Saturday, February 24, 2007

La amistad de verdad es como un regreso.

Amanecí tan nublado como el día, y demasiado temprano para ser sábado con el agravante de haberme pasado el viernes al raso rotulando un camión [llovía]. Quizás el gusanito de esperar esta mañana a Morante, que viene a verme después de un ni se sabe, me haya robado del siempre esperado sueño sabatino.
Salí temprano de casa con el ardor guerrero de encender el primer cigarro, fiando en que PdeT tuviera abiertas sus puertas para hacer el acopio del tabaco necesario. ¡No!, el jodido PdeT estaba cerrado y el mono nicotinero empezó a hacer mella en forma de ansiedad. Solución urgente: pillé una colilla larga de anoche para hacer tiempo o para engañar al tiempo, que es y no es lo mismo.
Salí a fumarme mi colillita a la puerta de la imprenta y miré mi coche con admiración: «¡Qué carro, Felipe, qué carro, el que querías...». Le di una vuelta mientras le echaba el humo y me percaté de que algún hijo de puta le había rayado el morro con inquina. Cosas de Béjar y cosas de todos los sitios. No me importa demasiado, que es un objeto... pero el tipo cagón que lo hizo es un hijo de la gran puta. Jo, a estas alturas preocupándome por los objetos y sin un jodido cigarro entero que echarme a los pulmones. Que le den a todo por el culo.
Bajé despacito, respirando hondo, hasta la Plaza Mayor y me detuve a mirar la megalomanía municipal representada en un espacio frío y desolador... todo granito, esa piedra de nuevos ricos que semipulida toma el tinte de hortera y pretenciosa. No me gusta el cambio que han hecho en mi plaza, no me gusta que estropeen el viejo encanto de la ciudad en busca de votos... pero me da lo mismo, que la plaza es como mi coche y también le han hecho unos cuantos arañazos que quizás se puedan quitar con cien años y varios cambios de gobierno.
Allí pensé en mi hijo Felipe, cada día más rebelde de mí y más fiel a sí mismo, creciendo como en una carrera de obstáculos que se pone él a sí mismo y que le ponen algunos de los profesores que no atinan a aguantarle [a pesar de que yo sí les aguanto a ellos]. Él se construye a la contra y el mundo da pasitos pequeños en aras de su destrucción [también pequeña].
Algún día diré con pelos y señales todo lo que pienso de cómo se trabaja en este tiempo con el más delicado de los materiales humanos, y cobrando, que es lo peor.
(16:19 horas) Acabo de despedirme de José Luis y me parece que se ha ido encantado con su nuevo libro en la maleta. El colega ha estado en el tono de siempre, entrañable, amigo de verdad, vaciándose en todo... me ha dejado un libro muy curioso de Jhon Carey, «¿Para qué sirve el arte?», al que pienso meter mano ya mismo, y una preciosa edición de «Los hermanos Karamazov» realizada por Aguilar en 1959... también me ha dejado feliz de verle activo y vital, con ganas todavía de seguir en esta batalla sorda que es la literatura de la vida.
Tengo que volverle a dar gracias al azar por haberme procurado su amistad y su confianza.
(17:08 horas) Amigo Alberto, mi madre, siempre con la economía justita, como la de Jeanette Winterson, nunca compró objetos, compraba símbolos... horrorosos artefactos que colocaba por la casa con sumo cuidado buscando los mejores lugares para ello... un cuadro enorme con un paisaje y dos ciervos que ocupaba media pared del salón, un reloj con pretensiones de bronce bañado en un dorado brillante que representaba una suerte de diosa subida a un carro, un voluminoso jarrón chino, un portarretratos repujado y vestido de pan de oro en el que encerró una foto de los cuatro de familia, un soporte palillero de madera con seis tenedorcitos de colores vivísimos... Mi madre mostraba/muestra todo eso en su casa robándole el valor de materia de producción de masas y encerrándolo en cierta calidad de símbolo que es impronta de un arte que está aún por entender para los tipos «cultos» y «sensibles».
Yo, además de reírme con ello, que lo hago y no lo niego, muestro un profundo respeto a esa suerte de santuario que representa el amor al arte en uno de sus escalones más vivos y límpios, el de la pobreza que busca una estética en la que sentirse cómodo y singular... humano sobre todas las cosas.
Todos esos objetos componen mi memoria estética y, por qué no, mi raíz crítica. En ellos me reconozco y por ellos calibro el valor de todo lo que me rodea.
Algún día, que será tarde, haré acopio de esos objetos para montarme un santuario absolutamente mío, un santuario en el que sahumaré con amor vivo el recuerdo precioso de mi madre, el de su estética de vida y el de su enorme calidad humana.
Se llega al arte también [o solamente] desde la casa antigua donde crecimos juntos, Alberto.
De Tontopoemas ©...

(22:40 horas) Cuando Gustavo Flaubert aseveró que «la igualdad es sinónimo de esclavitud», quizás pensara en una igualdad por abajo [la igualdad más fácil], una igualdad engañosa definida en sus términos más estrictos. Sí, esa igualdad sería una jodida esclavitud.
No medía Gustavo que hay otra igualdad superior que, además de no hacer esclavos, propicia los valores humanos y tiende a acabar rindiendo a los poderosos. Es una igualdad peligrosa, pues lleva a los enfrentamientos más crueles de los que se resisten a perder sus espacios de poder regalado por genética o por simple y dura herencia material. Esta forma de igualdad es utópica, por supuesto, y se basa en procurar a cada uno de los seres humanos las mismas oportunidades que al resto, los mismos puntos de partida y las mismas coberturas finales. Y de esa igualdad nace con naturalidad la «diferencia», una circunstancia que a pesar de parecer contradictoria si hablamos de igualdad, es perfectamente complementaria [y profundamente necesaria] con una buena praxis.

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