Todo es frágil porque la vida es frágil, y no hay que darle al asunto demasiadas vueltas. Dependemos de que la temperatura fluctúe en los percentiles adecuados, de que la lluvia llegue y se vaya, de que el sol luzca diáfano y deje de hacerlo, de que las cosechas se salven de sus plagas y de que no sean excesivas para que los precios no caigan hasta el hambre de quienes cosechan, de que haya la tensión justa para que tengamos energía eléctrica, de que los controladores no jueguen a ser volcán o de que el volcán no decida hacer huelga de vuelos, de que la tierra tiemble o se calme, de que una masa decida o no decida seguir a un líder visionario, de que la banca mueva sus números imaginarios de un lado a otro de la tabla... de la calefacción, de internet, de que existan o desexistan clientes, del ritmo del petróleo en bolsa, del capricho del cáncer o del gusto bacteriológico por la reproducción, de un olor o de un sabor...
Todo es frágil y eso nos mantiene siempre, aunque no queramos creerlo, en una situación de constante precariedad que tapamos con artificios absurdos, unos artificios que nos dejan ciegos ante los caminos reales y maniatados ante la búsqueda de soluciones urgentes o tranquilas... y desde estos parámetros, las crisis no son novedad, sino que son constate en nuestro devenir.
El mayor error de las sociedades modernas, desde mi pequeño punto de vista, consiste en conformar individuos carentes de ese sentido de fragilidad, individuos acomodados en un sistema que solo es decorado, individuos ciegos ante lo circunstancial y mudos y paralizados ante cualquier muestra de inexorabilidad. Desde una buena educación, al hombre le sobrarían ansias por la acumulación y ganaría en ‘expresión’ y ‘praxis’ de conceptos como igualdad, solidaridad, reparto, bienestar común... pues saber que no eres más que un ser frágil y dependiente te lleva a valorar los sistemas positivos de bienes comunes sobre los sistemas de ‘diferencia’.
Comprender que apenas existes por ocho o diez valores que se mantienen en sus percentiles sin que tú puedas intervenir en ellos, termina haciéndote un hombre entre los hombres, un humanista sin las taras absurdas del interés y los bienes acumulados.
Todo acabará para todos... ¿por qué, entonces, no luchar para que todos vivamos en condiciones dignas hasta que eso suceda?
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