El viaje hasta Logroño fue tranquilo y rápido, con Mar al volante comiendo gusanitos y sin hacer parada alguna que me diera la oportunidad de fumarme un cigarrito, pero eso hizo que llegásemos a tiempo para cenar estupendamente en el Café Moderno de la Plaza Zaporta logroñesa. La conversación fue también tranquila, pues es el tono mágico que comparten Antonio Orihuela y Eladio Orta el que le quita tensión a todo y pone un relax molón. Ya en Logroño nos encontramos enseguida con el cielote de Begoña Abad, que nos recibió con esa simpatía y esas ganas constantes de agradar que siempre lleva puestas. El detallazo fue que me llevó unas torrijas caseras hechas por ella para mi postre de la cena [mmm… deliciosas]. Y todo se presentía ya especial e intenso… volver a abrazar a amigos grandes, descansar [que a lo que va la cosa, no es poquito], charlar, escuchar poesía… y notar esta edad, que parece que a uno lo celebran cuando tiene años, a base de golpes de emoción.
Cuando llegó mi turno de lectura en el Ateneo Riojano, Antonio Orihuela y Daniel Macías subieron al estrado para hacer pública la concesión del “Premio Aintzinako Bihotz (Corazón Arcaico)” a mi persona, dejándome boquiabierto por lo que para mí supone este galardón que distingue, según reza en sus bases, “la pureza y la desnudez de espíritu, la belleza moral, creativa y serena, el estado poético de la mente, el único estado que los herederos de Juan Ramón Jiménez se comprometen a defender y a mantener…”. Junto al premio se hace entrega de una casaca de oficial del extinto ejército tibetano, el uniforme del ejército de un país que ya no existe, como símbolo de una lucha pacífica. Yo ya la llevo puesta.
Estoy feliz y agotado, ya en casa, y mañana haré una entrada más detallada del viaje. Hoy dejo mi felicidad telegrafiada.
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