
Hay una feliz coincidencia que me hace retrotraerme en el tiempo en muchos momentos de mis últimos años.
Por circunstancias de trabajo [y de amistad y buen rollo] visito con frecuencia el estudio arquitectónico de mi amigo José Luis Rodríguez Antúnez, una gozada fruto de la estupenda rehabilitación realizada en el edificio antiguo que adquirió hace unos años [me encanta entrar en esas estancias y sentir el pasado que emana de sus paredes]. Pueblan en este tiempo las oficinas y los salones jóvenes profesionales con una estupenda proyección de futuro y muy buena disposición a la sonrisa y a recibir bien al que por allí aparece… pero también hay fantasmas, unos fantasmas entrañables que sólo sé ver yo, pues pertenecen a mi pasado.

Hay un fantasma adusto, severo, con bigote, al que temo en tono bajo y del que procuro alejarme cuando le noto cercano… otro femenino, entrañable, familiar, como una madre dando la merienda a sus hijos durante una tarde de verano… uno más que convoca la admiración de un hermano mayor y es ejemplo a seguir [no sé si bueno o malo]… otro que requiere las artimañas que se suelen utilizar con los hermanos pequeños de la casa, juguetón y algo alocado [confieso que es el más acertado en el actual estado de la casa y sus nuevos habitantes, pues es un fanático de Elvis]… y por fin un delicado fantasma con nombre y apellidos, un niño de mi justa edad [antes y ahora], con sus deberes a medio hacer y una baraja extranjera de contenido erótico entre sus manos. Es inteligente, mordaz, confiado conmigo y absolutamente sincero en cuanto a lo que ya fue vivido. No sabe de distancia ni de olvido porque vive justo en el centro de mi frente.
Esa casa remozada que ahora es estudio de arquitectos amigos y lugar de paso de constructores ricos y menos ricos, un día fue la casa de mi amigo del alma Javier García Riobó y yo voy a visitarle siempre allí, porque está pegado a los muros de mampostería y a los barrotes del enorme balcón/galería.
El tiempo y la mala suerte de la Biología helmántica puso distancia, una distancia que no existe cuando la casa convoca su imagen para mí y se hace cierto y absolutamente real.
Mañana quizás vaya a verte, amigo, al salón donde hacíamos los deberes y comíamos pan con chocolate.
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