Tuesday, August 2, 2011

Vuelve Luis Pastor



Vuelve a Béjar Luis Pastor para cantar la semana que viene en La Alquitara, y retomo un texto que comencé por contrato con el ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid para hacer una biografía del colega, un contrato que se torció pronto por no sé qué debacle electoral y que quedó perdido en los archivos de mi ordenador... os dejo la parte de trabajo que tenía más o menos hecha para que no muera en mi computadora (perdonad si contiene erratas, pues era una primera toma).
Hermoso volver a abrazar a Luis, coño... le regalaremos un STANDDART.

TEXTO INACABADO PARA UNA BIOGRAFÍA SOBRE LUIS PASTOR QUE SE TORCIÓ EN TRES DÍAS.

Mientras la televisión norteamerticana transmitía en directo la explosión de una bomba atómica en Nevada y el programa radiofónico de Bobby Deglané voceaba las historias del «Enano Tipiski», de Tip y Top, llegaba al mundo un tipo extraordinario en Berzocana, un pueblecito de la provincia de Cáceres que anda por la Sierra de las Villuercas, entre Guadalupe y el Puerto de Miravete. Luis Pastor vino a llamarse el muchachino después del nueve de junio de 1952, día de su nacimiento.
Y lo mismo fue viva señal de luz el que, en idéntico tiempo, Luis García Berlanga estrenase su genial película «Bienvenido Mr. Marshall», que Fred Zinnernmann hiciese lo mismo con su «Solo ante el peligro», llenito de Gary Cooper y Grace Kelly, o hasta que Elia Kazan nos regalase para la eternidad aquel «Viva Zapata» impresionante... sin duda, el niño Luis Pastor nació bien acompañado, y hasta bien servido, pues, en el mismo año, España entra en la Unesco, se suprimen las cartillas de racionamiento, se nacionaliza la Compañía Telefónica, cuatro ceneteros son condenados a muerte en Barcelona, se establece la libertad de precios y comercio, Ricardo Zamora es nombrado seleccionador nacional de fútbol, sale a la venta el álbum de cromos «Mujercitas», el dictador inaugura el pantano del Ebro y fallecen Evita Perón y Jardiel Poncela... Grandes señales para el tercer hijo de una familia de cinco hermanos, el justo jueves de una familia campesina.
En Berzocana, el decenio del cincuenta compone un paraíso donde crecer y aprender/aprehender, con una naturaleza propicia para la magia del descubrimiento y un entorno ideal en el que sorprenderse a cada segundo, y más si el protagonista es un niño despierto, como es el caso. En ese decorado ideal transcurren los primeros años de Luis, y lo hacen en el trajín de la escuela, la casa, la plaza, la iglesia, el campo y la voz inigualable de su madre, Nicolasa, cantando siempre a la par que hacía las múltiples labores del hogar –dice Luis refiriéndose a su madre: «La recuerdo como una mujer con un potencial increíble. La época que le correspondió vivir no le dejó demostrar lo que tenía dentro»–. Para Luis, Berzocana suponía una aventura constante con su gente y sus alrededores... «Era todo un reto atravesar aquellos confines. Más allá de la seguridad que suponían los muros donde empezaba la vegetación y terminaba el pueblo, todo dependía de nuestra valentía.».
De su primer periodo escolar queda nítida la imagen de don Pedro, el maestro, que a la vez que obligaba a sus alumnos a cantar el Cara al Sol –era norma en aquellas fechas oscuras–, también les enseñaba montones de canciones populares que se quedaron nítidamente grabadas en la memoria de Luis. Estas primeras canciones, junto a las que aprendió en la iglesia del pueblo, conformaron una impronta muy bien trabada y un referente musical de clara influencia en la obra creativa de nuestro trovador, no en vano aquél era un tiempo en el que las canciones y la música tenían una presencia viva entre la gente, no sólo en los festejos, sino en el trabajo y el devenir diario. Y también estaba la radio, que por aquellos años emitía sin cesar las voces de Rafael Farina, Joselito, Marisol, Antonio Molina, la Niña de los Peines, Pepe Pinto o Tomás de Antequera... «Yo cantaba El Monaguillo con la misma vocecita de pito que Joselito y, cuando bajaba mi calle hacia la plaza, algunas vecinas me paraban y me pedían que les cantase».
También tiene Luis un nítido recuerdo de su padre, del que dice que siempre fue un «cantarín», siempre haciendo sonar coplas mientras trabajaba arando el campo a solas –posteriormente, y para avalar esta afirmación, Luis Pastor hizo subir varias veces a su padre para cantar junto a él en los escenarios donde actuaba, y terminaba, según palabras de Luis «haciéndose dueño del micrófono»–. Y existe una bella justificación para toda esta tradición «cantarina», pues el abuelo materno, que vivió hasta sus últimos años con la familia, se dedicó a la música, pues con 16 años había emigrado a Argentina y, cuando volvió a España, tenía aprendido el oficio de sastre y tocaba la guitarra con muy buenas maneras. Años más tarde se hizo sacristán y tocaba el órgano de la iglesia. También conocemos que un hermano del abuelo que residió en Navalmoral de la Mata fue flautista... De esta tradición familiar y de aquella genética musical daban buena cuenta las fiestas navideñas vividas en familia, en las que Luis asegura que les daban las ocho de la madrugada cantando canciones alrededor de la mesa camilla.
En el año 1960, con un Luis de ocho años –un rabo de lagartija–, la familia no ve futuro en Berzocana y busca salidas en aquella marasma de continuos movimientos de población rural que se dieron en la época. Se fueron a vivir a Navalmoral de la Mata, donde Nicolasa tenía un primo que les animó y les facilitó las cosas, no sin antes despedirse emocionados de todo el pueblo de Berzocana en la era, todos los hermanos subidos en el camión que los sacaría del pueblo y con uno de ellos enfebrecido por el sarampión –Luis no recuerda bien si era él o su hermano Pepito.
El sesenta fue un año importante para la sociedad española, pues con él se iniciaba un decenio de crecimiento en el que Yuri Gagarin se convirtió en el primer astronauta de la historia, dando un paso que se culminó ocho años después con la llegada del hombre a la Luna.
En España, el decenio de los sesenta fue testigo del auge del negocio turístico que, con las divisas que generaba y con las que enviaban los sufridos emigrantes españoles desde Alemania o Francia, consiguió que nuestra economía fuera en franco crecimiento. Por las ciudades españolas se podían ver los frutos de ese crecimiento económico en forma de «Biscuters» y «Vespas» que llenaban nuestras calles de bullicio y buenas sensaciones. Hasta tal punto crecimos, que en el año 1962 desapareció la «perra gorda» como moneda de uso y el régimen aprovechó la buena circunstancia económica y el 25º aniversario de «La Victoria» (?) para venderse con el estreno de la película «Franco, ese hombre». El 63 fue el año de la «Talidomida», pues se comprobó que era la causante de miles de taras físicas en niños nacidos en ese lustro, una generación marcada. En el 64 reventó la guerra de Vietnam, y con ella llegaron los movimientos pacifistas norteamericanos, que se extendieron por todo el mundo: los «beatnicks» y los «hippies» con su grito de «¡¡¡Haz el amor y no la guerra!!!» y el desmedido consumo de LSD. España, mientras, se regocijaba en la moda «Ye-ye», en la sexta Copa de Europa conseguida por el Real Madrid y en el salto de la rana de El Cordobés. También nos llegaron «La Yenka», el «Yesterday» y el «Satisfaction» del los Rolling junto a los éxitos de Karina, Massiel y Manolo Escobar... y la minifalda que Mery Quant lanzó junto a la modelo Twiggi, el fresquito mental de los bikinis y las universidades cerradas con expulsiones de sus cátedras de profesores tan emblemáticos como Tierno Galván, Aranguren o Agustín García Calvo.
Fueron años de una tele «Bonanza» mezclada con aquello del contubernio judeo-masónico que nos impedía entrar en el Mercado Común Europeo, con la bomba atómica de Palomares y el baño playero de Fraga Iribarne, con el referendum de la Ley de Sucesión del Estado que llevaría al entonces Príncipe Juan Carlos de Borbón a ser el sucesor del fascista con título de Rey, con el padre Peyton bombardeándonos desde la tele con aquella rechifla de que «la familia que reza unida, permanece unida».
En este ambiente, con «Psicosis», de Alfred Hitchcock presentándose en estreno en los cines de Madrid y los niños cambiándose cromos de «Ben-Hur» a la salida de las escuelas, Luis Pastor se coloca en una tintorería de Navalmoral de la Mata, en la que cobraba veinte duros al mes –cuando cobraba– y en la que aprendió a buscar soluciones urgentes de justicia –ya apuntaba el chaval–, pues cuando no llegaban los pagos por parte de su jefe, Luis se cobraba directamente del cajón y le decía a su madre que eran propinas que le daban los clientes. De aquellos días queda en Luis Pastor el nostálgico recuerdo de las excursiones de fin de semana a los pueblos cercanos a Navalmoral con toda su familia y el dueño de la tintorería, que los llevaba a todos en su Seat 600, y también de un tipo al que todos llamaban «El Quitamanchas», pues tenía gran prestigio en esa difícil disciplina, ya que entonces no existían productos comercializados a tal fin.
Por aquellos días, Luis cantaba a todas horas, en la tintorería, en la sastrería, de camino a los recados... y así, cantando, llegó su primera actuación en vivo y en directo. Todo partió de su primo José Luis, que tocaba en una rondalla. Una noche de ronda se llevó a Luis a rondar a las mozas junto a sus amigos, y Luis cantó «Clavelitos» en público con nueve años de edad.
La familia pasó poco menos de un año en Navalmoral de la Mata y a Luis Pastor le quedó como acontecimiento más relevante de aquellos días moralos el que su padre le llevó a un concierto de Manolo Escobar, que para Luis era «un dios».
En 1961 toda la familia partió para Madrid y se instaló en el barrio de Orcasitas, un poblado de casas bajas ya desaparecido. En Orcasitas, Luis fue a la escuela, pero el único recuerdo que permanece de aquellos días de escuela es que la maestra le zurraba de lo lindo. Y de lo que no fueron cachetes y capones, queda vivísimo el recuerdo de la nieve –que nunca había visto en su pueblo–, el barro por todas partes y las tediosas colas para coger agua... Y el cine, al que asistió por primera vez en su vida para ver una película de Marisol junto a dos de sus hermanos... «entramos a las cuatro de la tarde y a la una de la madrugada estábamos allí todavía. Nuestros padres, asustados, tuvieron que ir a buscarnos».
Y de Orcasitas también queda la memoria de su primera novia, que se llamaba Antonia, y a la que sólo vio un par de veces –cosas del amor de antaño–. De aquel tiempo entresaca Luis, con un algo agridulce, sus primeras sensaciones del miedo a la vida, al entorno y a lo desconocido.
Dos años duró la historia de Luis Pastor en Orcasitas, pues la familia decidió trasladarse a Vallecas en 1963, cuando Luis ya contaba once años de edad. Y en Vallecas supo que Madrid era otra cosa, algo exterior y distante que hacía que los inmigrantes sólo se relacionasen entre ellos, una historia de clasismo y exclusión que ha marcado muchas de sus creaciones con posterioridad.
Ya en Vallecas, el padre de Luis consiguió trabajo en la construcción, que era la única posibilidad que tenía, y fue ahorrando hasta conseguir pagar la entrada de un pisito en la Colonia Hogares –por aquellos días, un piso con cuatro dormitorios y baño andaba entre 100.000 y 450.000 pesetas, el alquiler medio de una vivienda digna se ponía en 1.800 pesetas al mes, un periódico costaba 1,50 pesetas, un Seat 600 andaba sobre 65.000 pesetas, un tocadiscos «Phillips» valía 2.480 pesetas y un televisor «Telefunken» rondaba las 14.000 pesetas–. La nueva vivienda familiar se ubicaba en dos bloques de casas situados en un descampado desde el que sólo se veían huertas y trigales. Esta urbanización estaba muy cerca de El Alto del Arenal y de Palomeras Altas.
Asentada la familia, con casa y trabajo, Luis ingresa como alumno en el colegio Nuevos Horizontes, en un edificio que aún permanece en pie y desempeñando la misma función formativa de antaño. Y con el colegio llegó el primer instrumento, pues en la Navidad de ese año recibe como regalo de Reyes una bandurria con la que pudo participar en la rondalla del colegio y aprendió a tocar algunas canciones con un profesor que había llegado de fuera.
Con trece años, en 1965, Luis va por primera vez a Madrid, y lo hace para cantar en un programa/concurso musical de Radio España que llevaba por título «Vale todo», un programa por el que pasó mucha gente que luego fue reconocida, como Ana Belén. El concurso lo patrocinaba Almacenes San Mateo y surante su desarrollo sonaba constantemente el slogan machacón «Almacenes San Mateo, si no lo veo no lo creo». Luis cantó «España, mi embajadora», una canción de Manolo Escobar dirigida a la inmigración, y lo hizo en calzonas y con un flequillito perfectamente peinado y alineado por su madre. La cosa no pasó desapercibida, pues todo Berzocana escuchó al chaval, que había dedicado la canción a su pueblo; lo malo fue que el sistema de votación no iba en parámetros de calidad, sino en parámetros de consumo, pues sólo quien comprase en Almacenes San Mateo el día del concurso podía obtener un vale para la votación adjunto a su ticket de compra. Y ya se puede imaginar que los pocos votos que obtuvo Luis fueron los de su madre y los de algunas amigas de la familia que fueron a comprar ese día a Almacenes San Mateo para poder votar al niño. Vamos, que no pudo pasar a la siguiente fase del concurso.
Cantaba bien Luis, que quienes le conocieron en aquel tiempo lo corroboran, pero no era buen estudiante, circunstancia que en el año 1966, con catorce años, le lleva a abandonar el colegio Nuevos Horizontes para ponerse a trabajar de botones en la Alianza Española de Seguros, una aseguradora de caracter familiar –eran muy corriente en Madrid por aquella época este tipo de empresas familiares– que se dedicaba a cobrar recibos mensuales por asegurar un entierro digno a sus clientes. Para Luis era un trabajo muy cómodo que consistía en hacer recadillos y moverse de un lado para otro.
Por aquellas fechas, la voz de Luis cambió, hasta el punto de que llegó a pensar que no volvería a cantar nunca más, pero la música le volvía loco y, un día, decidió vender la bandurria para comprar su primera guitarra, que le costó 600 pesetas, y la guitarra le llevó a las iglesias de los barrios, donde empezó a cantar, sintiéndose muy cómodo con aquellos curas tan distintos a los de la Iglesia Católica que él había conocido hasta entonces. Eran curas comprometidos con la causa de la inmigración y de la pobreza, y tanto sus mensajes como sus hechos iban dirigidos a ayudar a los necesitados, alejándose mucho de los mensajes de la Iglesia tradicional... y así, poco a poco, se fueron abriendo para los ojos de Luis Pastor los caminos de la cultura y de la lucha por la justicia social.
Aquellos curas obreros que tanto influyeron en Luis venían de Francia, y Luis recuerda particularmente a Fabriciano Prieto, que sabía tocar la guitarra y formó un grupo en el que tocaban él, Eulogio, Amós y Luis –todos tenían guitarra–... «Decidimos comprarle una batería a Eulogio, pero como no teníamos dinero, los domingos nos íbamos por las casas vendiendo galletas y champú. Creo recordar que nos costó veinticincomil pesetas. Una barbaridad, un timo». El grupo ensayaba todas las tardes en una caseta de madera, junto a la iglesia, en el mismo lugar donde se hacían reuniones con grupos de jóvenes después de la misa del domingo, jóvenes que venían del Alto del Arenal, del Pueblo de Vallecas, de Palomeras... muchachos que conformaron un valioso grupo para desarrollar actividades, siempre apoyados por aquellos curas. Era un tiempo contradictorio y apasionante, con Radio Requeté de Navarra prohibiendo la música de los Beatles en sus emisiones, con «Los Picapiedra» y «Los Vengadores» en los televisores, con éxitos musicales como «Con un sorbito de champagne» de Los Brincos, «Yo soy aquel» de Raphael, «Black is black» de Los Bravos o «Puente sobre aguas turbulentas» de Simon&Garfunkel; con las desaparicones de Buster Keaton, Walt Disney o Pepe Isbert; con «Pumby» alzándose con el premio a la mejor publicación infantil española, con Manolo Santana ganando en Wimblendon, con el Seat 850 llenando las calles de las ciudades y con los curas usando «cleriman» en vez de sotana.
Cuando Luis cumple sus dieciséis años (1968), ya piensa que la vida es bonita, y su devenir discurre entre reuniones en torno a la Juventud Obrera Cristiana (JOC), de gran importancia en las luchas obreras desde principios del siglo XX. En la JOC se recibía educación, se reivindicaba la dignidad de los trabajadores, se luchaba contra la explotación... y de allí salieron muchos líderes de movimiento obrero español.
Y con su participación en la JOC, Luis empezó a leer, a reunirse y a conocer a otros jóvenes, a montar grupos con otras parroquias de Vallecas, a hacer apostolado en los bares para que la gente se agrupase en la lucha obrera... se organizaban capeas, conciertos, debates, actuaciones teatrales... y se aprovechaba cualquier circunstancia para hablar de todos los temas que les preocupaban.
En esta dinámica, ya en el año 1969, su grupo es multado por hacer un concierto, que se realizó en el salón de actos de la Ciudad de los Muchachos, en beneficio de los despedidos de Barreiros. Ya se daban cuenta de que cantar era una perfecta forma de lucha y de convencer a la gente para que tomara postura frente a los problemas sociales. Era el año del mayo francés, el de la edición del primer disco de Joan Manuel Serrat («La paloma»), el de la aparición del disco «Le metèque» de Georges Moustaki, el de los discos sorpresa de Fundador, el de la muerte del rolling Brian Jones, el del asesinato de Sharon Tate, el del primer pie humano sobre la Luna –el de Neil Amstrong–, el del primer campeonato del mundo de Ángel Nieto, el de la muerte de Rocky Marciano, el de la catástrofe de los Ángeles de San Rafael, el del escándalo Matesa y el de la alerta pública que Fraga Iribarne hizo sobre el anarquismo y la subversión que imperaban entre los universitarios españoles, imponiendo el estado de excepción en todo el territorio nacional durante tres meses.
Y durante el verano de aquel año intensísimo, Luis viajó con su grupo durante el verano para cantar a los emigrantes españoles de Bélgica, Holanda, Italia y Alemania. Llevaban ya entre su repertorio canciones de Paco Ibáñez, una voz que llegó hasta Luis Pastor gracias a su amigo Rufo (uno de sus mejores amigos y su mánager durante diecisiete años).
Con ganas e ilusión, Luis empezó a estudiar solfeo, pero el entusiasmo duró poco, pues aban dono al poco tiempo el estudio de esa disciplina –de lo que se arrepiente cada día– argumentando como excusa que la «causa» le necesitaba y no podía perder el tiempo aprendiendo solfeo. Eran tiempos en los que sentía el compromiso con una fuerza extraordinaria, hasta el punto de que en su trabajo de La Alianza Española de Seguros se pasaba el día dándole charlas a la hijo del dueño sobre los derechos de los trabajadores.
En el año 1972, con veinte años, Luis deja su trabajo en la oficina de La Alianza Española de Seguros y se desencadena un salto cualitativo fundamental en su carrera como cantante. Durante el verano, toma su mochila y la guitarra, aprovechando que le había salido un concierto de la JOC en Córdoba, y decide irse un par de meses a la aventura. Ya en Córdoba, hace muy buena relación con un sacerdote de una parroquia de Santa Coloma de Gramanet que le monta un concierto en Barcelona, donde conoce al músico uruguayo Quintín Cabrera y con el que compartirá casa culé durante seis meses... «Yo había oído hablar de este músico uruguayo y él había oído hablar de mí, así que nos pusimos en contacto por teléfono y me invitó a su casa. Cuando me abrieron la puerta, apareció un tipo enorme, en pantalones cortos y con una camiseta del Montevideo Wanderers. Estaba trabajando la madera, afición que sigue practicando todavía. A Quintín me unen muchos recuerdos y un gran cariño.».
1972 fue el año de «Simplemente María», un serial radiofónico lacrimógeno que obtuvo un éxito escandaloso entre las amas de casa y entre algún que otro varón con pelo en pecho, pero también el del estreno en televisión de «Informe Semanal», el de la detención de Miguel Ríos por consumo de hachís, el de la censura a la comedia musical «Ravos», de Víctor Manuel; el de la primera entrega de «El Padrino» de Coppola, el de la primera edición de Manuel Vázquez Montalbán en la que aparecía el detective Pepe Carvalho o el de las siete medallas de oro olímpicas de Mark Spitz... También es el año en el que Luis Pastor escucha por primera vez, en Barcelona, la música portuguesa. Visitaba con profunda curiosidad todas las tiendas de música y en una de ellas descubrió «Cantares do andarinho», de José Afonso. Cuando leyó la contraportada del disco, en la que se explicaba que el cantante portugués hacía música popular y cantaba en reuniones de amigos, en parroquias y en centros de trabajadores, no dudó en comprarlo y, dice Luis, «lo oí un millón de veces».
Su estancia en Barcelona le llevó a entrar en contacto con su primera casa de discos, Els Quatre Vents, en la que habían grabado María del Mar Bonet, Elisa Serna y Las Madres del Cordero. Y de aquel contacto se grabó el primer disco de Luis Pastor, un disco fallido por obra y gracia de la censura, que prohibió siete de las once canciones que contenía aquel trabajo. Aquel disco tenía una gran influencia de Paco Ibáñez, estaba dotado de toda la fuerza y la ilusión de un primer disco, y contenía poemas de Blas de Otero, Jorge Guillén, Pablo Neruda y Miguel Hernández musicados por Luis.
El fracaso provocado por aquella gente de sombra alargada no amedrentó ni a Luis ni a Els Quatre Vents, y se resarcieron editando un sencillo con el poema «La huelga», de Pablo Neruda, cambiando el título por «La huelga del ocio» y poder saltarse así cualquier problema con la censura. Cuando el disco se comercializó, Luis volvió a Madrid, orgulloso, con él bajo el brazo, y ansioso por enseñárselo a sus padres, que lloraron emocionados al escucharlo.
En 1973, ya en Madrid, Luis decide presentarse a un concurso de villancicos que se celebraba en Pamplona. El concuso lo ganó Marito, pero la actuación de Luis fue muy bien recibida por la crítica y el público, lo que le propició sacar su segundo sencillo, que contenía «El niño yuntero» –un poema de Miguel Hernández musicado por Luis– y la primera canción (de amor) de íntegra cosecha propia, «Hace falta saber».
Aquel segundo disco sencillo de Luis Pastor se sumaba a la pasión televisiva de los españoles por «Kung-Fu» o por «Colombo», al «Eres tú» de Mocedades, al álbum «Made in Japan» de Deep Purple o a la muerte en accidente de tráfico de Manolo Caracol. Fue un año complicado y a la vez esperanzador, pues ya asomaban las ganas de libertad, pero aún se podían notar los últimos estertores de la dictadura, todo a pesar de que a Luis Buñuel se le reconocía en Hollywood por su película «El discreto encanto de la burguesía» –lo que sentó muy mal en el seno de la España franquista– o que la editorial Amaika empiezó a publicar la revista de humor «El Papus», que con su acidez minaba al régimen cada semana.
Al poco tiempo de editar su nuevo sencillo, Luis Pastor es invitado a cantar en el colegio mayor Chaminade de Madrid, resultando un gran éxito. Esa misma noche, por los efectos y los contenidos del concierto en Chaminade, la policía franquista fue a buscarle a su casa para detenerle, pero Luis no estaba allí. Esta circunstancia propició la preocupación de sus padres y para evitarles ese tipo de molestias, Luis decidió irse a vivir con Rufo, Eulogio y Pepe a una casa baja en el Cerro del Tío Pío. Y no era extraño lo que le sucedía a Luis, pues Antonio Gala también sufrió en sus carnes por aquellos días la prohibición para representar su obra «Suerte, campeón», que había sido montada por Marsillach, pero el gobierno lo tapaba todo con los triunfos deportivos –Luis Ocaña ganó el Tour de France, José Legrá se hizo con el campeonato del mundo de peso pluma, la selección española de baloncesto consiguió el subcampeonato de Europa y Santiago Ojeda se alzó con el campeonato de Europa de judo, y todo esto sin hablar de fútbol– o con la última detención de «El Lute».
Luis tuvo que presentarse en la Dirección General de Seguridad para resolver su situación, y allí le enseñaron todos los pasquines que habían repartido en los conciertos de los centros europeos de emigrantes españoles durante el año 1969 –sólo cabía suponer que los emigrantes tenían «secretas» camuflados entre ellos para vigilar todos los movimientos de los exiliados políticos–. Ante lo que le mostraban, Luis argumentó que era cantante y cristiano, pero aquello no sirvió de nada y le impusieron una multa de 50.000 pesetas que en aquellos días era un dineral que Luis no tenía. Para pagar la multa se hizo una colecta con el apoyo de gente que estaba con la canción protesta y la apoyaban desde la radio y la prensa. Aquellos tipos eran Manolo Tena, Moncho Alpuente, Gonzalo García Pelayo, Manolo Lombáu o Antonio Gómez. Y se pagó la multa mientras Carrero Blanco volaba por los aires fruto de un atentado de ETA en la calle Claudio Coello de Madrid y un Nixon derrotado firmaba la paz en la Guerra del Vietnam.
El año setenta y tres acabó para Luis Pastor con una invitación a participar en un homenaje de tres días a Rafael Alberti que organizaban los emigrantes españoles en Ginebra. De aquel viaje a Ginebra cuenta Luis que «mientras iba en el tren, puse música a un poema de mi amigo Arbeola, llamado «Villancico para Rafael Alberti», y allí se lo enseñé al poeta y lo canté. Era uno de mis poetas más queridos, y me dedicó su libro. Volví a España feliz y puse música al poema «Quisiera cantar», de Rafael.».
Y llegó el servicio militar. Corría el año 1974, con «Pipi Calzaslargas» llenando las tardes infantiles de los sábados y Federico Fellini estrenando «Amarcord», su mejor película; con el escándalo Sofico salpicándolo todo y con Amparo Muñoz de Miss Universo. Fue un año discreto para Luis, pues todo su afán era pasar desapercibido barriendo barracones y soportando estoicamente todas las tonterías militares. Tan desapercibido pasó, que consiguió desplazarse casi todos los fines de semana a Barcelona para cantar en público.
Durante aquel tiempo estalló la Revolución de los Claveles en Portugal –mientras Luis disfrutaba de su primera pareja seria, Paloma–, Felipe González resultó elegido Secretario General del Partido Socialista en el Congreso de Suresnes y nació para el mercado del tabaco la marca «Fortuna».
El mejor recuerdo que guarda Luis de su etapa de «servicio a la patria» es Paloma, que le regaló a Luis una antología de poemas de Octavio Paz, «La centena», de la que musicó varios poemas.
El final del servicio militar trajo una época bastante fructífera para Luis en el campo de la música, pues consiguió grabar tres discos en tres años consecutivos (1975, 1976 y 1977), ya que las casas comerciales se dieron cuenta de que había un mercado muy interesante en el tipo de música que hacían los catautores y les abrieron sus puertas de par en par. En ese momento, Luis decide hacerse acompañar de un guitarrista, Juan Carlos Fernández.
Esas puertas abiertas consiguen que Luis Pastor retome el disco que había estado trabajandose con Els Quatre Vents, y lo saca con la misma portada y con el mismo título, «Fidelidad» –Durante la realización su grabación, Luis conoció a Jean Pierre Torloise–. , incluyendo todas las canciones que la censura había prohibido. Las cosas se ponían bien para los autores políticos de la llamada «canción protesta», y lo que antes sólo tenía salida en clubes juveniles, ahora iba ganando terreno en escenarios mayores y con más salida mediática. 1975, no en vano, fue el año de la muerte de Franco y el del debilitamiento más notorio del régimen fascista, lo que precipitó la transición hacia la democracia en España, aunque todavía se producirían la prohibición a Víctor Manuel de cantar en Asturias o el secuestro –el día 27 de agosto– las revistas «Destino», «Cambio 16» y «Posible» en cumplimiento de la nueva ley antiterrorista, entre otros muchos restos de aquel naufragio anunciado.
Mientras el régimen sufre la Marcha Verde de 350.000 marroquíes hacia el Sahara para forzar la salida de las tropas españolas y las señales de cambio se patentizan en la autorización de la primera asociación política desde la República –que llevaba el nombre de «Reforma Social Española» y estaba dirigida por Cantarero del Castillo–, Luis va escuchar por primera vez en directo a José Afonso, al que tenía como un claro referente, y a otros portugueses que le acompañaron a dar un concierto en el Colegio Mayor San Juan Evangelista –José Jorge Letria, un cantante del Partido Comunista; Fausto, que para Luis era el mejor después de Zeca Afonso; Vitorino, del Alentejo; y Adriano Correira de Oliveira­–. El contacto con estos autores portugueses resulta muy fructífero para Luis y sus cercanos, por lo que logran organizarles otro concierto en un colegio de monjas de Palomeras Altas, en Vallecas.
España andaba entre los multitudinarios estrenos cinematográficos de «El exorcista» o «Tiburón» y con la locura de ver «Jesucristo Superstar», que llevaba un año prohibida en nuestro país... y Luis Pastor se engolfaba en sus relaciones lusas, admirado, además de por sus músicos, por la Revolución de los Claveles: se aunaban dos intereses de profundo calado para Luis, la música y la espectativa de cambios revolucionarios que tomaba cuerpo real en el país vecino.
Hasta tal punto se involucra Luis Pastor en lo lusitano, que en su segundo disco abandona la influencia de la canción española y de Paco Ibañez que tenía en «Fidelidad», que toma como referente las creaciones de José Afonso y el sonido portugués...

(y aquí lo dejamos por falta de pelas y empuje del ayuntamiento de Rivas)

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