Llegamos a los lugares nuevos con ojos miopes de turista... y nos vamos de ellos con las cuatro postales de lo establecido por ley civil y sacra como ‘patrimonio’, pero nos equivocamos siempre, ya que el valor real de los pueblos no está solo en sus construcciones gloriosas y en la grandilocuencia de sus victorias metiditas con tapón en sucedáneos del ‘todo fue bueno y glorioso’.
El verdadero patrimonio de un pueblo está en sus ancianos, en sus casas, en los mínimos detalles cotidianos que se escapan al ojo no avezado... y es ese ‘patrimonio’ el que debiera defenderse a dentelladas día a día por quienes dirigen los pueblos.
¿Probaste alguna vez a sacar a tu hijo a pasear la ciudad con algún fin estético?... yo qué sé, pasear viendo portales, balcones, llamadores, cerraduras, herrerías... pasear mirando con detalle la cara de la gente e imaginar sus pequeñas historias –esas que han conformado el rostro de cada uno.
Cuando algún visitante me pregunta qué hay que ver de interés en Béjar, siempre les recomiendo ir a ver las puertas del barrio viejo, sus cerraduras, las galerías y los balcones... y me miran raro... me hablan de que alguien les ha dicho que no se pierdan la cámara oscura, el museo Mateo Hernández, el Bosque... y yo les digo que eso son naderías comparadas con los viejos portones judíos o incluso con los indefinibles tipos de la Plaza Mayor... luego, como norma, acaban mirando con carita de carneritos degollaos las imágenes primarias y davincis de la cámara oscura y esperando a que abran el museo o su horario coincida con el de visitas a El Bosque.
Ellos se lo pierden.
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