Vaticaneba España mientras me desperezaba esta mañana con la tele en marcha... y al octavo bostezo me di de bruces con los chapines de rubí de Benedicto hermoseando el contraste con todo su albo vestuario... un figurín con chepa y alzacuellos, con bonete y manita quieta en alto, como dando una paz que no representa ni por asomo... y en la mano un anillaco gordo de oro macizo... se acercó hasta nuestro Rey, que humilló, y luego le puso a la reina prehumillada el anillo en la boca... todo el compendio significativo de un país, al que pertenezco, humillando ante la figura de un líder nada democrático [recuérdese la estructura piramidal de la Iglesia Católica] que aún se alimenta de medievalismo... y yo también me sentí humilladete de cojones.
Y que el líder galáctico, universal y endiosado se subió a un escenario entre Rolling y Julio Iglesias para decir a los jóvenes católicos que hay que ir a misa los domingos, que hay que confesarse con frecuencia y comulgar, que no hay que echar kikis y, por tanto, no usar preservativos; que no hay que meterse en las modas, que no hay que creerse dioses [fíjate tú quién va a decirlo]... que solo le faltó lanzar a los somalíes ese mensaje del chiste de que ‘hay que comer más’.
Hay demasiadas cosas que me indignan de los viajes papeles [el gasto desmesurado y sin contención... por comparación con las grandes y graves necesidades del tercermundismo], pero la que me afila el cabreo como una cuchillita de afeitar es la doble moral que se patentiza en los discursos y en los fastos.
¿Sabe el colega Bene que el mundo mueren al año 21 millones de personas por hambre y desnutrición y que por cada uno de sus minutos de gloria se podría alimentar durante tres meses a 8.723 personas según los cálculos de coste de alimentación básica de la OMS [cada minuto del viaje del Papa a España ha salido a 13.333 €]?... huelgan más preguntas con este solo dato, ¿no?
Quiero recordar ahora un episodio de mi viaje a Tanzania que ya he relatado alguna vez, y lo hago porque me gusta hablar de lo que he visto y he vivido, de mis experiencias personales, para no caer en el turbio mundo de la generalidad... viajé con mi colega Juanito hasta Tanzania para hacer entrega de unas escuelitas que habíamos construido allí [por supuesto que pagamos los viajes y las estancias de nuestros bolsillos], exactamente a la zona de Mangola, en la región de Karatu. En el poblado de Mangola Chini contábamos con un voluntario desplazado que llevaba un año trabajando en la zona para la construcción de aquellas escuelitas y pasamos con él todos los días tanzanos. Una vez establecidos en el poblado, nos dimos cuenta de que otras organizaciones de ayuda tenían todos los servicios centralizados en una ‘casa/misión’ espiritana que dominaba todo el valle de Mangola... allí se alojaban, guardaban sus vehículos, hacían sus comunicaciones por satélite y todos los etcéteras que se puedan imaginar... era como un gran hotel en medio de los campos de cebollas, un hotel con piscina, agua clorada, habitaciones perfectamente pertrechadas a la europea, iglesia, televisión, servicio telefónico y de internet... y una extensa flota de camiones y todoterrenos que alquilaban tanto a los representantes de las organizaciones solidarias que allí acudían como a los nativos que precisasen hacer algún porte de mercado o un simple viaje... también había un dispensario médico lleno de medicinas fruto de donaciones y subvenciones [medicinas que se cobraban a los nativos que las precisasen, como pudimos comprobar por testimonios de la gente de Mangola]. La misión estaba dirigida por tres curas españoles [uno era particularmente odiado por los nativos y nos contaron que era un exlegionario con muy mal carácter]. La zona era mayoritariamente musulmana y el obtener agua clorada para el consumo humano requería un paseo de más de 10 kilómetros para acarrear el agua desde un sucio regato hasta el poblado y ponerla en filtros de piedra caliza para su filtrado por goteo, lo que llevaba a obtener un litro de agua potable cada dos o tres horas de filtrado. Pues bien, los curas tenían un pozo con los correctos procesos de cloración y disponían de agua abundante para dar de beber a todo el valle de Mangola, y su sistema de reparto era como sigue: se celebraba una misa y solo se repartía un bidón de agua de cinco litros por persona a quienes asistían a esa misa [recuerdo que casi toda la población es musulmana] mientras que, intramuros, los sacerdotes y sus acogidos tenían una hermosa piscina donde se quitaban el asfixiante calor del valle cuando les venía en gana.
En resumen, daban el agua a cambio de asistencias forzadas a misas, vendían medicamentos que habían recibido gratis de proyectos europeos, alquilaban todo su parque móvil a altos precios [un parque móvil enorme que procedía de los diversos proyectos realizados en la zona por innumerables ONG’s, ya que una vez acabados los proyectos, el material móvil era cedido a la orden católica para su uso en beneficio de la población] y cobraban como un hotel a los voluntarios desplazados para ayudar en los proyectos internacionales.
Nuestro hombre en Tanzania, que a su llegada a la zona cayó en las redes de la ‘misión’, tardó un par de meses en discutir seriamente con los tres curas y en desplazarse al centro de Mangola para vivir en una de sus cabañitas y gestionar nuestros proyectos fuera de las ambiciosas manos de aquellos tipos.
Durante los días que estuvimos allí, los curas misioneros recibieron la visita de la esposa de Emilio Botín –llegamos a ver los fastos de lejos–, que parece ser que les premió con una subvención magra, según nos contaron unos voluntarios de ISF que vivían en el hotel/misión.
Imagino que no todos los misioneros son iguales ni que las misiones católicas repartidas por el submundo tienen el mismo trazo, pero me remito a todo lo que vieron mis ojos durante aquellos días en Mangola.
De vuelta a casa, hicimos una parada de dos días en Arusha, la segunda ciudad de Tanzania, para pillar nuestro avión de vuelta en el aeropuerto del Kilimanjaro. Preguntamos, por curiosidad, por la sede de aquella organización católica en la ciudad y enseguida nos dieron señas... un edificio regio, enorme, rodeado de magníficos jardines y situado en el centro de la ciudad era su sede... paseamos por sus alrededores y nos dimos cuenta enseguida de la ‘utilidad’ que algunos cristianos saben sacarle al dinero para los pobres.
Fue muy triste, colegas... y lo siento, Benedicto, me encanta el relativismo como idea de uso.
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