Sunday, October 29, 2006

Herme G. Donis

Hoy ando como Gorgias, coño, o peor, porque para el difunto periquito no existian el «ser» ni el «no ser»; sólo admitía la palabra como existencia bella o poderosa... Y para mí, hoy, ni la palabra parece tener existencia.
Gorgias Comendador de los cojones... metido ya diez días en un poema y sin saber salir... dándole vueltas a un concepto que está claro en la cabeza, pero que se niega a aflorar en la mano para ser poetizado.
Las horas bajas son así... lentas, tediosas, fracasadas... y cuando se enfrentan a los pequeños momentos de lucidez, parecen la postal de un enorme muro o de una selva inexcrutable.
Lo curioso es que me entreno en sonetos y funciono, estoy ágil, vivaz, ocurrente; aparecen los vocablos con facilidad, las rimas nacen y la medida es una marcha militar que no requiere más que el tiempo de escribir sus trazos... pero el poema que busco, el necesario para estos días, se niega a salir, está enquistado en la cabeza como un forúnculo enorme y doloroso.
Y ya llevo escritos varios folios de texto con la intención de centrar mi idea y para buscar pistas que me lleven al poema, pero no funciona... no funciono... y el reto sólo está ya en que aparezca preclaro el verso final, el que resume y ciega, el agota y deja puesto el indicio como un lazo que es trampa y decorado.
Seguiré en la pelea todo el día, pues esta vez he decidido no desertar, que es lo que hago siempre que esto me sucede.

(12:35 horas) Ando desconcertado con el cambio de hora –mi estómago también– y dedico un buen rato a releer y a remirar el catálogo de la última exposición de Alberto Hernández –«Malen im feuer/Pintando con fuego»–, y caigo de pronto en la cuenta de que mi colega no pone título a casi ninguna de sus obras –en este catálogo sólo figuran tres obras tituladas: «Pi a tu derecha», «Peces» y «Somier» (este última título en dos casos)–... Y me pregunto la razón de esa parquedad tituladora. Puede ser que de esa manera no se predisponga al observador a caminar por una sola senda interpretativa, lo que le aporta un gran apoyo al alto valor de indicio que aporta cada obra... pero también puede ser un temor del artista a no saber definir el sentimiento que proyecta el cuadro o a cerrarlo de forma arbitraria en un concepto verbal.
El caso es que he dedicado un buen rato a poner posibles títulos a las obras de ese catálogo y, paradojas de la vida, he dado de pronto con el verso final que me faltaba para cerrar mi poema pesadilla... «...un clamor de metales se hace sombra en las manos.»... y es perfecto para ese poema que habla de guerra interior y de incapacidad para mover un ápice de la organización del mundo, que habla de rabia y de incapacidad, de mirada absorta y de no poder hacer otra cosa que pasar y pensar.
Otra vez he encontrado en la obra de Alberto una salida, exactamente en la obra que se presenta en la página 64 del catálogo, un cuadro de 120x120 adamerado con cinco pares de manos abiertas perfiladas con humo y salteadas con cuatro manchas metálicas en las que gritan unas cruces de cobre.
Gracias, colega.

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