Saturday, January 20, 2007

¿Por qué no están los que se han ido?


Los hados meteorológicos que cierran los telediarios llevan diciendo toda la semana que nevará en España, que hará un frío de zurrasparse y que temblaremos bajo la bufanda, pero yo sigo notando una primavera fresquita que me hace salir en chaquetina de punto a la calle, sin más, y eso que voy mayor y friolero... Y tengo ganas de nieve, coño, que lo que más me gusta de mi tierra son las estaciones bien marcadas y los cambios que traen también variaciones estupendas de humor y de ganas de hacer.
Esperando el frío leo a Antonio G. Turrión en «bejar.biz». Hace el colega un elogio de José Luis Majada, el cura que me llevó a la poesía con su «Duérmaste, madre...» y que me dejó KO con ciertos días de su diario inédito. Yo debo sumar a lo dicho por Antonio que J. L. Majada fue difícil en el trato, hosco y distante, y lo digo porque a la vez que su roce me dejó una notable sensación de altura intelectual, también sentí siempre una distancia inabarcable que me llevaba a sentimientos contradictorios hacia el hombre que era capaz de escribir y decir con tanta brillantez, y que a la vez construía un muro lleno de dificultad hacia el otro. Y es que a mí me cuesta mucho separar al pensador/creador de la persona que pisa la calle, sobre todo si esa persona fue mi profesor durante un par de años e incluso hicimos charla a veces y nos cruzamos algunas cartas. Algún día daré a conocer –aún es demasiado pronto para hacerlo– el contenido de una carta que Majada dirigió al ayuntamiento de Béjar cuando yo tenía representación en él como Teniente de Alcalde.
Obviando al hombre y sus rarezas, firmo y firmaré cualquier apoyo para que la obra de José Luis sea conocida y reconocida como se merece.
(18:33 horas) Buscamos constantemente la comodidad del pensamiento, Alberto, y eso conforma nuestra conciencia y modela el uso moral de nuestras ideas. Vamos, que uno no es malo para sí siempre que actúe conforme a su costumbre y a su comodidad –la maldad social reside en sentir tranquilidad mientras incomodas al otro, y entonces eres malo para los demás, pero no para ti mismo... y eso es otra cosa–. En ese acomodo, amigo, perdemos el vértigo que contiene el azar creativo, que no hay peor creador que el que se acomoda a una forma de hacer y sentir para vivir instalado en ella hasta el final. A veces pienso que debiéramos saltarnos una norma diaria para pillar bien la costumbre y que no se instale el tedio en nuestras cabezas, que no se difuminen las ganas de pelear por una idea, una forma o unas palabras bien armadas.
Sé que siempre andas indagando en qué hacer –yo también–, pero a ello debiera ir siempre unido el pensar en por qué hacerlo y para qué hacerlo... siempre con un componente irracional, claro, porque en caso contrario armarías a tu alrededor un muro de comodidad de tales dimensiones que la razón no estaría dispuesta a saltarlo.
No sé si a ti te sucede, Alberto, pero a mí hay muchas veces –cada vez con más frecuencia– en las que la mano niega lo que la cabeza ordena, y se entabla una lucha entre la comodidad física y le necesidad creativa, una lucha que no sé librar con garantía de éxito y que me deja sumido en un estado de abulia mortífero y desolador. En ese estado sólo encuentro salida buscando el «desequilibrio» que rompa mi costumbre y me lleve a hacer algo distinto en lo que buscar ganas... de ahí que pinte, que haga fotografía, collages o manche papeles con cierta ansia de que el azar me alumbre una salida. Es todo una lucha por la expresión, una jodida lucha por una expresión que quizás no sirva para nada. ¿Y por qué quiero expresarme de forma individual?, yo, que ya me expreso a diario en mis hijos, en mis amigos, en mis enemigos y en los que me ningunean o me elogian... ¿Por qué necesitamos expresarnos de forma individual y ponemos en ello tanta energía?, ¿por satisfacción/autosatisfacción quizás?, ¿por buscarle cierta ganancia a la vida, cierto interés que no nos deje sensación de vacío en la fea vejez?, ¿para estar ocupados y así salvarnos del tedio? Yo creo que nuestro problema radica en que no sabemos vivir solamente, queremos vivir y algo más; y no sé si ese «algo más» tiene que ver con cierto e inevitable narcisismo íntimo, con una desmedida ambición por permanecer o por una jodida vocación genética por la intranquilidad.
Con lo fácil que sería sobrevivir como hombres primarios, sin querer meterle mano a las ideas complejas, ni querer saber a qué huele el descubrimiento o el fracaso, sin estar enterrados por la fiebre del conocimiento de nuestra propia capacidad. Lo mío creo que se va llamando hastío por la comodidad y, cómo no, también hastío por la incomodidad.
Amigo, ya no sé llegar a parte alguna ni con el pensamiento. ¿Será la edad?
(22:41 horas) Hace poco un amigo se quejaba encendido de que una compañera de curro le había faltado al respeto, y desde entonces yo me pregunto qué es susceptible de ser respetado en un hombre, sobre todo en un hombre que viste sus máscaras como una religión y ya las tiene asumidas como intrínsecas en su personalidad y en su mundo individual. ¿Qué se puede respetar hoy en un hombre?, ¿su colonía carísima, su traje de marca, su empleo de funcionario o de clase de tropa en banca...? Todo eso no es digno de respeto, es más bien digno de mofa y de escarnio. Cualquier hombre que se somete al dictado de una norma cerrada por dinero no es un hombre respetable, como el que no se la juega por sus amigos o no se tira al mar para rescatar a un hijo o a cualquiera que esté en trance de muerte.
Quien pide respeto adolece de humildad.
Pobre.

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