Wednesday, June 27, 2007

El perturbador imaginario de Javier quizás esté en mí.


Me perturba enormemente mirar el blog de mi amigo Javier [http://jgriobo.blogspot.com], porque intuyo en él una fuerte carga de dolor y de tristeza… esas imágenes a pelo que contienen frío y soledad allá por donde se las mire, como un mundo en ruina que alumbra fantasmas sin esperanza.
Javier siempre tuvo algo de eso en la mirada, ya desde niño, algo perturbador y trágico que ha sedimentado en mi memoria de forma clara y que ahora vuelvo a ver en esas imágenes sin texto como en sus ojos y en los de su hija.
Recuerdo sus manos también, expertas en tocar la bola basketera con una magia extraña, sudorosas y blandas, amigas siempre… y su sonrisa impenetrable e inteligentísima.

Ahora, después de tantos años de distancia, no me gustaría conocer de nuevo a Javier, sino reconocerle tal y como está en mi imaginario, con su fobias y sus miedos, con aquel respeto al padre que siempre me tenía entre asustado y admirado, con su calidad de hermano para lo que fuese, con su espíritu crítico y esa ilusión que siempre acababa tornándose en desilusión.
Sé que ambos fracasamos porque nuestros proyectos primeros fracasaron, pero también sé que ambos hemos peleado la vida por su lado más bello, el de andarla sin desesperación, pero con ansia.

Javier, he de decirlo, fue mi mejor amigo, el que recuerdo siempre que retomo el pasado para sentirme lleno. Con él hice proyectos utópicos y grises, con él jugué mil veces hasta el agotamiento, con él abrí la caja de las chicas [la que nos llevó al sexo entre risas y lágrimas], con él compartí mis alegrías y mis penas porque era el mejor confidente, con él intenté la literatura [hoy la tengo también gracias a él] y la ciencia, con él supe del fracaso y la distancia…
La vida nos ha puesto en similar tristeza para volver a entendernos sin miradas después de tantos años.

Yo te leo a diario, Javier, en esas imágenes que tanto me perturban, y miro tu retrato como buscando… y miro a tu mujer y a tu hija para inventarte aquí, de nuevo, como a mí me apetece, como me apeteció siempre.
Somos viejos, hermano, y el tiempo nos acerca otra vez… quizás paseemos nuestro parque de nuevo un día de verano para sentir que no ha pasado nada, que todo sigue igual, que fue un paréntesis y hay que ir hasta tu casa a pillar el balón para gastarlo.
Un abrazo, colega.
(16:34 horas) Acuso hermoso recibo del poemario “La conspiración del dolor”, de Máximo Hernández, uno de los más potentes poetas castellanos del momento y, además, sin ínfulas. Gracias, Maxi. [“La noche es el latido de este mundo de enfermos, / el dolor es su sístole y el miedo su diástole; / la luz que lo mantiene es la luz de emergencia, / mortecina, difusa, amante de la sombra.”].
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• ‘Ser’ es suficiente si aprendemos que ‘hacer’ es una consecuencia residual de la existencia.
• Lo realmente vulgar es que alguien vea en mí eternidad.
• Siempre he aprendido más de las relaciones individuales que de las colectivas.
• ¿De qué sirve sacrificarse por algo si nadie se entera?
• Lo que no es importante jamás debe hacerte desgraciado.
• El término ‘disculpa’ no existe para la curia católica.
• Todo delito en condiciones debe cometerse por curiosidad.
(22:34 horas) En la sala de estudios “Dr. Madruga” del ‘Bartolo’ [Colegio Mayor San Bartolomé de Salamanca] siempre había un pirado repasando los apuntes del día o estudiando un examen urgente. Los demás éramos dados al juego de pasar sobre la universidad como por un extraño sarampión de libertad. Allí montamos ‘la leonera’, una habitación triple en la que Manolo Cuesta aprendió a hacer dibujos con leche condensada sobre una mesa de formica [una suerte de complicadas espirales que dejaba secar y luego despegaba con cuidado] y en la que yo cuidé culebras en el lavabo, una familia de hamsters en el maletero del armario [el líder del cubículo se llamaba “como tú”] y un zorro pequeñito que nos prestó Juan Delibes por una temporada, al que bautizamos con el lógico nombre de “hijoputa”, y que dormía acurrucado en uno de mis botos camperos.
Nos llamaron la atención en público varias veces por guarros, ya que nos pasábamos semanas sin dejar que las limpiadoras entrasen en aquella habitación.
Mi libertad se hizo allí… y también se deshizo, ya que la confundí enseguida con esa cosa llamada libertinaje que tan buenos momentos propicia y tan malas resacas deja.
Fue un tiempo de mudanzas totales, adentro y afuera, un tiempo convulso para un chaval de dieciséis años lanzado al mundo… Allí dejé de brillar porque entendí que el brillo aliena… y de qué forma. Otros, que iban con su cosa de responsabilidad y forja, andan hoy dando clases o vendiendo colonias, que al fin y al cabo es casi lo mismo que este fragor de máquinas imprimiendo folletos.
Yo, al fin y al cabo, terminé en lo que quería [y no sé aún si esto acabará conmigo] y como quería, y me lo monté solo a pesar de que mis padres se empeñaron en otros mil caminos que para ellos eran más productivos.
Mi resumen es que el tiempo de estudio reglado me sirvió para conocer mundo y que el verdadero estudio ha venido después, sin dar la lata, a visitarme a diario como un valor autónomo que yo decido darme.
Tengo suerte, quizás más que los tipos que lo aprobaban todo con nota y con esfuerzo.
No me arrepiento ahora de nada de lo que hice, pues me trajo a este espacio de derrota entrañable, buscada, conquistada.
Ya llegó el plazo fijo de las extraordinarias y he de esmerarme un poco, pues tengo siete de ellas pendientes de abonarse. Mis empleados saben que cobrarán seguro… bendita sabiduría la de los ‘por cuenta ajena’.
En fin, la noche es joven…

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