Yo salía a pedir ‘una perrita pa san Juanito’ con Angelito y Manolín... siempre llevaba un cenicero negro de aluminio de la marca ‘Cosver’ que me dejaba mi padre para recoger las pesetillas... entonces hacíamos los arcos de san Juanito en los portales de las casas [la propia o la de algún amigo] y todo se arreglaba con una estampina del santo, mucho verde –que recogíamos el día antes en el monte de El Castañar–, una colcha vieja de casa para tapar el maderamen que hacía de mesa y un montón de cadenetas que habíamos hecho entre todos en el altillo de Vicente durante la semana... todo se remataba con una bandeja de alpaca para ir acumulando el dinero –y que se viera– y un par de botellas de Frufrú para salvar nuestros cuerpecillos de niños del calor que ya pegaba duro en esas fechas... y los críos nos movíamos por las calles, en pareja, diciendo a todo el que se cruzaba con nosotros la misma frase petitoria: ‘una perrita pa san Juanito’... y el demandado contestaba: ‘san Juanito no come’... y los críos respondíamos: ‘pero usa calzones’... y después de ese rito inquisitivo y contestador, caían algunas pesetillas en el plato.
Era norma entre mi grupo –norma aceptada por todos los que lo formábamos– sisar alguna de aquellas pesetillas para pillar unas chuchería en el puestito de ‘El Cojo’ [también conocido por ‘La Dominica’, que era la mujer de El Cojo]... allí caían chicles Bazooka, pirulís gordos de fresa, refresco en polvo, regaliz [lo llamábamos ‘tracto’ –que venía de ‘extracto de regaliz’–], pastillas de leche de burra, regaliz de palo [que acababa hecho una escobilla en la boca], altramuces, chufas y caracoles en cucurucho de papel de estraza, serpientes de gominola con azúcar... ese tipo de cosas...
Recuerdo esos días como días nuestros al completo [si no queríamos ir a comer a casa, nadie nos regañaba], días de economía floreciente [lo mismo nos juntábamos con doscientas o trescientas pesetas para gastar entre seis o siete, que eso era una pastizara] y fugaz [por la noche lo habíamos gastado todo en helados y pelagaterías]... también era chuli el ratino de la tarde en San Juan degustando refrescos gratis de Molina y asistiendo a la entrega de premios a los mejores arcos... ya entonces –como ahora– ganaban los que habían contado con alguna ayuda de adultos, que llegaban a tener hasta un corderito lechal vivo... y eso nunca pude entenderlo –como tampoco lo entiendo ahora–... no se premiaba [no se premia] el trabajo de los chicos, que en realidad era [es] el que se hacía con ilusión limpia y con verdadero empeño... y eso acababa dejándonos una impronta cabrona de injusticia constante a la que acabábamos apuntándonos [recuerdo que un tal Paquito ganaba todos los concursos de dibujo del cole porque su padre, que tenía una mano estupenda, le hacía los trabajos al completo... yo le decía al mío que me los hiciese a mí, pero mi padre tenía mucho curro, no disponía apenas de tiempo y su mano dibujera no era comparable con la del padre de Paquito]... y de ahí nos quedó esa cosa insoportable de falsedades y egoísmos, de ahí nos vino este no valorar el trabajo propio y el constante buscar la forma de que otro nos haga lo nuestro... y quizás de aquello viene el fracaso enorme de la educación en España [me da que no exagero, aunque lo parezca], en que formamos a nuestros hijos más en el contravalor de aprovecharse del trabajo ajeno que en el valor de fomentar y premiar el trabajo propio, en malenseñarnos que el éxito se compra siempre...
Lo que puedo decir es que yo me lo pasaba estupendamente cuando era un crío con esto de san Juanito y que me queda un recuerdo que he intentado llevarlo al terreno de la ilusión en mis hijos... y sé que Guille ayer disfrutó como un campeón con sus coleguillas... así que ¡Viva san Juanito!
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