Saturday, March 3, 2007

Las vísceras marcan los signos ortográficos de la vida.

Llevo ya la friolera de tres días con una jodida descomposición que me hace salir corriendo de cualquier lugar en busca de un servicio. No me duele nada que no me doliese antes, pero la prisa de los apretones me saca de quicio y me desconcierta a la vez que hace que me sienta fieramente humano. Lo curioso es que junto a esta disfunción me han crecido unas enormes ganas de reír y lo hago constantemente… de mí y de los demás. También es cierto que entro en situaciones cómicas cuando estoy con gente y siento de pronto cómo lo físico/fisiológico impone su norma… entonces me encanta buscar excusas rápidas y peregrinas como… “Perdón, quedé con Borges que le daba un toque al móvil y se me ha pasado… ahora vuelvo, que aquí no hay cobertura»… esto lo dije esta mañana mientras charlaba con unos amigos y uno de ellos hizo intención de preguntarme, pero antes de que pudiese pronunciar palabra yo iba camino del servicio a la carrera. No sabía el jodido que Borges es una marca de ciruelas, y las ciruelas…

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RECREACIONES CON HURTOS DE PAPEL (2)
Mientras Guilliat* trabajaba como un poseso para rescatar un navío hundido, Cesare Pavese era presa de un horror misógino sobrevenido de unos hermosos cuernos que ya coronaban su cabeza. Coincidieron ambos en una bodega antigua de Turín, ese lugar del que se vuelve, y después de compartir sus cuitas quedaron para darse fin en la pleamar de las costas de Eleusis.
Pavese no acudió la cita, pues se quedó dormido.
*(GuillIat es el protagonista de “Los trabajadores del mar”, de Víctor Hugo).
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(18:03 horas) Todas las cosas que nos proporcionan buenos momentos son silenciosas, como el placer o la felicidad… por eso busco constantemente en el silencio lo que no me sabe llegar desde el bullicio.

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RECREACIONES CON HURTOS DE PAPEL (3)
“Sólo una vez… solamente una jodida vez se me nombra en ‘La Iliada’. Y para que me sepan despreciable y mezquino”.
Así hablaba Dolón* una noche de todos los demonios en un garito de Louisiana. Estaba ebrio de Bourbon con agua y hacía gestos grandilocuentes mientras soltaba su perorata.
“Despreciable y mezquino… y mezquino…”.
Al otro lado de la barra, un tipo como una sombra no perdía detalle de los gestos y las palabras de Dolón… tan descarada era su atención, que Dolón sintió el peso de su mirada escrutadora y le dijo en alto:
“¿Acaso usted me ve despreciable… mezquino?”
“No -le respondió el tipo sonriendo- yo sólo soy hasta cierto punto el hombre de la atención”.
“¿Su nombre?” –inquirió Dolón.
“Teste, monsieur Teste*. Un hedonista que busca la perfección en la nada infinitamente vacía y tranquila”.
Bebieron juntos hasta el amanecer en completo silencio.
Cuando se despidieron, monsieur Teste le dejó a Dolón unas palabras escritas en un posavasos en el que antes había dibujado un bello rostro de mujer: “Cette géometrie de ma soufrance”.
No han vuelto a verse.
• (Dolón es un malvado personaje que aparece en “La Iliada”).
• (Monsieur Teste es un personaje de Paul Valéry que aparece en su obra “La velada con el señor Teste”).
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(18:38 horas) Hace unos días, mientras tomaba café con un colega, me quedé con la impresión anonadante de que las mujeres van desnudas bajo sus vestidos. Es obvio, sí, pero yo no había caído en la cuenta de esa situación tan plástica en mis 49 años de vida.
Miré al fondo de la cafetería donde charlábamos y vi claramente cómo una mujer que enredaba en el revistero buscando la prensa del día tenía una figura deliciosa. La conozco desde hace años y nunca había caído en tal circunstancia.
Percatarse de este tipo de obviedades es fundamental para la vida… perdérselas es una tristeza.
Ahora miro mejor.
(22:31 horas) Los muchachos pasean la ciudad pequeña con sus zapatillas deportivas –ya no es tiempo de limpiabotas–, y lo hacen en grupos, como aquellos jóvenes guerreros sioux de las pelis que veía en los años 60 en el cine del colegio Salesiano. Son como más adultos por fuera que los niños que éramos, pero tienen un deje parecido al odio en sus miradas.
Los muchachos pasean una estética que está pulida de agresión… y ya no se limpian los zapatos.
Las muchachas van como cuatro o cinco años por delante de su edad –quizás porque envejecerán antes y peor–. Muestran con descaro una falta de gusto que ya se ha hecho genérica y que a mí me sugiere un mundo decadente que está por destruirse. Ya no entiendo el disfraz. Me estoy poniendo viejo.
De Tontopoemas ©...

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