Día 7 de agosto...
Cuando, esta mañana, Jaime de Armiñán montaba en el taxi que lo devolvería a su domicilio, se le había olvidado una especie de trofeíto que le habían entregado en el acto de ayer, una reproducción de una antigua cámara cinematográfica. La recepcionista del hotel salió corriendo con el trofeíto en las manos gritando… “Don Jaime, que se olvida esto…”, a lo que Jaime respondió… “je, je… mi Goya”. Me despedí y bajé a la imprenta con una sonrisota de oreja a oreja para empezar mi trabajo con ganitas, todo a pesar de este calor cabrón que me deja hecho un chicle y pisadito… y me tiré cuatro horas largas y enteras de sentada, preparando la maqueta para tirada de la revista de ferias de Hervás, un asunto complicado que me ha exigido bastante más concentración de lo que pensaba en un principio. Solo hice una pequeña escapada para hacerle una fotografía al amigo Cipriano [la que coronará su texto de presentación del programa de las fiestas de Béjar], oye, y que era el famoso Día del Bejarano Ausente… un montón de personas bastante entradas en edad subían la escalera del ayuntamiento mientras yo las bajaba… de pronto, me sentí amarrado con fuerza por el brazo derecho… era un señor al que conozco de vista, alguien con quien nunca había hablado... me pidió que le diera un abrazo, y lo hice… entonces se echó a llorar mientras me daba las gracias por el texto que leí a mi abuelo… joder, que me puse otra vez gatinino y se me saltaron las lágrimas… un simple texto escrito por mí ha sido capaz de emocionar a ese hombre de una forma que no puedo explicar… le di otro abrazo, fuerte, fuerte, y no me pudo salir la palabra ‘gracias’ de la boca… y me fui haciendo pucherones, coño.Y volví a esa cárcel mental de las revistas de ferias y fiestas… y, mientras maquetaba, la cabeza se me iba a otros lugares, y me imaginaba a mi abuelo caminando antes de su muerte, no sé si temblando de terror o estaba tranquilo por lo inexorable de tal situación… le imaginaba con voz, diciendo palabras y haciendo gestos con las manos… le imaginaba llevándose las manos al pecho y mirando con angustia sus rosas de sangre, que fueron varias… e imaginaba a sus otros compañeros de muerte… no sé quién le tocó primero, pero debió ser el de más suerte de aquella quinta… ¿lloró el abuelo?, ¿pidió clemencia a sus torturadores?, ¿quizás los insultó?... lo que sé seguro es que se acordó con intensidad de los cuatro hijos chicos que iba a dejar huérfanos y de la hermosa mujer que dejaba sola en este mundo de mierda… y de que se perdía el resto de una vida que habría sido plena, una vida llena de nietos y sonrisas.
También pensaba en cómo reaccionaría yo si hubiese estado en su lugar, seguro que me vendría abajo y me dejaría hacer como un derrotado… solo de pensar en ese terrible viaje en aquella camioneta hacia la muerte, bajar de él junto a otros condenados a morir, caminar hasta el lugar exacto, escuchar palabras humillantes… disparos…
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