Fui al fuego y se me tacharon unas cuantas palabras en la boca... todo fue asombro hasta el punto de sentirme el místico perplejo de la noche... olía a catedral y a dispensario [aquél pequeño y sucio de Longuido], a gente y a calor, a Faulkner casi... y me dejé llevar por el morbo ancestral del ritual pagano, por esa comunal proposición de quemar todo el tiempo pasado con sus cuitas pequeñas y sus falsas miserias... sentí el fuego como un algo genético y me dieron ganitas de saltar sobre las brasas con el pecho pelado... olía a humo viejo y a tarde de cebada, a frenazo y a cueva, a sinrazón y dioses, a sacrificio cruento en una huaca antigua peruana... imagine vestales danzando ante las lenguas, descalzas y entonando un ‘hare’ repetido e hipnótico... imaginé la sangre de las presas recientes dejando cuajarones sobre lo ceniciento, imaginé un vudú y un incensario, un rito de Satán y una misa cantada en gregoriano... estaba en primera fila y el calor era intenso, pero no me importaba, me sentía animal y poseedor de la clave perfecta para el salto zoológico... olía a la camarera de Gorfan y a baobab templado justo en el mediodía, olía a campo de cebollas y a sambusa picante, a mercado ilegal y a crematorio...
Y salieron de pronto los breves saltimbanquis con sus raros tatuajes, unos llevaban pelo de Cochise, otros de Milton y uno de último mohicano... al principio dudaban y ayudaban sus saltos de garrocha y mieditis, pero en cinco minutos le pillaron el punto a la fogata y dejaron que lamiera sus muslos y sus biceps como una amante mantis y caliente.
Yo me olvide de este ser lo que soy y comencé a saberme esa exacta prehistoria que cabalga en mis genes.
El fuego me fascina y, en un instante lúcido, me hizo entender que hay algo para llamarlo ‘Dios’ en ese crepitar entre las llamas.
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