“He oído que has dejado tu empleo... sí, ha sido un impulso autodestructivo... perdona, pero estábamos hablando de orgasmos...” y “DONT WALK” contrastando en la noche de Manhattan o “no tomo alucinógenos porque hace unos cinco años los probé una fiesta y... ¿y qué?... intenté quitarme los pantalones por la cabeza...” y Annie reía.
El “tequiero” resulta una expresión insuficiente porque el “teadoro” es un término más redondo, dijo mientras la besaba... y a mí se me venía un sabor acre a la boca, un sabor de estos días cansados llenos de pensamientos extraños. Cuando me llegan experiencias que me llevan a pensar sobre el sufrimiento, tiendo a refugiarme en Woody Allen, fundamentalmente en ‘Manhattan’ y en ‘Annie Hall’... y pongo las pelis una y otra vez, y vuelvo atrás en las escenas para saborear los geniales diálogos, las caras de los personajes, la ropa que llevan puesta, los fondos de cada plano, los muebles, los escaparates de las calles... hasta que me calmo y vuelvo a ese tono magnífico en el que la vida es estar con cuatro o cinco ideas bailando en la cabeza...
“Tengo un punto de vista realmente pesimista sobre la vida... creo que la vida se divide entre lo horrible y lo miserable. Ésas son las categorías principales... lo horrible sería... no sé, los enfermos incurables... Me refiero a los ciegos, los inválidos... Y, después, lo miserable, que incluye a cada uno de nosotros. Lo engloba todo. Así que tenemos que dar gracias por sentirnos miserables, pues la otra alternativa es aún peor...”.
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