Thursday, October 26, 2006

Jurij Brězan


De pronto, hoy, como traída por los vientos ábregos, ha llegado una lluvia de realidad que me ha dejado inundado y vulnerable. Sin quererlo, he notado todas mis responsablididades como un cáncer a punto de entrar en metástasis: Tres hijos hacia la nada, una casa con miles de gastos, siete nóminas que pagar cada uno de los meses del año con sus seguridades sociales, siete u ocho créditos que ocuparían tres vidas de pagos, un porrón de gastos generales de orden empresarial, inversiones en maquinaria... los padres y los suegros... la muerte hacia adelante con El Sornabique... las palabras que ya no saben llegar...
«Hay que ser valiente, atrevido, audaz... no hay que tener miedo», me dice una voz adentro, pero la jodida realidad me dobla el espinazo cada tres minutos.
Triunfar es una mierda traída por el sistema social en el que estamos inmersos, una mierda inmunda que viene acompañada de prisa, estrés, dolor de espalda, falta de sueño, competencia y constante sensación de fracaso y de falta de oxígeno.
Si me metí en el negocio de las artes gráficas, fue porque realmente me gustaba –el gusto tiene mucho que ver con los sueños y con el fracaso– y porque quería hacer un intento decisivo de montar algo con lo que poder asegurar el futuro de mis hijos. El jodido resultado es que dedico mi tiempo a la pura mediocridad, realizando trabajos absolutamente prosaicos y teniendo que pasar cada día por mil aros de mal gusto a cambio del dinero con el que pagar mis deudas. Y es un callejón sin salida en el que me voy enredando hacia la infelicidad y, lo peor, es que me doy perfecta cuenta de ello.
El dinero –súmese también la religión, por favor– es el puto mal del mundo, y de él parte esa filosofía de que el cliente siempre tiene razón, una razón vulgar que hace de lo mediocre la opción más brillante. Y en las artes gráficas –inclúyasé el diseño gráfico en el mismo saco– es donde más se sufre la vejación del cliente –del dinero–, pues constantemente te ves obligado a crear imágenes bien pensadas que son escupidas con argumentos tan peregrinos como «cambia el negro por naranja... pon una tipografía inglesa... a la mujer de la foto le quitas diez kilos, le pones una camisa de lunares y los ojos azules... ¡Qué feo, coño!...» y un sin fin de comentarios y obligaciones de cambio sobre tu idea primigenia que la llevan a parecer una prostituta vieja y arrugada.
No hay respeto al trabajo creativo ni a las propuestas que se ciñen a una normativa lógica y establecida, no se da valor a la idea –y nunca se paga si no es a regañadientes–... y luego todo se utiliza para ganar más dinero de mierda.
Si no fuera por mis hijos, le daba hoy mismo un giro de 360 grados a mi vida y me dedicaba a mofarme de todos esos tipos de flor en el culo y mierda en el cerebro... pero seguiré en esto hasta que estalle o me acabe, eso sí, intentando mantener mis dos o tres horas nocturnas de libertad personal y mi callado criterio sobre cada uno de los pericos que me abrasan a diario... seguiré tirando de la ironía y de la acidez en lo que pueda... hasta donde pueda.

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