Añoro el campus universitario, sin cabras, con muchachas que pax pacem en latín, que meriendan pas pasa pan con chocolate en griego, que saben lenguas vivas y se dejan besar en el crepúsculo (también en las rodillas) y usan la cocacola como anticonceptivo.
Homero o semen.
Inútilmente.
Las gárgolas manchaban el turquesa del cielo salmantino, y yo compraba pan bajo las conchas (y un bartolo) y escuchaba a Cafrune como una soledad en el balcón colgado de mi casa en La Rúa, una habitación sucia con un camastro y una mesa pequeña para todas mis cosas. A las cuatro salía a La Latina, si había dinero, para tomar café y echar la tarde en pellas y revistas ‘Madriz’ de trazo grueso. No quería ser nada ni nadie, pero el tiempo me hendía en dondiegos de noche y drosophilas melanogaster dormidas con sus ojos rojos dormidos y en el papel de estraza para secar las plantas en la prensa casera. las muchachas paseaban con carpetas enormes y con lazos a juego con sus vestidos vaporosos y Novelty era una cueva mágica y oscura donde fumar alcohol o beber lo que fuera. Pasaba de rondón por cualquier taxonomía, abría ratones blancos de dos tajos, sacrificaba insectos con aquellas largas alfileres entomológicas y hacía, como un juego, celdillas de compuestos de carbono en mi cuaderno, a veces también leche condensada sobre galletas o mermelada casera de frutos rojos en pan duro. Me molestaba que no hubiera paisaje, me molestaba mucho... ni un jodido árbol junto a otro para alegrar mi vista... y me iba al Judío para tomar manchada con un golpe en la mesa, y así llegaba el vómito... y también Centramina, y también Simpatina... todo era entonces claro; de puro recto, elíptico... y cuadraba el inglés en cada ingle, y el sistema nervioso central de los cordados se atizaba preclaro en la cabeza junto a las dicotiledóneas, las euphorbias y el mágico bromuro en las comidas.
Entonces fue cuando Juanito se trajo de su casa el casette y me puso una tarde las Variaciones Goldberg y me habló de la muerte mientras sonaba el piano [él se dio fin un día de todos los demonios, un verano], fue entonces cuando empecé a entender que uno se muere cada mañana un poco y decidí vivir intensamente... pero aquello no era fácil, ni mucho menos... las chicas que gritaban amor libre se sonrojaban duro al primer tranco y jamás desnudaban sus cuerpos, los grupos ‘radicales’ cerraban cada puerta y solo si accedías a jugártela repartiendo panfletos, te daban dos palmadas en la espalda y volvían a casa con sus padres para el fin de semana... así que comencé a escuchar a Dylan y hasta leí a Kropotkin, y comencé a vestir de negro y a beber cerveza sin vaso... y fue entonces cuando comprendí que uno va solo, igual que se muere... y fui solo mucho tiempo, casi hasta hartarme, mientras me reía de los pantalones campana que llevaban los compañeros que hoy son médicos, dentistas, abogados... ellos se aprendían de memoria tediosos libros de texto y yo me pasaba el mismo tiempo imaginando San Petersburgo o Zurich, leyendo ediciones prohibidas argentinas y flipando con la Primera Internacional... pero volví de pronto, por vergüenza o algo que se le parecía, a las llanuras karsticas denudativas, al trasunto de virus y bacterias, al juego peligroso y medio mágico de las placas Petri y al conteo aburrido de los pisum sativum... lisos, rugosos, verdes, amarillos... pero aquello era nada para un mediocre sin voluntad ni ganas, como mucho un futuro de profesor ridículo en un centro escolar como una cárcel... mal futuro. Así que me eché un par de zancadillas y no pedí mi prórroga al ejército para ser, como poco, el peor soldado de todo Badajoz, ‘La bailarina de ballet’ –me llamaban–, siempre en pantuflas por las caballerizas o arrestado a trasmano limpiando en las letrinas la mierda de los buenos soldados, hasta que me enfrenté a un sargento y todo salió medio bien, porque no era del gusto de sus jefes y yo ya andaba con cierta oratoria que allí era brillo puro, entre tanto zoquete ‘ordene y hago’. Así que, por castigo, me hicieron sin cursillo cabo primero habilitado con firma para compras de material de escritorio del gobierno militar de Menacho, y mi trabajo era de zapa... visitar con frecuencia los despachos, uno por uno, y anotar las carencias... clips, bolígrafos, lapiceros, folios, grapas... y cada lunes ir a hacer compra de aquellas naderías pidiendo presupuesto a los libreros/papeleros, que se hacían purita gaseosa con vales de descuento personales para cerrar la venta... yo no quería los vales, pues me hacían sentir, como poco, ladrón... hasta que un día me dijo uno de aquellos libreros que escogiese algunos libros de sus estanterías, y eso me pareció bastante justo dentro de lo indecente, así que miré con detenimiento los estantes y pillé un par de títulos... el librero me dijo entonces que pillara tres o cuatros libros más... y así comencé mi biblioteca, gracias al ejército español, en Badajoz, cinco o seis libros nuevos cada lunes a cambio de mi firma en cada compra... siempre pensé que aquello fue un fraude al Estado y un pago bien medido a ese tiempo robado por las armas... unos doscientos libros por un año perdido entre mandriles y turutas borrachos no resultó mal pago...
Yo lo noto... para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho.
(Mi consideración al poeta Ángel González por prestarme algunos de sus hermosos versos).
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