Esta circunstancia puede llevar en un plazo más o menos corto a vulgarizar tanto la propuesta de la derecha [antes siempre fue diletante del arte y sibarítica], que logre minarla en sus cimientos y destruirla como propuesta de lógica social en el sistema.
No hace muchos años, en mi ciudad, eran irremplazables en las listas electorales los educados fabricantes que conformaban la clase alta de nuestro pequeño sistema medieval; pero desde hace dos o tres lustros fueron desplazados por obreros sin ideología y sin norte de statu ni conciencia de clase [es perversa la definición, pero yo soy perverso] con una contundencia feroz.
Hoy, la lista diestra [de derechas, coño] de mi ciudad está liderada por un prejubilado de Telefónica y poblada por vástagos de antiguos emigrantes, gente de barrio, pequeños comerciantes, maestros de escuela, amas de casa, empleados de gasolinera, humildes funcionarios [en no todas las acepciones del término ‘humilde’], administrativos y algún que otro tipo de profesión liberal. Ninguno de ellos es sospechoso de pertenecer a la derecha tradicional, y muchos de ellos nítidos hijos del sufrimiento social que produjo el franquismo.
¿No es tal circunstancia un ejemplo claro de que los cimientos tradicionales conservadores se están minando con auténtico vértigo por esos individuos con pasado obrero y sin memoria?
Dejo este pensamiento hilvanado para que alguien intente coserlo con datos y verbo, pues no creo que sea para echarlo a basura sin darle un par de vueltas.
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