Sunday, November 12, 2006

Ángel García López

Sentir piedad es la forma más hermosa de venganza que conozco, pues colma a quien la «asesta» y salva a quien la recibe.
Que no sirve la tierra quemada para conquistar si se compara con una sonrisa piadosa que contenga la sabiduría de la derrota que le otorgas al vencido.

(13:24 horas) Sigue mi Felipe cerril y preadolescente, jodiéndome cada día los minutos de sonrisas que reservé hace tiempo. Está convirtiendo esos minutos de recuperación diaria en los minutos basura que marcan la inflexión entre mi felicidad y mi desastre. Ya no le sirvo como modelo, está claro, ya no me quiere como modelo de nada y todo su afán es chocar conmigo, contra mí. Y yo no sé encotrarle modelos en los que crecer; a su edad los modelos se buscan por uno mismo y se gestionan en clave de gozo y comodidad, no de esfuerzo. Sí, sé que me he equivocado en su educación, pero también sé que me hubiera equivocado con cualquier otro proyecto educativo distinto.
Ahora tengo claro que él marcará su camino y yo sólo podré hacer funciones de refugio y de intendencia, y que con esas razones tendré que saber negociar bien para que no me devore.
Cuando llego a casa por la noche, entro a su habitación y le beso en la mejilla mientras duerme, y le digo despacito todo lo que le quiero –algo que no podría entender si estuviera despierto–. Le tapo con el edredón y percibo que un hijo preadolescente dormido es un gozo del que hay que abusar para no caer derrotado.
Con el tiempo será un buen tipo –ya lo es– y quizás vuelva a mí como antes, pero hecho a sí mismo –mal o bien, que no lo sé ni lo puedo controlar– y volveremos a hacer cosas juntos porque él así lo decidirá.

(17:16 horas) Dos mujeres merendando juntas como en el relato «Arcilla» de «Dubliness», dos mujeres comprando pastelillos, dos mujeres hablando en un café, dos mujeres anarquistas paseando por la Rambla en el 36, dos mujeres odiándose... siempre dan buenos resultados literarios dos mujeres... o no.
Balthus, el hijo de Rilke, pintó a Thérèse con las piernas desnudas y cruzadas, mirando justo detrás de mí, relajada, impúdicamente sentada para la soledad, con sus manos posadas de forma magistral... Y en «Los días dorados», otra Thérèse mirándose al espejo, dejada a su alegre suerte, tendida, desarreglada y bellísima... La genética almacena y desenvuelve, regala y castiga... Y no es azar; es una vieja maleta que se lleva sin saber su calidad de tesoro o de infierno, y se abre un día, y uno se viste con la ropa que contiene, y crea o destruye... o simplemente se ve tan mediocre como sus antepasados y se queda igual, justo donde estaba cuando abrió el bulto genético.
Balthus, Rilke, Joyce... con su cosita Ulyses de imaginarse el padre párroco que en su púlpito acumula el poder... Pavese, Celan, Pizarnik, Zenobia... con sus misterios únicos y eternos... Yo, solitario y tendido como las calles que se estrenan cada mañana, pisadas tantas veces, sinuosas, sin conocer la misión de las sombras que las transitan.
Dos mujeres merendando juntas... Un hombre solo que espera... Las calles preparadas para el desfile de sombras, acumulando pasos perdidos... La genética eclipsándose en unos y amaneciendo en otros... El Norte indefinido que se hace Sur justo a la vuelta... Dios no existe... Dios no puede existir... Dios no debe existir.
(18:44 horas) Debería reírme de cualquier cosa que me afecte y que no dependa exclusivamente de mí; así caminaré más tranquilo, sin intentar ser parte del solucionario hasta que mi única postura sea la de la decisión. Me ahorraré pérdidas enormes de tiempo en pensamientos absurdos y en planteamientos indecidibles, y así podré decdicar más tiempo a mi podre particularidad, a mi fugaz individualidad y a mi pereza creativa.
Somos demasiado de los demás, y todo por voluntad propia, por exacto metichismo, por ese jodido pensamiento que se sustenta en que unidos somos más fuertes –claro, siempre que compartamos sólo los beneficios, no te jode–. Las cadenas de soledad ya son suficientes... como para meterse en los millares de cadenas de cada uno de nuestros conocidos.

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