Thursday, November 25, 2010

Afásico de mirarme.

Creer en lo que hago es casi como creer en lo que quiero ser... humo simplemente. Y me tiran de las orejas por no creer en mí cuando no creo y me insultan vivamente cuando decido creer en mí por unas horas... ¿qué es esto?
Cuando me pongo en ese tono afásico de mirarme y autodecirme cosas, me entra un nosequé de mandarlo todo a tomar por el culo [hoy me llamó Tattoo, después de muchos meses, para recordarme su afecto y para decirme que me cuide, que hay gente que me busca para clavarme puñales en la espalda... me rogó que cuide mis palabras y no haga comentarios de la gente de aquí, porque andan buscando razones para pegarme duro... yo se lo agradecí y no le di importancia, porque conozco esa voz pánica de Tattoo, aunque sé que hay algo de verdad en el fondo de sus palabras]... decía que cuando me miro con ojos inquisitivos y hacia adentro, parece que me desinflo, que se me va el aire. Nadie entiende esta necesidad mía de empastar todo lo que me llega y buscarle un tono que lo haga de mí [ni falta que hace], pero a veces me gustaría recibir algún gesto de entendimiento [no me refiero a sonrisas de aceptación ni a gestos admirados, ni siquiera a una crítica suave o feroz... me refiero a una mirada par que sin palabras me indique un ‘sé lo que sientes, porque yo también lo siento’]... luego está el círculo cerrado del pueblo pequeño, el ambiente siempre enrarecido y dispuesto a mirarlo todo con cierta dosis de amenaza o mofa [de esto es de lo que intento defenderme cuando me aíslo]... y lo llevo mal, llevo mal que quienes se llevan rozando conmigo más de cincuenta años no sepan dar medida a la voz discordante, que confundan la verdad individual con el ser falso entre todos... entonces me siento como si fuera el bufón [unos días el bufón triste... pero otros días el bufón irónico y hasta hiriente]... y confieso que me gusta, pues de bufón me percibo más libre y más dejado de todo y de todos... y claro que tiene razón mi amigo Tattoo cuando sugiere que hay quien me odia de cerca y me persigue, que hay quienes buscan razones para hacerme daño... pero es un daño local que no me afecta [eso es lo que no alcanza a comprender mi amigo, que solo me hace daño quien puede, no quien quiere... y aquí no conozco a nadie que pueda –y me refiero a un daño intelectual, que de los otros daños no puedo librarme–]. Sopesándolo todo, que lo he hecho muchas veces, prefiero el lujo de mi paisaje [con todos los defectos de quienes lo pueblan, me refiero a los defectos que me afectan nítida o transversalmente] a sentirme perdido en algún biotopo urbano en el que pudiera percibirme mucho más anónimo en el trámite diario. Amo a mi tierra y también [y a pesar de todo] a la gente que la habita y la hace crecer o la destruye, porque todos son parte de mí por donde se los mire.
¿Y a qué este temor y este afirmarme en lo que soy y en dónde estoy?... pues no lo sé, me vino de pronto una sensación agria y una necesidad de escribirla... en fin, que amo profundamente las estaciones determinadas que me propician cambios de humor [y de vestido], que adoro el monte de hoja caduca y sus cambios afilados de colores, que flipo con este cielo azul intenso y con la promesa de días de nieve, que me alucina la lluvia cuando llega y cuando se va en los días de paraguas, que necesito constantemente ver caras conocidas para que mi mente no se disperse demasiado en la observación, que me muevo mejor en lo pequeño y cerrado que en los espacios abiertos... y quizás por eso permanezco anillado a este lugar poblado por cuadrículas exactas, por rumores absurdos, por fobias inocentes y por odios ridículos. Lo mejor de mi espacio es que cada cosa y cada ser tienen su nombre y sus adjetivos perfectamente definidos, y eso es un conocimiento dado que ahorra tiempo a la creación y al dislate mental propio... el tonto es el tonto, la loca es la loca, el cavernícola es exactamente el cavernícola, la tullidita será siempre la tullidita, el mambrú cumple a la perfección su papel previsible, la vieja es rijosa y vieja, el cura es vaticanista y profundamente carca, el meapilas encaja exactamente en su rol [junto a la viejina del velo y el luto eterno], el bancario es absolutamente previsible en su ser y en su hacer, la tendera es amable a veces [y se sabe cómo te va a tratar justo al traspasar la puerta de su tienduca chica]... todos aquí completan un puzzle perfecto que no exige apretarse la meninges para entender enseguida de qué va cada uno y qué busca, qué persigue, en qué se queda... y vivir en este biotopito es realmente cómodo para escribir y para hacer locuras individuales, pues, al igual que el resto, mi rol está absolutamente definido y se acepta sin estridencias [pero con algunas puñeterías de las que hay que aprender a pasar... yo he aprendido a medias]...
En fin, lo que menos me gusta de ‘mi sitio’ es la hipocresía constante, que es pura tradición... todos nos saludamos con sonrisas y aspavientos, pero en el fondo vamos repitiéndonos a la par del saludo cada uno de los odios pequeños y las jodidas inquinas hacia el saludado.
Y así, creer en lo que hago es casi como creer en lo que quiero ser...

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