Friday, July 27, 2007

Javier García Riobó.


Llegó de pronto, como la lluvia aquella de los septiembres juveniles, con esa cosa extraña de recuperar algo que nunca se perdió, lleno de años y de calma, con la mirada triste de siempre, silencioso, casi como el hombre tranquilo de Graham Green… y llegó justo cuando la crisis estaba a punto de torcerme el día, una crisis estúpida y mediocre, ridícula en su causa y vacía en su contenido.
Javier entró en la imprenta como si lo hubiera hecho cada día de los diecisiete años de falta que nos debíamos, con esa naturalidad suya que ya no tiene adornos, pues no los necesita.
Si he de ser sincero, debo confesar que me sentí mayor mirándole, pues le vi en una edad que no formaba parte de mi imaginario, sin esa fuerza suya de base correoso ni aquel gesto vivaz de atleta escurridizo… pero era igual que siempre… los mismos ojos tristes, la misma voz pausada, la misma risa a saltos que causaba sorpresa, el mismo autocontrol y la misma sonrisa familiar y perfecta.
Me regaló tres cuadros que colgaré sin prisa en un lugar idóneo donde poder mirarlos. Yo le llevé a ‘su’ casa, en la que tanto tiempo echamos al socaire de ser adolescentes… y le noté encantado vistiendo una emoción que se notaba adentro por la labor que ha hecho José Luis R. Antúnez con ese espacio mágico… Le regalé unos libros y comimos tranquilos en la cremosa Venta del Bufón castañara después de saludar al Gerardo de banca vestido de romano.
Tomamos un café que resumió los miles que teníamos pendientes y sin más, como siempre, nos deseamos suerte con esos hastaluegos de amigos de diario.
Fui feliz contemplando su calma sincopada en la voz y en los ojos.
Gracias por tu visita, por tus cuadros, por todo…
Volveremos a vernos quizás un día de estos.
Un abrazo, colega.
De Tontopoemas ©...

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