Thursday, February 8, 2007

Las aves son pensamientos sin vuelta.


No fui dado nunca a los signos ni a las premoniciones. Advierto y sigo.
Hoy cumple ocho años mi niño Guillermo, ocho años que hace ahora de la noche bellísima y terrible en que su madre lo puso en el mundo. Guillermo se deslizó aquel día entre las piernas de su madre mientras paseábamos por los pasillos del pabellón de Ginecología/Obstetricia del Hospital Clínico de Salamanca obligados por la comadrona de turno para propiciar el parto. Guillermo cayó de pronto y sólo mis manos y las de Mª Ángeles evitaron que su cabecita se golpeara con el suelo. Todo fue mágico y trágico, pues mientras su madre se desangraba en una sala de partos que semejaba la escena de una película gore, yo me quedé una hora a solas con mi niño desnudo alumbrado por una lámpara azul que le daba calor y envuelto aún en el sebo amarillo que traía de abrigo. Nos miramos los dos durante una hora eterna. Él ajustándose a los rigores del mundo y yo temeroso por la vida de su madre.

Hoy salí a las seis de la madrugada camino de Mérida para realizar un trabajo urgente que nos había requerido un cliente. No sabía cuántos días podría faltar de casa, pues no tenía valoración temporal para realizar ese curro, pero contaba con un mínimo de dos días. Iba a perderme por primera vez en mi vida el cumpleaños de Guillermo, y eso me jodía un punto [a él también, que echó unas lagrimillas cuando se enteró de mi viaje urgente]. Lo tomé con resignación, pues no andan las cosas para ir dejando trabajos sin hacer, y me fui con Ricardo hasta la capital extremeña.
Ya allí, se empezó a producir la bella coincidencia de la que quiero dejar palabras.

Cuando llevábamos aproximadamente una hora de trabajo, nuestro cliente cambió sus planes de forma sorpresiva, indicándonos que el trabajo que debíamos realizar se dividía por tres [había contratado con nosotros el mateado de veintisiete grandes lunas y lo redujo a sólo nueve, eso sin detraer un euro del presupuesto que nos había aceptado, pues entendió que era su voluntad y no debíamos padecerla nosotros (¡)] Todo se ponía de perlas para mí y para Guillermo. Sonreí desde ese instante y aún sigo con la sonrisa puesta.
Trabajamos con eficacia y a la una de la tarde ya estábamos camino de Béjar. Reí, fumé, llamé a mi Guillermo para darle la noticia de mi pronta llegada y conseguí que el camino se me hiciera más corto que nunca.

Al llegar a las estribaciones de Hervás, justo subiendo hacia Puerto de Béjar, aproveché que la lluvia había parado para abrir la ventana de la furgoneta y juguetear con mi mano a cortar el aire –íbamos muy cargados y la velocidad no pasaba de 80 km/h. De pronto sentí un golpe punzante en mi mano y la metí rápidamente para mirarla. Tenía una pequeña mancha de sangre en ella, pero no era mía. Ricardo vio perfectamente cómo un pajarillo chocaba con mi mano y caía inerte al asfalto.
No fue un signo, que nunca creí en ellos, pero la muerte se convocó de nuevo en mi memoria como hacía ocho años, la muerte y la vida en un mismo sentimiento, la alegría y el temor...
Ya en casa, besé muy fuerte a Guillermo y le saqué de compras para que escogiera el regalo que más le apeteciera.
Se decidió por un par de juegos para la PS. Se los compré mientras sentía que la muerte del pajarillo por el azar de mi mano era un trágico tributo a no sé qué.
De Tontopoemas ©...

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