Tuesday, May 22, 2007

Erudición de la culpa.


Es todo un arte el saberse sacudir la culpa de encima y depositarla ‘ingenuamente’ sobre los hombros de otro, sobre todo si la culpa sobreviene del roce de dos cuerpos y contiene un engaño [además del genuino engaño del amor].
Tendemos a evitar la vulnerabilidad propia cargando el peso de nuestra culpa en otros que apenas puedan esgrimir una contestación [por incapacidad o por perplejidad].
Tengo que afirmar ahora y aquí que, mal que me pesa, soy un erudito de la culpa ajena y un mago en soportar la propia. Es curioso que siempre que he atacado con vigor y sin mordaza a algún personaje o a alguna institución [anoto aquí los seis años y medio al frente del semanario ‘Béjar Información´ y mis antiguas y múltiples colaboraciones en prensa diversa, tanto provincial como nacional] he salido airoso acatando mi ‘culpa’ [entrecomillo el término porque todo es relativo] con la frente alta y rematando en la mayoría de los casos con cierta brillantez [vuelvo a explicar aquí que no tengo abuela]. Sin embargo he sido siempre muy desafortunado en lo que se refiere a cargarme de culpas ajenas, y confieso que lo he llevado siempre muy mal, fatal, terriblemente mal.
Entre los centenares de culpa ajena que he tenido que soportar, han existido de corte literario, de jaez político, de oscura convivencia, de reflús religioso, de dimes sentimentales, de diretes económicos… de esas culpas brotaron intentos de despido, negaciones de curro, censuras periodísticas, silencios dolorosos, amenazas violentas o llamadas vespertinas llamándome de todo.
La última culpa llegó ayer sin pensarlo, dejándome absolutamente perplejo.
Sucedió que un cliente de mi empresa, quizá el de mayor montante económico en lo referente a sus encargos, requirió nuestros servicios para hacer una tirada de impresos de corte político con su marchamo en cabecera. Junto al encargo [indico aquí que nunca entro a valorar los contenidos de los trabajos de mis clientes a no ser que ellos así me lo soliciten] se hizo la salvedad de que nos encargásemos de buscar a alguna persona para realizar el buzoneo de esos impresos [enseguida me acordé de uno de mis hermanos africanos para tal tarea, pues le procuraría un ingreso pequeño, pero muy valioso para él].
El trabajo fue realizado en el plazo convenido con el cliente y entregado al mentado repartidor para que buzoneara. Hasta aquí, el relato responde con auténtica fidelidad a lo que sucedió: realizamos en tiempo y calidad un trabajo encargado y firmado por uno de nuestros mejores clientes y cumplimos sus indicaciones con respecto a la orden de reparto.
El documento referido [que antes de editarlo se había pasado por mi cliente como nota de prensa a todos los medios] era un escrito en el que se contenían serias acusaciones contra un político local [repito que tal escrito iba encabezado por el logo de la empresa que hizo el encargo].
Los siguientes acontecimientos son surrealistas, pues la persona a la que se dedicaba tal documento se personó ante mi africanito no sé si con el fin de sonsacarle o atemorizarle. Mi muchachón, que se sabe perfectamente la lección, enseguida le dijo que hablase conmigo, que él solamente realizaba un trabajo que yo le había encargado y que no tenía ni idea de lo que iba el asunto. Y el político se personó en mi empresa para pedirme explicaciones. Yo se las di con amabilidad y me dio la impresión de que lo entendió perfectamente, y también le indiqué que tan clara y diáfana era la autoría del escrito, que no acababa de entender cómo había molestado a mi chaval ni por qué me pedía a mí explicaciones, cuando lo normal sería personarse ante el autor o autores del documento o, en su caso, ponerlo todo en manos de la justicia.
Se marchó el político de mi empresa y me dio la sensación de que lo había entendido todo perfectamente, sobre todo que yo estoy en mi empresa para atender a mis clientes sin entrar en más valoraciones que las que puedan afectar a asuntos legales [en este caso, mi cliente asume los contenidos de su impreso con la firma de su empresa, por lo que yo no debo hacer otra cosa que trabajar y facturar].
Pues esta mañana, a primera hora, se presenta en mi empresa el padre del político, una bella persona por la que siempre he sentido afecto [y lo sigo sintiendo] y con la que me he llevado de maravilla desde que le conozco… absolutamente tenso, pálido, francamente malhumorado y preguntando a viva voz: ‘¿Quién es el responsable de la empresa?’. Me avisaron mis empleados para que saliera a recibirle y con voz nerviosa me dijo: “Te has ensuciado las manos… tú eres el responsable de lo que le han hecho a mi hijo… tú has mandado repartir esa mierda…”.
Intenté razonar, pero no aceptó ninguna de mis explicaciones y se fue airado diciendo: “Te has manchado las manos… y te vas a acordar de esto…”.
La reacción del padre del político me dejó bastante tocado, más cuando le conozco y sé que es un hombre amable y pacífico.
Mi pecado: Realizar con corrección un trabajo encargado por uno de mis mejores clientes y gestionar, también por encargo suyo, el reparto del mismo.
No entiendo nada. O sí, que para eso soy un erudito de la culpa.
De Tontopoemas ©...

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