Sunday, January 21, 2007

Colecciono muertes ajenas. Busco muertos... pago a plazos.

Llega a primera hora Lola González Canalejo con las correcciones de la revista «Estudios bejaranos» y me regala un par de libros a los que me apetecía meterles el diente: «Celebración del mundo, celebración del tiempo», del colega José Luis Puerto, y «Las cinco abejas. Béjar en el siglo XX» de Jesús López Santamaría. Mil gracias, Lola.

Como descanso, me tomo un cafetín con leche en PdeT y me veo en papel prensa gracias a mi César Yuste, que da noticia en «El Adelanto» de la próxima edición de mi libro «Esa intensa luz que no se ve» en la deliciosa editorial del colega Segundo Santos. ¡Carne de papel!, Alberto, eso somos, carne de papel.
(13:44 horas) Quizás el asunto esté en el equilibrio, Alberto, en buscarlo, encontrarlo y quedarse a vivir en él, pero, ¿qué es el equilibrio y cómo se sabe que uno está en él? Mi abuela siempre decía que los hombres se visten por los pies para hacerme entender que hay que ser perseverante y enconado en las propias decisiones para poder llevarlas hasta sus últimas consecuencias. El problema surge cuando para perseverar en una idea, en un proyecto, en una obra... tienes que desequilibrar todo tu estado de tranquilidad y entrar en un campo de desasosiego y dudas. Si persigues el equilibrio, te detienes en la búsqueda y dejas tu proyecto de vida a medias, en una mera declaración de intenciones; pero si perseveras hasta el final, encuentras malestar y acabas siendo sacado a empujones de ese percentil humano en el que la vida es relajada y gozosa en medio tono. Querer brillar puede llevarte a la oscuridad total, y quedarte en lo gris es perderte en una penumbra que nunca puede saciar ni dar respuesta. ¿Qué debemos hacer, Alberto?
(16:24 horas) De cometerlo, he llegado a la conclusión de que me gusta el error, me gusta porque habla de imperfección y de posibilidad de superación, porque sabe dejar en difuminado los límites, porque deja turno de contestación y de réplica. No hay nada que más encienda y anime que descubrir el propio error y trabajar en ponerle soluciones buscándole las vueltas. Lo perfecto es cosa de dioses, y esas criaturas perversas son sólo fruto de la cabeza necesitada de los hombres. Vivamos pues en el error, amigo Alberto, y él nos propiciará caminos nuevos en los que perdernos con esa lujuria que abre selvas.
No hay que temer al error... a lo que hay que temer es a la perfección.
(19:22 horas) Llego de ver «Pérez, el ratoncito de tus sueños» con los críos y me ha parecido una pequeña estafa. Acostumbrado a ver pelis para críos desde hace la friolera de 18 años, creo que ésta es la que menos se sostiene en el desarrollo de la historia. Con bastantes menos medios he visto películas muy superiores a la mentada. Piensan que los chavales son tontos y se equivocan de medio a medio. Mis hijos han salido comentando los graves errores que presenta la historia y la floja sobreactuación de los personajes reales.
En fin... como es para niños.

(19:40 horas) «Nunca le falta a nadie una buena razón para matarse» [Pavese, 23 de marzo de 1938]. Lo mismo sucede con la urgencia de vivir, pues tampoco le falta nunca a nadie una buena razón para seguir viviendo. Todo radica en el estado de ánimo, en la que la voluntad decidida se apoye en uno de los dos lados de la balanza. A veces morir es lo fácil, pero otras veces la decisión de desaparecer es muy difícil de tomar. No puedo imaginarme en la cabeza de un torturado en Irak, en Colombia o en Guantánamo; no puedo imaginarme en el cuerpo de una mujer violada ni en el de una madre con su hijo muerto en los brazos... son vidas al límite, proyectadas hacia la muerte. En ellas debe ser fácil morir. ¿Y el hombre normal de una sociedad pacífica, con su vida medio resuelta, con un trabajo, con un amor caliente que llevarse a las piernas, con mil bienes de consumo en su mano, con la tranquilidad a la puerte de casa...?, ¿cómo puede ese hombre llegar a la voluntad de muerte? Esta situación plantea que hay un estado de la conciencia en el que el sufrimiento mental/sentimental puede equipararse al sufrimiento físico sin que éste exista... Matarse por amor, por fracaso, incluso por desgana, por falta de emociones y altibajos en la vida.
Pavese tomó esa decisión durante el año 1950, harto quizás de buscar la trascendencia, el amor o una esperanza en algo o en alguien. Hizo el gesto de la muerte y con él se bañó de una eternidad que acabará algún día, porque la eternidad también se acaba.

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