Wednesday, May 2, 2007

Me encantaría desayunar cada mañana con un ingenuo.


Me encanta la calidad de los ingenuos, con esa capacidad contradictoria de ‘no ver’ lo obvio que a veces se puede confundir con simplicidad y hasta con estupidez. Pero sobre todo me encanta la máscara de ingenuo, usarla y jugar con ella a un engaño que dota al receptor de una potencia con la que en realidad no cuenta.
Me he cruzado en la vida con cientos de ingenuos e ingenuas, pocos verdaderos y muchos inteligentísimos, y siempre he gozado compartiendo momentos de altura venidos de esa ingenuidad poseída o buscada.
(15:26 horas) Entre la constante cortina de lluvia de estos días aparece el monte de El Castañar ya verdecido. Me gustan los ciclos bien marcados y también me inquietan. Hablando con mi hija de esta circunstancia, llegamos sin querer al absurdo de la lógica natural contrapuesta a la lógica moral [si es que la moral contiene alguna lógica]. Mientras que el medio natural impone sus parámetros de selección de forma inexorable [el ser más competitivo aprovecha mejor los recurso, se reproduce, sigue vivo y marca la mejora evolutiva de su especie], la artimaña moral arbitra bienestar para los seres descatalogados con generosas pautas de sobreprotección.
Analizado el tema sin sensibilidad –de una forma cercana a lo científico–, podemos establecer sin demasiadas dudas que la selección natural resulta tremendamente fría y brutal si la aplicamos al ámbito humano [terribles ejemplos nos muestra la historia sobre tal planteamiento]. Todos, casi todos, enseguida diremos que estamos en el carro de la solidaridad y de la protección de los grupos y de los individuos humanos más vulnerables, tirando de moral sin pensarlo demasiado.
Sin embargo, si nos contemplamos como una especie más dentro de un ámbito estrictamente natural, debemos preocuparnos por la degradación evolutiva a la que nos lleva la sobreprotección de nuestros individuos débiles.
La pregunta que me urge, en este punto, reside en si la moral cercana, que nos lleva a un supuesto bienestar a corto plazo, no estará gestando el fracaso del hombre como especie en un plazo mayor.
Tal pregunta, con su planteamiento previo, no debe suponerse más que como una elucubración [quizás un desvarío] de un tipo que conversa con su hija una tarde de primavera sin manejar más datos que los que le llegan del instinto. En todo caso, suponiendo lo difícil que puede llegar a ser la elaboración de esta idea y, cómo no, toda la dura contestación que puede traer consigo, la dejo justo en eso, en un ratito de charla entre un tipo que se siente algo mayor y una hija que se quiere empezar a comer el mundo.
(20:31 horas) Últimamente me preocupo mucho por las cosas que dejo de escribir, ese espacio en blanco que no sabe recibir la mancha de la tipografía en el que flota y se sumerge lo más importante, en el que están las sensaciones olvidadas que en un momento fueron luz o sombra y en el que dejo al pairo lo realmente importante de mi relación con las personas y las cosas.
Me resulta insufrible no tener el tiempo suficiente para escribirlo todo, absolutamente todo, como aquel cartógrafo borgiano [¿borgeano?] que realizó un mapa de su país a tamaño natural para no dejarse escapar ningún detalle. Yo quisiera eso, escribir cada sensación, cada flash, cada sentimiento con la justa dimensión con la que se produce, pero sólo atino a relatar el resultado de una milésima de segundo de cada uno de mis días.
¿Dónde va lo que no escribo? Va al apartado de la vida, eso lo tengo claro, pero, ¿qué es la vida si se deja olvidada en el paso anterior? Sí, queda el poso para el correlato de las horas, el poso que acierta algunas veces a convertirse en palabra imperfecta.
No sé dónde reposa lo que dejo de escribir… y me entristece.

Antonio, tío, de mayor yo quiero ser exactamente como tú.
De Tontopoemas ©...

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