Hablando ayer con Fernando Sinaga sobre las dificultades de ‘STANDDART’ para conseguir alguna mordida publicitaria que pueda darle oxígeno, me preguntó de pronto... ‘¿Habéis hecho pasillos?’... y me dejó en silencio.
Confieso que no lo sé, no sé si ‘hemos’ hecho o no pasillos porque, entre otras cosas, no sé en qué consiste ‘hacer pasillos’, aunque me lo imagino... me imagino que ese ‘hacer’ responde a uno de los peores cariotipos hispanos... el trabajarse al político, al funcionario intermedio, al amigo del amigo, al primo de nosequién... y venderse antes que ofrecerse, venderse con verdadera humillación al poderoso para que suelte una ‘gallina’ pública en tu corral [recuerdo ahora que cierto periódico extremeño solo da noticia cultural o editorial si quien genera la noticia hace una suscripción VIP de su mercadería... que le pregunten a mi amigo Marino... o, sin ir mucho más lejos, mis salidas por la puerta de atrás como colaborador de ‘El Adelanto’ o ‘Tribuna de Salamanca’ por escribir contra los intereses de un político provincial –un tal Melero– en un caso o de un gran anunciante en otro caso –la entonces llamada Caja Salamanca y Soria–]. Y es que en este país –y en otros muchos también– tenemos la puñetera costumbre de que quien se anuncia no lo hace solo para difundir su imagen de marca en un soporte que suscita el interés de un grupo de consumidores, sino que pretende que los contenidos de ese mensaje se modifiquen en virtud de sus jodidos intereses [como todo parece que tiene precio, pues a lo mejor habría que explicarles que eso es mucho más caro que un simple pago por inserción, tirada y distribución de su anuncio].
Aquí quiero hacer un inciso dirigido a las ‘buenas conciencias’ de placebo, esa gente cercana a los proyectos que de palabra son pura admiración y todo ánimo, y de hecho no son capaces de consumir el producto en su presentación más económica y mínima [quizás ellos sean los mayores culpables de muchos fracasos]... pero nos han educado en la adulación y el inmediato ocultamiento ante la responsabilidad o el compromiso más pequeño.
Lo cierto es que en todo el proceso de creación, elaboración y salida al mercado de un producto cultural digno –y muy brillante, como es el caso– hay siempre un marbete –quizás podría llamarle mejor un eco– del trasunto neoliberal y del moflete capitalista... no se hacen las cosas con el objetivo exclusivo de que lleguen a un sector que las está pidiendo por puro hambre cultural para llenar un vacío que es, sino que se hacen con criterios mercantiles y mercantilistas, ya que nadie, absolutamente nadie, está ya afuera de esa influencia mercantil –a pesar de las palabras grandilocuentes de cada uno–... y ‘vender’ es la meta escondida siempre, una meta a la que le sigue, por cojones, la dura realidad de tener que ‘venderse’... y ‘STANDDART’ no es así, ni quien la inspira está ni de lejos en ese tono... pero la revista –que es ‘multicultural, divergente y contraalternativa’, según reza el pie de su cabecera– necesita ser adquirida por quienes ven en ella un espacio propio de crecimiento y expresión.
El ‘valor’ expreso de los contenidos, uno a uno, y del todo STANDDART, debe estar también presente, yo diría que inexcusablemente, en su forma de distribución y venta, teniendo que hacer el duro trabajo de conseguir que ‘nadie’ que no sea parte directa, lateral o ideológica de esta idea, pueda sacar beneficio de ella por los oscuros caminos del mercado... claro, pero para conseguir eso se necesita que quienes se benefician directamente del chorro estético, informativo y mágico de este proyecto –quienes consumen sus contenidos con placer, que me consta que son muchos– hagan el gesto de tirar de bolsillo y pagar los 5,50 euros que cuesta cada ejemplar –un precio verdaderamente grimio para lo que se entrega– antes de pronunciar cualquier palabra elogiosa o cualquier parrafada de ánimo... y luego hacer correr la voz entre quienes sienten también el vacío que viene a llenar STANDDART, eso o implicarse directamente en hacerse cargo de cinco o diez ejemplares para darlos a conocer en su entorno. Esta será la única forma de seguir y no estar al dictado del mercadeo de las grandes cuentas, la única forma de permanecer ofreciendo un producto cultural de calidad y en libertad.
Sin ayuda oficial, sin anunciantes pequeños o grandes y sin dinero, STANDDART, bajo la mágica dirección de Hugo Izarra, ha dado cumplida nota de la actividad creativa interesantísima de Alberto García Alix, Stephen Berkman, Bruce LaBruce, Daniel Mordzinski, Fréderic Fontenoy, Pedro Juan Gutiérrez, Elliott Murphy, Ajo, Gervasio Sánchez, José Luis Serzo, Miguel Núñez, Richard Brautigan, Fernando Arrabal, Chris Makos, Joan Foncuberta, Filipiros Gonzo, Christopher Lee, Willie Nile, Scott Matthew, Milo J. Krmpotic, Iolanda Zúñiga, Sven Creutzmann, Jango Edwards, Marcus Vaughn, Luis Miguélez, Klaus Kinski, Herzog, Matt Sesow, Tura Santana, Sharon Robinson, Fernando Vallejo, Geoff Cordner, Glitter Klinik, Kiko Amat, Antonio Dyaz, Sarah Kane, Eric Rohmer, Anton LaVey, Montxo Armedáriz, María de Medeiros, Montero González, Sergio Makaroff Dana Ellyn, Laurie Lipton, Julián Rodríguez, Ouka Leele, Jordi Esteva, Kiko Alcázar, Mar Cuervo, Alive, John Lennon o Sal Dulouz entre otros, y lo ha hecho con verdadero oficio y siempre en base a parámetros de conocimiento, descubrimiento e información digna y muy bien trabada.
No podemos permitir que quienes son capaces de producir esta maravilla con un trabajo ímprobo, tengan que desgastarse ‘haciendo pasillos’ para conseguir los dineros serviles de las administraciones, de las grandes fundaciones o de las empresas magras con publicidad dirigista. STANDDART tenemos que ser todos, y cada uno, los que nos alimentamos de su espacio cultural libre y asombrosamente misceláneo. Es solo nuestra responsabilidad que este proyecto siga adelante y vaya sumando lectores afectos capaces de extender la idea sin tener que pasar por el brumoso cedazo neoliberal con todos sus diezmos... es tan fácil como comprar tu primer número de STANDDART, leerlo detenidamente y, ya convencido del hermoso valor del proyecto, extenderlo despacito entre los cercanos con sensibilidad y explicarles que debe ser un proyecto ‘colaborativo’ por encima de todo.
Más de 100.000 personas han leído STANDDART, pero tan solo menos del 10% de los que lo han leído han tenido el gesto de aportar los 5’50 euros que cuesta sacar a la calle cada ejemplar... yo creo que no es justo.
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