Se inició el acto con franca misoginia, pues el mentado se excusó ante la santa de un asistente que había confundido la última comida con la Ùltima Cena y se quiso otorgar el rol de Magdalena que sugirió Da Vinci en su homónimo cuadro. La mandó para casa con mucha educación y comenzó el festejo [lástima de los rímmeles gastados, del ´rouge by lipstick’ y del rato con peine delante del espejo… En fin…].

El pregetsemaní contó con avezados vendedores de esos caldos que don Aznar degusta antes de conducir [algunos de barradetall y otros del bodegueo], con ricos hacendados del hierro [yerro] y la chatarra, con un prerrico en ciernes, con mi socio Ricardo, con el mejor ‘Abuelo’ y su entregado amigo de cuatro patas ciertas [es musulmán el perro, pues dice que no al cerdo], con el preclaro tiralíneas de moda en la comarca y su cuñado ‘Riego’, con el boxeador de más caché del pueblo [don Chía, peso pluma], con un inglés soltero [por horas y a la fuerza, que así mandó don Pedro], con el más regajero de blanco y bola roja, con Lupi y el sereno Jacinto Santaolalla, con Pavón, un taxista y el relleno que hace el que suscribe sentado en todo el medio.
El prerrico se puso de comer hasta el cielo y repitió de postre [que lo tiene prohibido por su galeno]. El yerrero a su bola… que si un Marlboro… que si ‘coño, hay un perro’… que si ‘yo soy la hostia’… que si ‘nada como en mis tiempos’. Los bodegueros –ébrios de catar y catarse– se enzarzaron en normas de educación medio riñendo y el de las líneas rectas se reía de todo, con todos [un acierto]. El Lupi pidió huevos con jamón y patatas [no le van los cangrejos]. El de Albión se reía de no sé qué consejos que le daba Carlitos [republicano y viejo]. Ricardo suspiraba con el vinillo recio y Jacinto expresaba su educación de mérito [ardides de la pesca, paseos sin jamelgo, marchetas por la playa].
El don de la ebriedad llegó con el receso de entregarle unas flores a la madre de Pedro: Hermosa, emocionada, con alegría y miedo.

Yo me escaqueé entonces porque me encuentro viejo para pasar la raya de alcohol y la de tiempo sin ver a mi familia.
Y todo estuvo bueno: la gente, la comida, el cava, el cafetito y hasta el duro contraste de tipos del extremo más raro que haya visto yo juntos en un duelo.
Y le escribí un soneto:
EPITAFIO PARA UN EJEMPLAR CENOBIO
(a Pedro Cubino con todo mi afecto)
Un lugar donde arder es suficiente
si a la piedra se suman emociones
y se guardan en todos sus rincones
afectos perdularios y calientes.
Si ardido lo recuerdas y lo sientes
como algo más de tu íntima memoria,
le habrás dado el impulso a aquella noria
que gira para hacernos alma y frente.
Si ese lugar fenece en el camino
y vives para verlo, caminante,
no olvides que allí fueron, fuiste, fuimos
por todo lo que él dio y lo que le dimos
el espacio mejor de nuestros antes.
Eres ya bella historia, buen Cubino.
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