En fin.
Decía el gran Pavese que “es pecado lo que inflige remordimiento”, y a mí me remuerde hoy la conciencia por haber contestado a todas y cada una de las llamadas que me han hecho. Soy un pecador en línea… y, encima, cabreado.
A primera hora intenté que me pudiese la poesía y me empapé de ‘El canto y la ceniza’, buscando el frío lírico de Anna Ajmátova y la tierna dureza de Marina Tsvetáiva, pero solo encontré consuelo por mi falta de palabras y una envidia amoratada por sus versos [‘Cuando alguien muere / cambian sus retratos. / Miran de otro modo sus ojos, y sus labios / sonríen con distinta sonrisa…’ (A.A.”] • [‘Perderlo todo de un golpe, / un tajo limpio. / Suburbio, arrabal: / el día se acaba… // Se acaba la ternura –piedras–, / las casa, los días y nosotros –se acaban. // Mansiones vaciándose: las honro / como a una madre anciana. / Porque vaciarse –madre– es acción: / lo vacío no se puede vaciar. // (Mansiones medio vacías, mejor sería / que os quemaran.) // Que un gesto rudo / no abra la herida. / Suburbios, arrabal, / costura que se rompe. // Sin desmesura verbal, / el amor es sutura. // Sutura: ni venda ni escudo / –no pidas ayuda– / Sutura: el muerto cosido al suelo / como yo cosida a ti. // (Con qué hilo, lo ha de decir el tiempo, / si endeble o fuerte.) // … // Quien rompe no pierde. / Oh, arrabal, / suburbio, divorcio seguro / de dos frentes. / Cerebros al aire, / patíbulo de las afueras. // Nunca pierde quien rompe / y huye al alba. Yo en la noche / me he cosido a ti / toda una vida sin bastas… // … // Es éste el último farol’ (M. Svt.)].
Y debo escribir como sea, sin miedo a ser vulgar, sin temor a dejar sin su gesto a las palabras del hambre de palabras.
El tedio no es excusa, porque es tedio y contiene una voz que puede ser definiva, y yo debo buscarla y practicarla hasta rendirla… descoserle sus retales ajados y coserlos de nuevo de una forma extraña y extranjera, como esas mantas incas con dioses geométricos, y encontrar en su nuevo firmamento algún duelo perdido, una sonrisa tierna o un inútil canto de victoria… El poema, amigo Pablo F. M. [lo intuyo ahora] es darle una vuelta del revés a lo prosaico y hacerlo mágicamente extraño y atractivo, un juego tan insentato como poco práctico, un acto de decir de otra manera lo que será obviedad y antes fue nada.
No es prudente definir lo que ‘es’, pues en su ‘ser’ ya se define con toda la plasticidad del silencio… quizás sea eso lo que la poesía le roba al ‘ser’ y lo que consigue significarse en poema: el silencio que define sin nombrar y tiene vocación de nebulosa.
Se cose el poema a quien lo recibe y se torna disfraz de muchos y verdad o mentira de uno solo. Yo soy el poema… mientras el mundo es prosa, una prosa segada o consumida por los omnívoros que igual hacen a carne que a verduras, a pan templado que a manteca fría… el poema/la poesía es la piedra que muele, pero que no alimenta; el tronco viejo de un árbol muerto que sirve de guarida a los gusanos, pero jamás podría contener una mesa o un armario. No sé, Diego, Pablo, Álvaro… pero siento esa voz tan adentro… que, sin saberlo, poseo la certeza del espacio poético, presiento cada trocha que lo surca y lo temo también…
Veréis que es inconcreto todo lo que farfullo, pero sé que es camino de conocimiento que late entre mis vísceras.
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Quiero rescatar una entrada de este diario que data del día 31 de octubre de 2004, y lo hago en respuesta a mi anónimo interlocutor de la entrada anterior. Yo me equivoco, claro, cada cinco segundos, pero mantengo mis posturas si creo en ellas, como es el caso.
Va la entrada aquella:
“31 de octubre de 2004
Leo en «Mundolibro» que César Antonio Molina hace un elogio de la poética de José Ángel Valente tildando a las nuevas voces españolas de «perezosas», armando sus argumentos en que Valente supo estudiar idiomas para indagar en las voces de su tiempo, y todo para vender el nuevo volumen que saca a la luz en estos días «Galaxia Gutemberg». Y el colega es Director del Instituto Cervantes. Juan Gelman, en el mismo artículo, sin embargo, se ciñe a hablar del autor en clave positiva y contando la relación poética que existió entre ambos: «Siempre nos preocupó, por razones distintas, el misticismo, la cábala, lo sufí y la sensación de la preocupación ausente de lo amado ... Siempre transcurre por la búsqueda del amor y la palabra como pasado que va a ocurrir. Él habla de la ceguera y de los ojos acostumbrados a no ver nada, el deseo de poseer es la negación del ser, decía Valente, siempre siguiendo la razón del corazón». Y uno, pobre payaso, casi «último mono» –como bien escribía Lorenzo Oliván hace unos días– tiene que aguantarse la risa de ver a los poetas políticos lanzando elogios por comparación al poeta muerto, pero no por una comparación normal, sino por una de esas comparaciones genéricas tan parecidas a esa de Gila que decía «alguien ha matao a alguien». Yo, sinceramente, cada día entiendo menos que para que una multinacional se hinche a vender libros tenga que salir el poetita oficial que vive del dinero de todos –y que hasta quizás «aprenda idiomas con él»– a poner su jodido dedo en los pobres ojos de los que no tenemos ni editor, ni pelas para aprender, ni poepolíticos para que nos soben el lomo por comparación. ¡Me cago en todo lo que se mueve! Y mi respeto enterito para Juan Gelman, al que he admirado siempre y leo con verdadero placer. Con bastante más placer que a José Ángel Valente, aunque quizás con menos vértigo. Y no se me sume ahora en la lista de los que denostan su poética, ¡por Dios!, no. Lo que sucede es que mi gusto estético no encaja tanto con la poesía intelectual y desnudada de palabras, aunque respeto esa concepción críptica del poema. Siempre he pensado que el conocimiento hay que democratizarlo, pues la orientación intelectual puede convivir perfectamente con la claridad. Vamos, que no entiendo esa historia de «conocer para esconder» que lleva a la poesía críptica buscando la dificultad. Tampoco la belleza está reñida con la claridad, faltaría más. Y no se me acuse ahora de defender una escritura que piense en el lector sobre todas las cosas, que no lo acepto. Sólo pienso que la baja catadura intelectual y la pose propugnan la dificultad como escondite de las carencias, circunstancia que se patentiza en los textos oscurísimos de multitud de autores. Repito que respeto el hermetismo, la cábala o el retorcimiento, pero no comulgo con esa forma de ofrecer sin querer dar. En todo caso, dejo uno de los mejores poemas de César Antonio Molina, editado por la Agencia EFE como titular de una de sus noticias: «Un buen gestor nunca se preocupa del dinero, y yo me considero un buen gestor». Pues yo tampoco; aunque mi pena es de euros que no me dejan viajar a París, a Viena, a New York, a Madagascar, a Oslo... ni siquiera a Barcelona para intentar quitarme esa «pereza» poética de la que habla en voz alta Cesarín. ¡Me cago en russss! Oye, y, por cierto, ¿cuánto habrá cobrado este César/Cervantes de las arcas de Galaxia Gutemberg por mordernos con la excusa de hablar de Valente? Lo mismo nada, como no le preocupa el dinero.”
[puedes verlo en su entrada original en: http://64.233.183.104/search?q=cache:HJmZ0uW7Z5sJ:www.lfediciones.com/comendador/diario.asp%3Ffecha%3D20041031+mundolibro+cesr+antonio+molina+valente&hl=es&ct=clnk&cd=1&client=safari”].
Queda respondida la entrada de mi amigo/a… y queda claro que ya ponía yo en solfa a este señor hace unos añitos… pero lo mismo soy un equivocado.
De Carmen Calvo no he hablado nunca… ni la conozco… ni la he ‘leído’
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Y luego un hervor de tirolinas en la Plaza Mayor con un Cubino [llamémosle con cariño 'el cuarenta', tal como indican él y su hermano] mirando anodadado el vuelo de muchachos sobre ese mar de piedras recientes [granito hortera] que tanto dieron a unos y tanto les quitaron… Y luego respirar unos Chester y beber cocacolas, empeñarme en un verso y fracasar, enredarme en un absurdo acopio de imágenes y quedarme saciado hasta mañana… que viene Felipe Benítez Reyes [ya veremos].
UN BELLO DETALLE DE ANÓNIMO [Gracias]
De LECTORAS |
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