En otro plano superior, también resulta mi muerte insignificante, pues en ningún caso supondrá la desaparición del ser lanzado en las generaciones.
Desde ese punto tengo claro [y ya demostrado] que no soy importante ni en el estar.
También es cierto que no hay experiencia de la muerte, es imposible, sino de la vida con su roce de muerte y su cúmulo de consecuencias traídas con o sin sorpresa… El sentimiento de falta es vida, la tristeza es vida, la añoranza y el recuerdo son vida… y hasta el hecho de morir es vida hasta el justo último instante.
Y, sin embargo, la muerte nos conforma como seres en camino [es absolutamente vivaz], pues nos lleva hacia sí inexorablemente, lo que la convierte en una plataforma envidiable desde la que buscar expresión, desde la que preguntar y preguntarse, desde la que tomar valoras o desdeñarlos.
Tomando a la muerte como punto de partida [y no de final] todo se configura posible, hasta cambiar los parámetros del mundo humano dándolos un giro [que se figura imposible] de 180 o de 360 grados. ¿Qué importa el uno o la nada si partes de la muerte? ¿Qué dificultad podemos poner a cualquier pretensión de ser o hacer si partimos de la muerte? ¿Importa el dinero, el poder, la posesión de objetos y campos infinitos si partimos de la muerte? ¿Qué libertad no es susceptible de existir si partimos de la muerte?
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