Saturday, October 7, 2006

Frans Eemil Sillanpää


Llevar la codicia a misa es muy común entre los adinerados, pues en su temor a perder también quieren tener a Dios en sus cuentas de resultados... ya sabes, uno de esos «paraelporsi» que siempre vienen bien en casos de enfermedad y premuerte.
Sí, los ricos también lloran, también enferman y también mueren... Eso sí, de otra forma, eh... porque lo saben hacer sojuzgando, oprimiendo, vejando y dejando herencia.
No sé a qué viene esta mañana tal inquina contra los ricos, cuando lo que yo quería era analizar y contraponer los conceptos «codicia» y «ambición»... Y, pensando un rato, me parecen sólo palabras, lo que me lleva de nuevo a pensar que la corrupción está en el idioma y que resulta harto difícil sobreponerse a ese imponderable.
Visto el perro y vista la rabia, lo que debo hacer es conocer el alcance de cada una de las palabras que pronuncio y jugar con ellas y en ellas para transfigurarme en maldito, en dios menor, en imbécil, en hombre respetable, en rufián... en rico incluso.
Manejar el idioma y utilizarlo con sabiduría es en sí mismo un poder mayor que el de poseer dinero, parcelas o acciones de bolsa en franca subida; porque con el buen manejo de tal herramienta serás capaz de seducir, someter, humillar, convencer, avergonzar, destruir, conquistar, ser objeto de amor, modificar la opinión... No está mal la materia y el balance de resultados que puedes conseguir con ella.
En fin, acumulemos palabras en vez de monedas y lancémoslas con intención buscando lo que nos plazca.
(16:40 horas) Un síntoma de que entró en la vejez es que cada día necesito menos al mundo que está fuera de mis límites físicos. Normalmente me basta con recrear un lugar, una situación en mi cabeza para quedarme satisfecho y seguir adelante con mi encierro. En esta situación la espera se hace agradable y el tiempo se dilata casi hasta el infinito. Apenas necesito exteriorizar mi estado y, sin embargo, cada día soy más capaz de imbuirme en vivencias enriquecedoras que no necesitan más que la evocación mental del otro. Es quizás todo este tiempo el más íntimo que recuerdo, y no hay ni un sólo resquicio de sentimiento de cárcel o de cueva, sino todo lo contrario, pues siento la libertad más cerca y más abierta.

(18:31 horas) En creación es fundamental ser mucho mejor que lo que creas, de tal forma que tu propuesta física sea el error de lo pensado. Un hombre al que su obra le supera en humanidad no es digno de esa obra, porque con ella miente.
Esta tarde me animaba Alberto Hernández, después del café, diciéndome que le habían llegado mis palabras sobre el arte de hace unos días. Yo sonreí agradeciéndoselo. Y es que cada día hay más tipos engolados jugando a ser artistas que se escudan en sus enjendros plásticos o literarios para ponerse en valor. La dignidad de tu obra empieza cuando consigues ser digno de ella, y nunca al contrario, jamás.
Eso de que no importa quién lo hizo, pero sí lo que hizo, es un error terrible que trae consecuencias nefastas para el juego del arte.
Yo creo que Alberto está en un momento dulce y debe empeñarse en parecer lo que ya es, un destacado creador, sobresaliente en sus propuestas y humildemente normal en su vida. Lo tiene todo –que es nada– para estar donde están otros que no lo han trabajado ni lo han sentido como él.
Que la vida no debe ser un cantar de gesta, que para eso están los hombres postreros... la vida debe ser una búsqueda sin límite y sin nómina fija, con sinceridad, con autocrítica, con valor verdadero.
(22:44 horas) Un poema hay que «cometerlo» como se comete un atentado suicida, con fe ciega y sin medir las consecuencias propias, pero valorando siempre las consecuencias ajenas. O algo así.

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