Thursday, September 7, 2006

Zhang Ziping


Me he levantado tarde porque anoche salí con Felipe a las casetas fiesteras para que disfrutara un ratillo con sus colegas. Además, la noche ha sido de perros, con teléfonos sonando y el sueño de Murano hecho añicos. En fin, días de vino y castaños indios aguantando el tipo de padre, el de hijo y el de insoportable levedad.
Y a media mañana –con medio despertar– me llama Urceloy para ponerme al día un poquito de la literatura de plástico que se cuece en los estudios telemadriles –y lo hace con porra y garita–. Es un cachondo el tío.
(13:17 horas) La excelencia es vista como una virtud casi extinguida en este tiempo, y el personal se queja por ello, sobre todo el personal reflexivo e inteligente; pero la excelencia requiere un alto nivel de trabajo y concentración en un solo camino, circunstancia que me parece, además de sacrificada, de un bajo nivel de vitalidad humanista. Yo, que admiro la excelencia, la determinación y el encono racional, prefiero sin lugar a dudas una vida llena de pinceladas, una actividad como la de Ramoncito Gómez de la Serna, apuntando siempre ideas para que las desarrollen los excelentes.
Es por eso que no me gustan demasiado los poetas que elaboran y reelaboran o los pintores como Antonio López, enfangado siempre en lo excelente y perdiéndose la vida y el arcoíris creativo en un monotema que crece hacia la perfección.
Y es que la perfección no tiene que ver nada con el hombre, un ser que en un altísimo porcentaje depende del azar y de lo reflejo.
Yo no quiero ser nunca excelente... quiero ser humano, profundamente humano.
(16:33 horas) Hoy he visto por la tele a los perros populares después de sus vacaciones. Volvían de sus paraísos artificiales –hasta quizás de su nieve (?)– a morder otra vez con rabia. Las americanas de verano, las corbatas con sus nudos rechonchos como mortíferos nudos de garganta, el moreno casi lúgubre en sus caras fofas, la sonrisa denticlor de diez sobre par, la polla fláccida –que toda la fuerza se les va por la boca–... y sus «dimita...», sus «por España», sus «una y grande». Me dan asco esos miserables, me dan mucho asco... Y lo peor es que respondo a sus capotes con mi asco cuando debiera dejarlos para siempre en el jodido olvido.
(17:03 horas) Ya huele a sanmartín por estos lares y algo se está moviendo lentamente en el «vuelve a amanecer». Va a ser un lujo nubio econtrarme por la calle a algunos tipos de paisano y decirles buenos días con una sonrisa abierta, sin dobleces. No habrá rencor, pues el daño se lo han hecho a sí mismos y su derrota pondrá vergüenza en la mirada que hoy aún permanece altiva. Vivir para ver y esperar para sonreír es la mejor apuesta.

(17:38 horas) ¡Jo!, qué tarde llevo. Toda entera raneando sin hacer nada práctico. Sólo un amago de plástica a base de trapos sucios, tinta china y grafías... un puto desastre para quitarme el calor bestial que tengo.
Hoy no sirvo para nada, ni para arreglar la jodida línea ADSL, que lleva muerta un par de días sin dejarme navegar.
Arranco a leer y lo dejo.... pongo música y la quito... empiezo un poema y lo borro... Quizás necesite un puntito Trakl de rameras pariendo niños muertos o de odios abrasando corazones... o lo mismo que llame Albertito Hernández para tomarnos juntos un cafetín a medio silencio... o quizás meterme en una cosa «Protogaea» a lo Leibniz y armar una taxonomía nueva de caimanes urbanos y de rosas de Chester, de genéticas pizza y de tontocomputers... Lo mismo necesito salir a la calle y mirar con ojos de taxónomo a los albañiles del edificio de enfrente o a la rijosa vecina de la esquina.
Seres para la reproducción, eso es lo que somos; bichos salidos con el pene en ristre hasta que cae por su peso mirando a hembras de morcillones en los sobacos y en la cintura del pantalón, máquinas de follar en dique seco babeando como dragones de comodo mientras imaginamos unas nalgas que se nos vienen a las manos o unos pechos que nos arrodillen. Seres para la carne sin pase de otra evolución que no sea la de sumar hembras cubiertas. Nuestro gran problema es que sobrepasamos los percentiles reproductivos antes de la mitad de nuestra vida, y eso duele, porque no ser un efectivo reproductor no tiene caso, y lo sabemos, y eso nos hace infelices de atar, viejos verdes de cuarenta tacos babeando hasta el final y siendo sólo deseo morboso y mirada sucia.

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