Ya arrastraba la piel algunos pesos zafios y el vocabulario se me venía haciendo más pequeño por ese mal absurdo del tipografo que incapacita a todo lo que no sean palabras. Ya era necesidad casi científica volver a una calle ajena y hablar con faltas de ortografía, como entonces. En este punto hay que decir que a veces, solo a veces, el fin justifica cualquier medio y cualquier miedo, que lo tengo muy claro.
Así las cosas, con la herida bien puesta entre las cejas y cierto remordimiento infantil y libertario [que a veces es lo mismo] me puse en carretera... y vi que España sigue en obras y a medio hacer, mientras me sobrevolaban rapaces y jilgueros, estorninos y urracas... también cigüeñas blancas.
La carretera es tráfago, pero el viaje es como un baño fresquito y reparador... y acercarse a Madrid es como jugar en un ‘Palé’ sin fichas, con casitas y hoteles, con enormes fajos de billetes falsos, pero sin fichas.
Después de una chapata con jamón en área de servicio... las luces, la ciudad, el tráfico, la gente... y en dirección Valencia, mi parada inexcusable, Rivas Vaciamadrid [llegar a Madrid es ver primero y siempre a mi amigo José Luis Morante, mi hermano poético, mi carnal, un tipo 'padre' donde los haya]... esperé media hora a que saliera de su trabajo, y lo hice paseando por el centro comercial que era el lugar fijado a nuestra cita... todo se vende o alquila en aquel sitio tan repetido en mis viajes, y los menús del día a han pasado de los quince euros de hace un par de años a los ocho euros de hoy y sin clientes esperando mesa [esto es la crisis real, me dije, la crisis verdadera de la democracia irreal]... antes bullía de público a cualquier hora, de ejecutivos menores con sus móviles abiertos, de inmigrantes con trabajo y de gente comprando mercaderías de todo tipo... hoy es un cromo repetido que ya no quiere nadie, espacio hacia la soledad y desatino.
Llegó mi amigo y nos fundimos en uno de esos abrazos fuertes en los que fluye cualquier cosa pendiente para hacerse común y compartida. Comimos a ocho euros y salimos veloces a un café, ya en Madrid, con el gran Urceloco [que, con su generosidad de siempre, me presto plaza de cochera en Tirso de Molina... una pasada para mi incapacidad circulatoria capitalina].
Jesús, Urceloco, apareció cojitranco y bastonero... juraba en arameo contra Gallardón porque se había herido con un bolardo asesino puesto a traición por el alcalde ganglio. Me dio penita encontrarme así a mi amigo, sufriendo –que sufría, se le notaba a voces– y sonriendo. Subimos a su casa para tomar café y charlar un ratito [el café estuvo bueno].
Luego llegó mi prisa por asomar en Sol, mis ganas por estar entre los hijos nuevos de Stéphane Hessel... y a Sol fuimos despacio [que Urce no está para prisas en estos días] y charlando del mundo y sus caries enormes.
Y Sol era una fiesta de calor y personas, una fiesta magnífica de la posibilidad, una fiesta cansada y necesaria con cierto tono de infección bullendo... me asombró la organización perfecta del poblado en el kilómetro cero de esta jodida piel de toro, la emoción, el trasiego de tipos variopintos mezclados en un deseo común de ser ‘comienzo’... me dio la sensación de estar viviendo el momento más importante de mi vida, de estar entre la gente capaz de propiciar lo que se venga y como sea... y abrí mí boca de admiración para no cerrarla hasta salir de allí, y me animé a hacer un cartel que dejé a su suerte en entre los miles de ellos que allí había... y me sentí feliz y triste a la vez... y presentí esperanza.
Como el calor era grande y se hacía insoportable, y como vi a mi amigo Urce bastante tocado físicamente... sugerí un cafetito en terraza de la calle Montera, justo a la salidita de Sol, para seguir disfrutando con los ojos de esa impronta bellísima llena de jóvenes que hará saltar cualquier día esta mierda de sistema por los aires... y llegó el contraste... junto a la voz cabreada del pueblo, la hilera interminable de árboles con su inseparable prostituta del Este, los multiplicados tipos del ‘compro oro’, las lectoras de manos y las echadoras de Tarot, los chulos vigilando, los pijos con mirada recelosa y pantalones apretados, la España de gomina fundida a la de lumpen y rozándose con la que clama una democracia real en una sola calle... pero esta vez no olía mal Madrid, como en otros viajes... esta vez olía a algo inesperado que aún no he sido capaz de definir.
Y Morante tuvo que dejarnos, pues debía estar presente en un acto de librería ‘La Central’ con Luis García Montero para presentar su último libro en ‘Cátedra’ [ed.]... y caminé con Urce, despacito y charlando, para acercarnos poco a poco hasta “Tipos Infames”, el local donde se desarrollaría el acto de entrega de los premios Charcolive.
En este punto quiero detenerme en Jesús Urceloy para decir de él que es pura generosidad a pesar de ser un escritor maltratado [no maldito, ojo], olvidado por muchos a los que ayudó a subir, hermosamente afectuoso, vivo como una liebre joven, atrevido hasta el riesgo [no sé si eso es ser ‘procaz’], ocurrente, brillante... y necesitado de un afecto intelectual que se merece como nadie [yo no perdono ciertos olvidos... y mucho menos algunos de los que han caído sobre Jesús, pero el tiempo pone y quita, y esa será su venganza]. Quiero a Jesús y basta.
Y llegamos, más a trancas que a barrancas, hasta el lugar eventual [el del evento] para encontrarnos con Rafa Pérez Castells y recordar viejos tiempos, para conocer a su compañera, verdaderamente encantadora; para reencontrarme con Álvaro Muñoz Robledano [un tipo grande donde los haya... nunca olvidaré el detalle que tuvo conmigo al apretarme la mano para dejarme en la mía una aportación a los proyectos solidarios de SBQ], que es pura mordacidaz y un magnífico poeta, para volver a abrazar a mi David Torres [otro amigo grande que tuvo un detalle par al de Álvaro... mil gracias] y decirle eso de “me encanta tener amigos ‘de izquierdas de derechas’ a los que machacar a achuchones” [le noté muy afectado por su perrito, que anda el pobre metido en una enfermedad terminal]... siempre aprendo tanto de su conversación, y abrazar al ‘jovencito’ Antonio Rómar mientras me dejaba llevar por su entusiasmo narrativo.
También recuperé a un amigo viejo del que no sabía nada desde hace unos quince años, el artista plástico José Miguel Palacio, un maestro del hiperrealismo con el que pasé unos días estupendos en Béjar cuando éramos más jóvenes.
Y llegó la hora del evento y me sentí verdaderamente feliz de estar entre tantos amigos buenos para poder dotar a SBQ de una cantidad muy necesaria en estos días difíciles... leí mi poema y escuché los poemas de cada uno de los finalistas con emoción... y conocí a la italiana Roberta Parisio, que se alzó con el segundo premio [realmente encantadora], y al tercer premiado, Rodrigo Cueto, un madrileño entusiasta y comprometido que me pareció muy buena gente.
Luego un catering de sushi [qué poco avezado estoy yo en esos sabores y esas texturas] y una cena deliciosa y entrañable.
Antes de tomar mi camino de vuelta, le dejé a Jesús unos ejemplares de STANDDART para que hiciera proselitismo entre su gente y sus alumnos del taller de poesía.
Regresé a casa muy tarde, pues a pesar de que Jesús me había hecho un plano para poder salir de Madrid con facilidad, una de las calles que debía seguir estaba cortada y me perdí inexorablente hasta tener que tomar la determinación de pedirle a un taxista que me pusiera camino de la A6... me dormía por el camino y tuve que parar a tomarme un Cola-Cao frío en el área de servicio de Villacastín para recuperarme. Durante todo el viaje de vuelta mi cabeza viajaba entre Perú y la Plaza del Sol madrileña mientras seguía convencido de que el fin, a veces, justifica cualquier medio y cualquier miedo...
Durante todo el día, no sé por qué, estuvo presente en mi cabeza Hugo Izarra.
Llegué verdaderamente agotado, pero muy feliz.
Con Lobo, Álvaro Muñoz Robledano y Rafael Pérez Castells intentando el sushi. |
Y como tontería final, pues que vi uno de mis últimos libros en los estantes de una librería madrileña... es la hostia. |
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