Monday, June 18, 2007

Días de cine.


Cuando conocí a Jon Finch, yo calzaba chirucas y él unos Sebago negros, yo lucía una barba menuda y rubia y él iba perfectamente afeitado, yo bebía manchada y él se ponía tibio a coñac de marca. Fue en Salamanca durante el año 1976. John protagonizaba una película de José María Forqué [“El hombre de la cruz verde”] y yo hacía de figurante con tres papeles de paso [soldado, picapedrero y mendigo].
Los actores, entre los que figuraba Fernando Rey, ponían una rígida distancia con los mindundis de a mil pelas el día [las 24 horas], pero yo me las arreglé para comer junto a Jon un par de aquellos sanjacobos que ponían los del remolque de cocina. El hombre ya andaba bastante metido en alcohol a aquella hora y se rebajó a chapurrear conmigo en un castellano que yo no entedía y en un inglés que entendía bastante menos. No nos caímos mal y continuamos la comida hasta el final en una de aquellas mesitas provisionales manteniendo un diálogo de sordos a viva voz y una conversación de gestos y continuos brindis.

Después de mi café aguado y de su carajillo, nos separamos hasta la hora de rodaje, que estaba previsto en la trasera de la catedral vieja de Salamanca, en la que apareció con tal estado de embriaguez que, después de más de 16 tomas, José María Forqué decidió filmar esa escena con un doble de Jon que había fichado entre los estudiantes salmantinos.
Hubo voces, insultos, risotadas y un par de vómitos.
Mientras se llevabamos a Jon absolutamente ebrio hasta su caravana/camerino [yo iba ataviado de soldado de Flandes, con leotardos verdes y bombachas], me miró, sonrió y me dijo: “Zenk… Philiph… my Lazarillo”.
Fernando Rey, a esa hora, ya le andaba a la zaga, pero lo llevaba como un señor.

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