Tan pronto veo el mundo descalzo como lo veo con coturnos pantorrilleros... es increíble asistir al banquete diario donde abundan el cinismo y la hipocresía, estar en la misma mesa con la tullidita que guarda puñales y con el matarife, aumenta mi confusión y me remata... pero, sobre todas las cosas, esa falta de emoción por la vida mirada como un conjunto de azares, como un latido que hay que oír y sentir.
Hace unos días fue un asunto narcisista el que puso rencor donde debieran existir abrazos por un dolor común, luego alguna lengua bífida, después un no saber estar con cordura en el tono de todos... todo eso me enciende y me enfrenta al mundo... y enfrente, la mirada tiernísima de mi hijo Guillermo, la segura amistad poblada de sonrisas y esos ‘sigamos’ nítidos de quienes te atesoran como amigo, el temprano pudor de Aisha o el simple estar sentado sin hacer nada a las tres.
Hay hombres para todo.
Y de pronto braceo como un ser de antes en el “Mapa de ruta” de José Luis Morante [su hermosa antología de versos tomados entre 1990 y 2009], y me vuelvo a encontrar con el poeta esencial, con el maestro, con el amigo nítido que en todo ajusta a fondo, con la emoción de cada uno de esos poemas que he conocido en notas, en conversaciones, en miradas... cuántos caminos juntos, cuántos fracasos, cuánto silencio injusto. Confieso que en algunos momentos me han llegado las lágrimas por esta imposibilidad hecha distancia. José Luis es, sobre cualquier otra cosa, mi amigo verdadero [el amigo de madurez, el necesario] y mi maestro siempre. Sus ojos en mis letras siempre han sido capaces y me han hecho capaz... y mis ojos en las suyas han sido siempre ojos de búsqueda y encuentros... ver sus poemas reunidos, leerlos, me hace revivir mi misma vida, pues la impronta que contienen la tengo como mía en todos los sentidos... y hacerlo con distancia me pone gatinino mientras siento la enormidad poética de este tipo especial que asume el hecho poético como acción vital de la memoria y como gesto exacto de asunción de la vida como vida.
No voy a hablar de metros ni medidas, no voy a hablar de esa delicada búsqueda de la normalidad en lo exquisito que es la obra de José Luis, porque eso es parte del oficio que se ha ganado a pulso y yo no tengo mimbres intelectuales para destramar estructuras perfectamente rematadas, no voy a hablar del conocimiento profundo del asunto poético que vive en José Luis, pero sí de esa emoción que late en cada verso, de ese aroma que acaba convirtiéndose en ambiente enrarecido o fresco al terminar de degustar cualquiera de sus poemas.. y también de esos injustos trazos del mundillo poético que lo han dejado siempre fuera de los loores que merece su obra por encima de tantos y de tantos y de tantos poetas adosados a la absurda pleitesía de los popes. José Luis es un grande, uno de esos grandes que no necesitan páginas en prensa ni alfombras tendidas a su paso, es un grande porque es generoso y poeta, amigo y poeta, hombre comprometido y poeta.
Mi mejor homenaje es deciros bien alto que el poeta Morante, el tipo del Bohodón, el profe con cartera que sonríe allá al fondo, es mi amigo del alma, mi hermano... un hombre bueno y justo... un hombre sensible, vital y necesario.
¡Enhorabuena, hermano!... tus versos son tan míos que quisiera gritarlos.
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