‘¡Es un deber seguir adelante!’, me digo con insistencia, un deber para los que están y también para los que fueron… pero hoy me importa un pepino el sistema de enseñanza, la mordida católica y la furia neofascista… son cosas de hombres vivos que no piensan en la muerte, que ni siquiera se detienen un segundo a considerarla a pesar de que la llevan puesta como la muda limpia.
La falta es lo que no sabemos considerar cuando no la sentimos… quizás el sentimiento más intenso, mucho más intenso y prolongado que el dolor… y mucho más duro de llevar.
Tener no es importante si no consideramos que antes está ‘tenerse’, y luego ‘darse’…
Hoy ni siquiera me llaman la atención las mujeres que argumentan un decorado de vida ante mis ojos… estoy alicaído y de un gris estival insoportable.
Y, sin embargo, el verde persevera en el monte de El Castañar y los sauces llorones escupen ese semen pegajoso como una ducha lenta, las casas mantienen sus ventanas abiertas y las puertas entornadas para llamar al fresco, la luz hiere de limpia y los críos vocean por las calles su himno de victoria, los milanos atienden sus nidadas en los tejados anejos a mi casa y vuelan los vencejos como un canto a la vida haciendo sus picados imposibles.
No es ya tiempo de charcos, pero me siento gris como un nublado, temeroso como quien lleva un presagio atado al pecho, nítidamente impotente ante lo que deviene y pasa.
Fumar es un consuelo que me aplico despacio, como una medicina constante y destructiva.
Hay que seguir… y sin embargo…
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