Vuelvo a salir a otoño bejarano, pero esta vez con otros ojos y con un filtro mental distinto, pues salgo a intentar remansarme, a buscarle toda la paz posible para ponerla en contraste con este tiempo agrio y pertinaz... busco profundidad, agotando los ojos en la doble exposición, y enfoque en algunas imágenes que son como individuos de otoño en este océano inmenso de colores y sombras.
El paseo parte de Candelario y me lleva hasta su dehesa entre castaños mágicos y robles de película... luego hasta el pantano de Béjar y hasta el balcón de la cortante que enseña el valle en Hervás. Durante todo el paseo, solo un par de ciclistas y tres coches rompen el silencio lleno de rumores... y entiendo nítidamente que estoy bien, sin un puto euro para pillar el tabaco que me apetece, pero absolutamente identificado con este espacio único al que me siento atado, feliz de que me contenga y me haga fuerte o me deje debilitado hasta la melancolía.
Vivir aquí es un lujo que apenas sé describir, un lujo que no tiene nada que ver con otros hombres ni con sus cosas, un lujo conformado de silencio, soledad, mirada y pensamiento.
Ahora estoy cansado, pero me siento fuerte.
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