El pájaro juega en mi jaula (Calle Mayor de Béjar). |
Claro que yo quería un mundo diferente, porque mi abuela me educó sin saberlo en esa forma de desear y de querer, y juro que durante un montón de años pensé que podría conseguirlo, pero el universo humano es complicado y acaba dándole a uno sopapos de ajuste (¿desajuste?) para que entienda que lo mejor y lo más sano es estarse quieto. Y en el trance te vas enredando con esa madeja cabrona que tiene lo social... tener, gastar, acumular, deber, consumir... y llega un punto en el que te das de narices con el ‘no retorno’ mientras se te adelgazan las ganas y hasta el estómago. Te sientes mal entonces, un fracasado más que está encajado en el carril de la humillación, ése que lleva a la puntilla y basta.
Entonces dices un ‘nunca jamás’ bajito, como lo dicen los vencidos, e intentas dejarte llevar por la marasma hasta donde se haga pie... pero siempre hay un día mejor que los demás y se te enciende una luz, una luz pequeña, mínima, que te hace presentir que no todo está acabado, que hay esperanza... es en ese momento en el que piensas en el valor de lo individual y no te importa morir ni perder, pero sí intentarlo, intentar darle valor a tu existencia sin ruido, pero con verdadera pasión... y ahí comienzas a ser hombre, pues dices lo que quieres decir y haces lo que debes hacer sin medir las tontas consecuencias del sistema que te ahoga, porque algo solo es importante si tú le das importancia [tanto lo que viene a favor como lo que viene a la contra].
Mi cabeza está llena de bicicletas blancas.
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