Saturday, February 12, 2011

Noche de urgencias.


Una complicada neumonía de Ángel me llevó anoche a la sala de espera de urgencias del Hospital Clínico helmántico para pasar un tiempo intenso y agobiado entre un montón de gente con cara de preocupación y agotamiento. El olor era nauseabundo [baste decir que hay dos baños individuales en la misma sala de espera en la que se acumumalaban como mejor podían entre cincuenta y setenta personas, que las conté, que utilizaban esos baños con frecuencia]. El trámite lento de las pruebas y el continuo llegar de ambulancias con nuevos pacientes hacía que la previsión de la noche fuera larga, así que me lo tomé con calma, ya que no me dejaban estar al lado de Ángel y solo tenía que esperar a que avisasen por megafonía gritando: “¡Familiares de Ángel García, sala polivalente!”. Así que me dediqué al delicioso trabajo de observación y a salir de vez en cuando a fumarme un cigarrito al raso salmantino [hacía un frío importante].
El colectivo ‘urgente’ era realmente misceláneo... una recua de gitanos de todas las edades [y todos parecían de la misma familia], que había desde niños de cuatro o cinco años hasta un par de ancianitos chuletas, pasando por unos diez o doce jóvenes con absoluta seguridad en sus pasos y en sus gestos; un matrimonio joven rumano y como acomplejadito, acodado en una esquina mientras ella tosía como un cosaco en el Gulag; dos jovencitas hermosas que de vez en cuando hablaban en un idioma del Este de Europa que no supe enfocar, y que pasaban de dar cabezadas en sus sillas a hablar animadamente; una japonesa delagadita y toda vestida de negro [excepto unos calcetines azulones con un dibujito de Hello Kitty] que no hacía más que tocarse la cabeza de forma compulsiva y que de vez en cuando me miraba fijamente a los ojos; un tipo bien vestido con cara de preocupación que me recordó mucho en sus gestos y en sus formas a mi amigo Alberto [le notaba algo raro en su pose, hasta que me percaté de que tenía un brazo articulado y la mano que asomaba era de goma y muy bien acabada... llevaba siempre ese brazo recogido contra el vientre y en él apoyaba el otro, acercando constantemente la mano buena a la cara con movimientos de verdadera preocupación; una chica jovencita muy bien preparada que tenía los ojos hinchados y enrojecidos de llorar, una mujer que de vez en cuando se levantaba para imprecar a los celadores de forma bastante desagradable... “llevo aquí con mi madre desde las tres de la tarde y aún no nos han atendido... y los médicos están ahí sin hacer nada... y las enfermeras pasan y no nos hacen caso... estoy hasta los cojones de esta sanidad de mierda...”... mientras todos callábamos y mirábamos para otro lado; un chico joven con barba tirado en el suelo con ostensibles gestos de dolor [pasó más de una hora hasta que una enfermera le sacó una silla de ruedas para que esperase sentado a que le atendiesen], una familia completa discutiendo vivamente sobre las medicinas que había tomado su familiar enfermo, una señora de Vitigudino que se sentó a mi lado en la calle mientras fumabamos un cigarrito y me contó, sin más y sin que yo le diera pie a ello, toda la historia clínica de su madre y que tenía dos hijos a los que había dejado solos en su casa de Vitigudino y que no había cenado... "porque no se saben hacer ni un huevo frito y se les rompe la yema al echarlos en la sartén"... y que seguro se iban a pasar su ausencia a base de leche y bollería... “pero les he dejado algo de dinero... con eso se arreglarán”... y un matrimonio con muy buena pinta acompañando a su hija jovencita, a la que se le notaba un malestar importante... y dos chicos jóvenes caminando muy nerviosos por toda la sala que conseguían sacarme con su paso agitado de mi concentración... y otro montón de gente a la que observé menos, porque parecían de paso comparados con el grupo más estable de la sala.
Soy fumador compulsivo y tuve que hacer varias salidas a la calle para fumar. Los dos primeros cigarrillos me los fumé a unos diez metros de la puerta de urgencias, acompañado siempre de diez o doce personas que estaban en la misma situación y con el mismo vicio que yo... pero al tercer cigarrito se me acercó una pareja de seguridad y me indicó que allí no podía fumar [también lo hicieron igual con mis azarosos compañeros de fumeque], que debía irme a cien metros de la puerta... así que conté cien pasos largos desde la puerta y busqué un escalón en el que sentarme a quemar mis cilindrines y a pillar un buen frío en los riñones... y allí establecí mi base de operaciones para los siguientes cigarritos. Pasadas dos o tres salidas fumequeras desde el aviso de la autoridad, vi que frente a mí, y detrás de un kiosko de prensa que hay a la entrada del hospital, uno de los seguratas que me llamó la atención se estaba fumando un cigarro a escondidas... le chisteé desde mi escalón, me miró y le dije: “ahí debe estar usted a unos setenta metros de la puerta, que he medido la distancia con pasos y el límite está justo donde yo estoy”... el tipo me lanzó una sonrisa que sonó en el silencio de la noche como un graznido, tiró su cigarro, que estaba a medias, y tomo camino hacia la puerta de urgencias sin decir nada. La señora desagradable que se quejaba en voz alta de la sanidad pública, que en ese momento estaba fumando también cerca de mí, dijo en alto: “son unos hijos de puta... ha hecho usted muy bien en decírselo”... y lanzó un escupitajo que quedó como un chicle como a tres metros de donde yo estaba.
Y por fin ingresaron a Ángel en planta y pude salir de aquel ambiente enrarecido.
No me gustan nada los hospitales.

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