No me gustan demasiado estas salidas de mi norma diaria, pero ayer/hoy lo pasé francamente bien. Gracias, Ricardito.
(18:05 horas) Hoy, antes de comer, como una obligación civil y familiar, realicé el rito de la tribu [de mi tribu] enseñando a mis hijos los papeles del abuelo Felipe y narrándoles el mito de su pasión y muerte para que lo retengan en sus [hasta ahora] frágiles memorias y lo lleven hasta su descendencia con la misma rabia que yo lo llevo y lo llevan mi madre y mi tía Toñi, para que lo retengan como una oración civil y profana o como esa cantiga matemática que se esconde en las tablas de multiplicar.
Mª Ángeles, que ya va entrenando su razón y desde ella llama a la sensibilidad, leyó en alto los papeles mientras un regatillo de lágrimas intentaba erosionar sus preciosas mejillas. Sintió al abuelo Felipe, a la abuela Antonia, al tío Pedro, al tío Felipe, a la tía Toñi y a su abuela Carmen igual que los he sentido yo desde que vivía con mi abuela Antonia en su casa del Solano y escuchaba las mismas palabras que ahora le pongo ante los ojos a mi hija. Sé que este ‘jápenin’ va a hacerla mucho más humana, mucho más sensible y mucho más solidaria… a mis otros hijos también, pero más adelante.
Luego comimos en silencio con un respeto tácito a esa memoria que debe mantenerse impoluta y vivísima para que ninguno de nosotros caiga en las redes de la barbarie y el odio feroz.
Me importa esto mucho más que la jodida Tecnología o las absurdas clases de Religión… mucho más.
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