Me arranqué con una risa floja que se fue haciendo carcajada, poco a poco, hasta que ejerció su labor de contagio para acabar con todo el bar partiéndose el culo de risa.
Forma rechula de despertar la de hoy gracias a mi camarero de la suerte.
(22:26 horas) Todo pasa frente a mis ojos con velocidad y siento vértigo: las muchachas medio en flor, las nubes como menú del día, el verde surgido ayer en el monte de El Castañar como una magia, la muerte posada en las esquinas de piedra de las calles viejas bejaranas, una ambulancia, el tiempo, mi hija preguntando con ardor sobre su futuro universitario en Salamanca, las letras devueltas en el jodido banco de al lado, la vecina rijosa que me odia por mi coche, el lento trajinar de mis bueyes tipógrafos, la hermosa juventud que me da envidia… Siento vértigo e imposibilidad, pues percibo lo que va a ser y lo que ya no será, sin apenas poder pararme a procesarlo.
Todo este tráfago de miradas y gestos, de sucesos y lástimas, me excita hasta la falta de oxígeno. Y es que quizá ya no sé aprender de lo observado y lo mismo deba detenerme y encerrarme con mis vivencias viejas, beber de ellas, rumiarlas y digerirlas con la tranquila mirada del que sabe que no habrá nada nuevo porque no quiere que exista ya nada nuevo.
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