que lo mismo nos destruyen. No nos abusen y crean en lo que ustedes quieran, como quieran creer, pero crean solos, por favor.
Y ahora, ya las 22,07 horas, me pongo a Art Telonious Blakey & Monk e intento relajarme para no estallar de tanto Dios y tanta historia.



De FUMADORAS

Tuesday, November 20, 2007

20 N


Oye, medio que van sanando las heridas. Hoy es 20 N y hasta las 19:48 horas no me he percatado del valor de esta fecha, ni me he acordado de la promesa que hice el año 1975 en Salamanca, estando como testigos algunos compañeros que estudiaban biológicas conmigo. Prometí entonces que cada 20 N me vestiría de gala para celebrar al muerto y para hacerle un homenaje a mi abuelo Felipe.
Empecé poniéndome una corbata delgadita y roja [de paramecios] con un blazier azul marino y, a los cuatro años, acabé comprándome una pajarita roja que solo he lucido en esta fecha, año tras año.
Hoy me la puse justo a la hora marcada y pienso estar con ella hasta que me llegue el sueño.

HACIA MI MEDIO SIGLO (II)
[Relectura de Diario de un Savonarola]

18 de enero de 2003

Mientras el cáncer social de nuestro tiempo se centra en la política, con un duro y alarmante proceso extensivo de tipos sin sustancia que sólo miran por sus intereses particulares, los jóvenes –los que quieren buscar salidas, que no son muchos– toman el carro de la solidaridad con el Tercer Mundo y centran sus ideales en historias que, sin querer, acabarán llevándolos al terreno político por un camino bien distinto al que utilizamos los tipos de nuestra generación.
No sé por qué, pero me está dando en la nariz que no pasando mucho tiempo, si las cosas no cambian –que no cambiarán–, empezará a gestarse una dura respuesta social contra todos estos ídolos de sí mismos. El que no esté preparado para soportar las duras recriminaciones del gentio puede morir a los pies de sus botas. ¿Quién vendrá a sustituir a toda esta calaña de serviles inútiles?, ¿qué jóvenes acumulan el grado de preparación suficiente como para tomar las riendas de este carro maltratado? No se me ocurre gente mejor que la comprometida con las causas justas de la Tierra, gente autoformada en los campos de trabajo africanos, indios o sudamericanos; gente que ha aprendido a reconocer el sufrimiento echando una mano en los Balcanes o en el Pozo del Tío Raimundo. El problema, el justo problema, es que esta gente está absolutamente desencantada con la clase política y va a costarles mucho tomar esas podridas riendas. Sólo una respuesta social dura será capaz de empujarles a donde ya debieran estar.
¿Que a qué viene hoy todo esto?, pues no lo sé, quizás porque mi paseo de ayer por Madrid me ha llevado a pensarlo, quizás es porque deseo con todas las ganas que esto suceda o quizás porque ya no aguanto más este puñetero desencanto.
Confío en esos jóvenes y deseo que todo suceda ya, que las hienas políticas empiecen a conocer ya mismo el sabor del barro y que una nueva luz llena de futuro nos meta nuevas ganas en el cuerpo a todos y a cada uno de nosotros.
Tristemente, el hombre es un hombre para el hombre. Corríjase el refrán en positivo.


(21:30 horas) Tres lluvias benéficas hoy: la de cubiertas rotas del volumen ‘Cartapacios’, de Aníbal Núñez, que después de mil avatares y algunos malos rollos va a ver por fin la luz en las librerías [ha sido una encuadernación complicada, con demasiados descartes por falta de ajuste de la encuadernadora, pero al final hemos vencido al maldito silencio que pendía sobre esta edición [sale al mercado en coedición de ‘lf ediciones’ y la editorial emeritense ‘De la luna libros’]… la de fotografías de lluvía a las tres de la tarde [una tarde hermosísimamente gris a la vez que luminosa]… y la lluvia real mojándolo todo de una forma salvífica y reparadora.





Monday, November 19, 2007

El frío prometido

Llegó el frío prometido y he tenido que desabrigar el armario para abrigarme yo. Han vuelto a ponerme apellido los forros polares, las bufandas, el chambergo de cuero, las camisetinas interiores, los calcetines gordos, las botas abrigadinas y mi palestina blanquinegra… otra vez a lo gris mientras el campo ya pardea y la sierra empieza a pillar su tono más blanco [hasta puede que se arregle un poquito la temporada de nieve covatillera]. Y que estoy alegre, alegre de ponerme ropa sobre ropa, de sentir sobre mi rostro el frío cortante y la deliciosa sensación del agua helada que cae como una bendición. Han sido demasiados días sin lluvia para un lechuguino huertano como yo.
Y con el frío me llegan unas hermosas ganas de sentarme a escribir sobre, por ejemplo, por qué no sirven los muertos, sobre el arma que termina siendo la moral contra el hombre, sobre cuál es la mejor compañía de un solitario, sobre el estremecimiento del amor, sobre la opacidad de los días en blanco, sobre la fascinación de la necesidad del hombre de ser perverso, sobre el fastidio de la vejez y cómo obviarlo, sobre el valor del infinito en el terreno de los deseos, sobre el protagonismo femenino en la sociedad actual, sobre todas las patologías religiosas, sobre la mentira del arte, sobre la intensidad en todo, sobre la diferencia entre el tiempo poético y el tiempo social… Muchas ganas, ahora tengo muchas ganas.



HACIA MI MEDIO SIGLO (I)
[Relectura de Diario de un Savonarola]

6 de octubre de 2002
Vuelve la lluvia y ya es otoño. Vuelve la lluvia y he podido pasar todo el domingo en soledad, por fin, he vuelto a la lectura y he recuperado un poquito las ganas de escribir. Me gustan los días grises, cuando la luz sugiere tranquilidad y encierro en uno mismo, y me gustan porque me activan y me siento capaz de multiplicarme.
Entre otras cosas, hoy me he detenido a analizar el panorama literario de Castilla y León, reafirmándome en lo que ya pensaba el año pasado y el anterior y el anterior: La literatura en Castilla y León es un archipiélago de islas sumergidas (expresión robada a mi buen colega Manuel Moya). Cientos de voces negadas y un pequeño mar interior de popes empeñados en conformar un grupo de poder al amor de las instituciones -y no digo que sea malo que esto suceda, sino que no me parece nada bien que no estén todos los que son o debieran ser-. Por otra parte, percibo infinidad de guerrillas, mínimos odios a muerte, operaciones de maquillaje, ediciones locas, insulsas, trabajadas, regaladas, inútiles, magníficas...
Escritores mediocres -demasiados-, juntaletras excesivamente sensibles, dinosaurios buscando una jaula caliente donde terminar sus días, prebostes que eran de izquierdas y ahora son de ultranosequé, letristas del Movimiento que se aparcan como defensores de la libertad, jóvenes imberbes que van dando lecciones de todo... un caos sin orden y con demasiado desconcierto. Lo malo es que los sensibles levitan siempre cerca de los políticamente afortunados -eso sí, sin mancharse nada más que sus manos enguantadas-; los jóvenes imberbes son capaces de bajarse los pantalones para el bujarrón gozo de los popes y alguno empuja con ediciones de cartón piedra bien cebadas de dinerito público mientras ponen a parir a la
mano que les da de comer en prensa y radio. Un desastre.
Pero, al fin, gracias a ese Dios que no existe ni existirá, la creación siempre es una carrera de fondo que se hace en absoluta soledad, y esa prueba la pasan muy pocos, poquísimos. Y es que la gente se mete en esto de la literatura por pose, para intentar follar algo y para dar de comer al ego el alpiste de la admiración ajena. Luego, a la hora de la verdad, pocos son los que se mojan, pocos son los que arriesgan jugándose los garbanzos y consiguiendo el silencio de todos -sumado a esa asquerosa mezcla de miedo, odio y respeto-. Somos hombres y, por ello, todo esto debe ser inevitable, pero una cosa cierta es absolutamente inviolable: un creador es único y los pseudocreadores lo saben a pesar de que se dediquen a enfangar su trabajo y su devenir creativo, y eso es lo que más les jode: saberse falsos mientras llenan de mierda la mena.
Para poner a cada uno en su sitio está el tiempo.
Decía un amigo mío hace unos días que las guerras literarias actuales son fiel reflejo de la política internacional norteamericana: atacar al enemigo con todas tus mejores armas y no sufrir ni un arañazo.
Las buenas guerras literarias eran las de antes, guerras creativas en las que un autor atacaba o se defendía con ironía creativa llamando a su adversario con versos inigualables «bujarrón», «cabrón», «hijo de una puta bizca» o simplemente «sinsubstancia». Tendríamos que volver a ese estilo y cuidarlo.

A lo que se ve, en octubre de 2002 andaba yo por los mismos caminos que hoy y, lo que es peor, el mundo andaba también en el mismo jodido tono, pues en cinco años no han cambiado los nombres ni los hombres.
(21:03 horas) Mi primer vástago [mi hija], al llegar al mundo asomó su cabecita y la volvió a esconder en el vientre de su madre como queriendo quedarse allí ante la tremenda visión que se le presentaba. Mi segundo hijo nació rapidito, en un parto ideal y muy bien trabado. Mi tercer hijo llegó de improviso, haciendo puenting entre las piernas de su madre mientras caminaba junto a mí para intentar propiciar el parto [con él estuve a solas, frente a frente, durante una hora eterna mientras atendían a Mª Ángeles, que se desangraba].
Asistí a los tres partos de mis hijos con expectación y con miedo, maravillado y acojonadito por el peso que con cada uno de ellos se me venía encima. Lloré en los tres de felicidad y en los tres sentí que un peso enorme caía sobre mí.
Hoy ya he acostumbrado mi cuerpo y mi cabeza a esa divina circunstancia que me puso el nombre de ‘padre’ y me coronó de una responsabilidad que no sé aún si he sabido tramitar, pero que me ha colmado mucho más de lo que yo podía imaginar entonces.
Con mis hijos me llegó el miedo, un miedo terrible que me hacía estremecer por temporadas.. miedo de mí y miedo por ellos. Y también me llegó esta sensación de imposibilidad que me asola desde hace años.
Pechar con esa carga es duro, porque he tenido que jugar durante diecinueve años a ser un dios menor, un dios absolutamente imperfecto que debía [debe] solucionar a diario todos los pequeños problemas, un dios capaz de ofrecer seguridad sin tenerla, un dios sobre el que subirse y al que acudir ante cualquier problema.
De esa calidad de Dios menor me ha quedado un sentimiento durísimo de incapacidad y una sonrisa dispuesta siempre para no crear preocupaciones innecesarias.
Mis hijos me han hecho grande y también me han destruido, me han dado lo mejor y me han quitado de las manos mi abanico juvenil de posibilidades, me han quitado el sueño y me han dado realidad a paladas.
Todo es contradictorio hoy.
Los adoro.
Sé que se irán de mí poco a poco.
¿Sufriré por ello?… Sí, claro… porque no son míos… yo soy suyo.
De FUMADORAS

Sunday, November 18, 2007

Hoy sufro un prurito social.


Quitando que Guille no duerme por las noches, que mi banco me envía cartas de amor encendido y que el fascista Aznar vende más libros que yo, todo va bien… las diversas generaciones van envejeciendo y hasta es posible que algunos de sus componentes desaparezcan para dejarnos asomar un poquito la cabeza a los que perseveramos desde hace el nisesabe [cuando digo ‘asomar’ estoy hablando de ‘vidilla’, esa cosa que consiste en pillar algún extra fruto del turismito cultural tirado en ponencias, lecturas y mesas redondas]. También es cierto que me he abandonado demasiado en los últimos tiempos y eso hace que no esté referenciado en las listas de tipos con voz y dietas… tampoco debo estar ya en la de poetas, y eso, la verdad, no me desagrada del todo, pues mi tono es otro y mi camino es muy otro que el de la poesía oficial de estos días [no digo que mejor, pero sí digo que otro].
La verdad es que ya voy necesitando salir un poco de esta prisión autoimpuesta para abrazar a mis amigos, para charlar con ellos hasta la madrugada delante de unas copas.


Al margen de este prurito social que me ha entrado de pronto, me he dedicado todo el fin de semana a pintar como si me hubiera entrado una fiebre. He realizado un par de paisajes urbanos con acrílicos y pluma, una postal de iglesia y plaza con estatua al estilo de mi suegro [no sé por qué me ha dado por ahí] y tres imágenes eróticas [dos en sienas y ocres, y una más atrevida de manchas amarillas potentes esbozando unas piernas y una mano entre ellas]. Me ha sorprendido a mí mismo volviendo a la historia figurativa que dejé por imposible hace ya unos tres años [algo ha sucedido y aún no sé qué es]. El caso es que he disfrutado otra vez manchándome las manos y olvidándome del mundo exterior, y lo he hecho con auténtico frenesí, con urgencia por el remate [siempre fue mi mal en la pintura, la prisa, la jodida necesidad de acabar ‘ya’ lo que empiezo].


(17:20 horas) Los sucesos que nos tocan en la vida solo nos parece que fueron buenos cuando ya son pura indiferencia, cuando ya no hay posibilidad alguna de gozarlos como nos hubiera gustado hacerlo cuando fueron. Siempre andamos a trasmano con estas cosas. Cuando somos jóvenes se nos permite el error… y hasta gozarlo. Cuando nos hacemos adultos, lo errores son imperdonables, destrozan, aniquilan… y es entonces cuando consideramos que no supimos gozar nuestros errores adolescentes.
Leo el blog de Álvaro Fernández Magdaleno y me dan ganas de gritarle que viva sus días jóvenes con consciencia de intensidad total, con avaricia.
Decía Julían Marías, en referencia a la desaparición de Unamuno, que un hombre aprovechado [en el mejor sentido de la plabra, claro] deja a su muerte ‘obra’ y ‘hueco’. Y para dejar hueco hay que haber ocupado antes un espacio. Y para ocupar un espacio hay que tomarlo y girarse para que otro no lo ocupe, hay que habitarlo y llenarlo con un modelo vivo que sepa crecer y no agostarse. Eso se consigue viviendo y siendo consciente de la vida… jo, hoy estoy disperso.


(17:47 horas) No quiero recordar a nadie que me resulte intranscendente, ni su nombre, ni los rasgos de su cara. Todos esos tipos me retuercen la cabeza y la adormecen, me despistan del camino que debo seguir. No tengo tiempo para ellos y menos para quedarme repegajoso con su jodido adocenamiento. El mundo está lleno de esos tipos con cara inexpresiva que se cruzan en mi vida y quizás hasta coman un día conmigo en la misma mesa y hasta compartamos unas copas y una conversación plana. Esos tipos son los mayores culpables de mis pausas, de los cortes de luz en mi cabeza y de mi falta de producción. Ni los odio para olvidarlos mejor… pero unos se solapan con otros, cada día, cada hora, cada minuto… para dejarme deshecho.


(18:11 horas) Cuando lo de las pelis de Tarzán en el cine de los salesianos yo no pensaba en las chicas todavía. Mi mundo lo formaban mis amiguetes y los Juegos Reunidos Geyper… y Tarzán, claro, un tipo con taparrabos que salía justo después del NODO, que era más aburrido que la madre que lo parió. Yo entonces era Tarzán a ratitos, pero con pantalones cortos, camisa blanca y un jersey de cuello pico en color gris perla. Un Tarzán sin mona que saltaba dos escalones de un brinco y hacía bucear a las botas Gorila en el primer charco que se ponía por medio.
Tarzán era la hostia, pues podía contra cualquier malvado que llevase armas de fuego, y lo hacía solo con sus manos y con esa astucia animal que aprendió en la selva. También, a veces, se enfrentaba con alguna tribu de zulús, que tenían muy mala uva, y por lo general terminaba salvando a alguna chica guapísima con salacot, camisa abotonada y faldita a juego… era increíble el tipo… y siempre se cepillaba a un cocodrilo [yo pensaba entonces que esos bichos tenían la sangre gris… los problemas del cine en blanco y negro] y terminaba montado sobre la nuca de un elefante dando alaridos como un poseso… pero lo que más me gustaba es que vivía en un árbol de puta madre, y yo quería vivir también así…
Aún quiero vivir en un árbol, como Tarzán.


*NOTA: He realizado unas fotografías de los dibujos con el macro para el colega Javier G. Riobó. No son muy buenas y el flash provoca algunos brillos inadecuados, pero seguro que sirven para hacerse una idea de mi técnica de urgencia.
Para dar las masas de color suelo hacer recortes huecos en cartulina y los adhiero, lo que hace que los bordes queden muy finos gracias a los cortes rectos de tijera o cutter. Utilizo unos botecitos de pintura acrílica que venden para trabajos manuales y los aplico con pincel seco, para que dejen irregularidades en la masa... todo lo mezclo con carboncillos de colores y suelo completar con trazos rápidos de pluma estilográfica de punta gruesa. Todo muy rápido, Javier.
Ah, y utilizo papel Arches poroso y con verjura.
Un abrazo, tío.
[Si picas dos veces con el cursor sobre las imágenes las verás un poquito más grandes].













De FUMADORAS

Saturday, November 17, 2007

Lo poético aflora de lo común...

Primer madrugón de Juegos Escolares de la temporada. Arrancaba hoy su competición mi Guillermito en la disciplina de balonmano y corrimos ilusionados al evento. El frío era bestial tanto para los críos [todos ateridos y en camisetina] como para los padres [a los diez minutos empecé a notar cierto arrebato cistítico en mi entrepierna… a ver si el ayuntamiento cipriano pone un puntito de calefa en el pabellón Sierra de Béjar].
El arranque de la temporada ha sido tan triste como todos los anteriores en los que participé: padres competitivos en una historia que debiera ser participativa, entrenadores zorolos que no mueven los banquillos [algunos críos se quedaron tristes con esa dura enseñanza del ‘tú no sirves para esto’] y los chavales embebidos de una ilusión que les roban desde la mismita raíz.
Pensaba mientras asistía al juego que, si esto no cambia, prohibiré a mis hijos apuntarse a estas actividades seudodeportivas.
El resumen exacto es un cabreo intenso por lo mal que se hacen las cosas y un principio de congelación en todos y cada uno de mis salientes carnosos.
No me gustan los Juegos Escolares… nada.
•••
Lo poético aflora de lo común, pero solo lo hace si el tipo que poetiza ha sido capaz de levatar los ojos de sus ocupaciones para mirar lo que sucede a su alrededor. Es tan sencillo como eso… y tan difícil.
Es ésta una de las causas de mi sensación última de vejez, que las ocupaciones y las preocupaciones apenas me permiten levantar la mirada para enredar un poema… tendré que tomar medidas, buscar evasión de la jodida normalidad [de norma] diaria y empezar a rejuvenecer de nuevo.


(13:19 horas) Anoche salí de caza con mi cámara porque quería fotografiar la noche bejarana que siento, pero todo se torció al primer envite. Ya estaba yo con mi Nikon en ristre a punto de enfocar el cartelón que ha puesto el cura de El Salvador en la fachada de la iglesia, cuando me llamaron la atención desde un coche.. era Luisito, que andaba pegando las esquelas de la madre de Toñi, un chaval extraordinario [antiguo compañero de colegio] que ha tenido una vida dura junto a su madre. Le recordé inmediatamente, y lo hice con nitidez, subiendo totalmente doblado la cuesta que lleva dede Colón a la Plaza de la Piedad… Luisito llevaba una sonrisa feliz, una sonrisa que hacía años que no veía instalada en su cara… me dijo: ‘mañana me voy a…’, y yo enseguida supe cuál era su destino, un destino que se merece.
La parada de Luis me rompió el ritmo y la ruta [tenía pensado recorrer la noche bejarana caminando y tomando imágenes], y me quedé trabado en la Plaza Mayor con solo dos imágenes: la cara feliz de Luisito y mi coche aparcado haciéndole frente a una oscuridad libidinosa y húmeda.


Me senté entonces en el patio superior del Palacio Ducal y pensé que la noche es para hacer el amor furtivo en sus esquinas, para buscar portales donde arder, para sentirse clandestino y notarse creciendo en una especie de temor hermosísimo y oscuro.
Recordé entonces uno de mis poemas, el que no atinó a ponerle final al libro ´El amante discreto de Lauren Bacall’ porque se solaparon otros versos, aunque era mi primer final pensado y debiera haber sido el definitivo…

AVEC NOTRE INFINI
[Con nuestro infinito]

¿Por qué no fui yo el ojo de la aguja
por donde apenas la razón asoma,
ni supe desconocerme en una mujer
quebrada a la orilla más mansa del Tormes,
haciéndome río con el río,
resto calcinado con la escoria letal de su estuario?

¿Por qué no amé en septiembre,
cuando un sexo cremoso
se me ofreció desnudo,
rojo,
incendiado...
y fui mortal conciencia,
sueño solo?

Aquí, al lado justo de mi ventana,
se comen los amantes, se devoran
con sus lenguas voladas en saliva.
Sus vientres se confunden
y hasta mí llega el ácido
sudor de su batalla.

Justo al lado de allá de mi pared
suena el jadeo,
el cabalgar más húmedo
que pueda imaginarse.

¿Por qué no estás ya aquí?

Salvajes estaciones con sus cambios de luna
que sólo me traéis confundido el deseo
de ser el preciso asesino,
el violador borracho ahogado por su semen,
y siempre me ofrecéis un trago de conciencia
vestida de virtud que paraliza.
¿Por qué no permitís que me desate,
que se desate todo,
y se hagan los solsticios en carne sobre carne?

Mordido labio de la vida que sangras siempre
por el lado correcto,
¡púdrete!, porque en mi silla tengo el ataúd constante
y entre mis manos crecen blancas flores lascivas
y miel extrangulada.

¡Púdrete!,
pues ni aún el prostíbulo conozco
y sólo sé yacer con mis despojos.

Dime,
¿por qué ya no estás?


Y conduje hasta casa dando una vuelta larga, sintiendo el vacío en el cuero de los asientos de mi coche y notando cómo algo me pregunta por dentro… ‘¿Por qué?’.
Y ya en el ascensor me hice una foto que completó mi retrato sicológico del día… un rostro atormentado sin razones… quizás fuera por eso.
De FUMADORAS