Sunday, June 17, 2007

Ser agua a mares.


Agua a mares durante toda la noche y yo metidito bajo mi edredón disfrutando del golpear del agua en el tejado y en las ventanas, resistiéndome a dormir para extender el gozo que siento siempre en estas circunstancias.
¿Por qué esa pasión por el agua, esa necesidad de nublados, de viento y de chubascos?
Mi primer recuerdo con los aguaceros son los recreos salesianos, refugiado bajo los enormes arcos del patio porticado, mirando anonadado cómo caía el agua junto a los goterones y los chorros que escupía el tejado de la iglesia… y aquel volver a casa sin paraguas pisando todos los charcos con mis botas Katiuskas verdes y duchándome bajo los balcones, sobre la acera, o golpeando las acacias de la calle Colón para que soltasen de golpe el agua que retenían…
Luego me llegan los días de chicas y lluvia [tenía entonces una gabardina marrón y un Piuma d’Oro de cuadritos azul marino]. Los grupos de muchachos y muchachas nos refugiábamos en el recién estrenado templete del parque y nos apretábamos para quitarnos los golpes de viento entre risas y voces. El agua trajo muchas veces a mi lado a la chica que me gustaba y propició conversaciones que no habrían llegado nunca en otras circunstancias. A la lluvia, en otoño, se sumaban la alfombra de hojas amarillas de xantofila de los castaños indios, las castañas indias silbando como balas y golpeando en el suelo como un granizo vegetal [hacíamos guerras con ellas y más de uno recordará preciosos chichones de aquellas refriegas].
Después llegaron los días helmánticos de lluvia, con la catedral chorreando entre gris y siena, refugiado con mi chica entre los columnarios de Anaya, queriéndonos con pasión… o las noches de vietnamita y panfletos mojados, huyendo de una policía nacional que los días de aguacero no existía más que en nuestra imaginación y en nuestro miedo… o las excursiones para recoger plantas que llenasen nuestro herbario, con sus noches mojadas de tienda de campaña y risas… o las tardes en el puente romano, viendo a la lluvia regando el Tormes… o los cafés en Las Torres poniendo en orden los apuntes de Citología o de Botánica… o las noches de El Judío, calado hasta los huesos y buscando el calor en la ‘manchada’ mientras me metía para el cuerpo un par de bartolillos, que siempre pillaba en la panadería de La Casa de las Conchas.
Y aquella lluvia del Felipe tendero, la que hacía pensar a los clientes que acababa un ciclo y había que reponer vestuario… llenaban mi tienda y la caja se tornaba pletórica junto a mi estado de ánimo.

Luego conocí una lluvia distinta en Karatu y Mangola Chini, en Arusha, mientras cruzaba la falla del Riff, en Kambi a Simba… la vi venir desde el horizonte que marcaba el Ngoro-ngoro precedida por un viento tórrido y oloroso que se llevó de golpe todos los mosquitos… una lluvia salvífica, creadora, capaz de convertir en un paisaje verde lo que el día anterior era tierra roja y polvo, una lluvia maná… y la noche refugiados en el Club Inglés de Arusha, jugando al billar entre birras y cortes constantes de luz, entre los truenos más impresionantes que se puedan imaginar y el aguacero más copioso que he visto en mi vida… y luego la alfombra de pétalos de flores de jacarandás y bugambilleas cubriendo las calles… y el monte Meru al fondo, con sus gorilas encamados entre la hojarasca de sus dos bocas volcánicas aguantando esa humedad que propiciaría frutos deliciosos en unos días… o el anciano masaai desnudo con el que me tomé un te caliente en un hoteli perdido mientras todo nuestro alrededor era una interminable laguna de barro rojo [la lluvia africana con Juanito].

Y la lluvia en Madrid después de un inolvidable acto literario, y la lluvia paseando por Zamora con Claudio, y la lluvia en Fuenteheridos charlando con Manolo Moya, y la lluvia en Barcelona charlando sobre José Agustín Goytisolo en un bar del Raval, y la lluvia abulense con Pepe Hierro, y la lluvia moguereña con Antonio Gómez y Antonio Orihuela, y la lluvia bejarana con Morante, y la lluvia pucelana con Belén o con Diego, y la lluvia de Punta con Uberto o con Juanjo Barral y Braulio, o la lluvia de Lisboa, o la lluvia leyendo a Ángel González, o la lluvia en El Escorial con Ada, o la lluvia en Chueca con Esther y con Jesús Márquez, o la lluvia en El Castañar con Urceloy y Marisol, y la lluvia en Leganés con Paco Ortega y Santi, y la lluvia en Morille con Abraham Gragera, y la lluvia con Fabio y Fernando, y la lluvia con Joan Margarit, Y la lluvia con Luis Alberto y Alicia, y la lluvia en Cambrils con Ramón, Angel García López y Gamoneda; y la lluvia con David González, y la lluvia pensada con Karmelo Iribarren o con Roger Wolf, y la lluvia corita con Herme, y la lluvia con Alberto Hernández, y la lluvia con Jaime Siles y con Jesús Hilario, y la lluvia con David Torres.
Y siempre los días de lluvia con Mª Ángeles, mirándonos.
(16:44 horas) Todo está absolutamente sujeto al mercado, incluso los sentimientos. Doy para recibir y al recibir proceso la obligación de volver a dar. Establecida esta base como certeza, solo queda hablar de la disposición con la que habremos de entrar en el mercado… sonriendo o con cara de pesar, intentando engañar al otro o echándonoslo a la cara con franqueza, con intención simbiótica o con cierto regusto saprofítico… Y todo está, también, sujeto al milagro de la transformación, incluidos los sentimientos [otra vez].
Siempre es un buen punto de partida el contar con este conocimiento, que implica, fundamentalmente, que la caridad es una mentira tramada por el propio egoísmo y que la bondad flota en el juego de dar y darse el primero… quizás para recibir más y antes.
De Tontopoemas ©...

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