Sunday, August 30, 2009
"Tres poemas" [un libro de T. S. Norio]
Dormí en una posición extraña [soy de dormir agitado] y al intentar levantarme esta mañana, sentí un leve mareo que me devolvió ipso facto a la cama. Con la cabeza sobre la almohada estaba bien y me quedé como media hora mirando al techo, aguardando a que desapareciese de mi cabeza esa sensación desagradable de vértigo… en el trámite de despostrarme, recordé los membrillos robados en la huertita aneja a Filiberto Villalobos, la prisa que dio con mis huesos en el suelo un día que iba a examinarme de Microbiología, el culito de Áquel temblando mientras escribía frases de francés en la pizarra –luego se casó con el profe de mates–, la noche que orinamos la pared de la comisaría de Salamanca –seríamos quince tipos con barba recién salida–, la noche bruja con Paco Ibáñez en Puerto de Santa María –estábamos tan bebidos, que acabamos riendo como gansos sin pronunciar palabra–, los helados de mantecado del puestito del Caño Comendador, Sara Montiel besándome con ganas en aquel restaurante de lujo de Castellón –me regaló una copa con sus labios marcados–, la parada en la A6 para que Pepe Hierro aliviase su vejiga –“tápame bien, chaval, que me sacan la chorra en los periódicos”... le dijo a Antonio G.–, los pijos con sus motos jodiendo los veranos del ochenta, mi madre haciendo roscas fritas en la cocina de casa, el póker en The Boris por las tardes, los hermosos silencios de mi Pepe Servando, la tarde con Rafaelito Pérez Estrada a más de cuarenta grados malagueños, las manzanas reinetas del árbol de la entrada de la finca de Palma, las tardes de dentista con el miedo agarrado entre las piernas –se llamaba Campito el sacamuelas–, el Fauvismo alemán en el Barrio de Salamanca –perdí el coche–, el rol de fenotipos en las tardes Latina con Isabel y Caro, aquellas bragas mínimas de encaje que llevaba la americana becada en Salamanca en el 77 –fue mi primer asombro erótico… se llamaba Lucila–, el tren parado en Cangas y lloviendo, la pistola en el vientre en el meeting que Fraga dio en el pabellón de La Alamedilla –creí que me meaba encima–, la peluquera mesando mis cabellos recién lavados, Amparitxu Gastón besando mis mejillas en la entrega del Celaya, la jodida máquina en envarillar calendarios que me dejó sin uña en el dedo pulgar del pie derecho, las horas de Gimnasio Colón haciendo el ganso, el primer crédito… y el último, el día Margarit en el calor Lucena, las horas de manchada en El Judío –pura ebriedad, lo juro–, el topo pelirrojo de la poli en la Facultad de Ciencias –nadie le tocó nunca, aunque ganas quedaron–, el calabozo oscuro de Ribadesella después de lo de Raimon en el faro, el arresto de un mes en Menacho por insultar a voces a un sargento primero, los ojos de Pablito Milanés cuando le di la mano –estaba muy enfermo–, Malick en Los Montalvos con un camisón blanco y en estricto aislamiento, la camarera de Gorfan, las tardes de La Otra Casa –inolvidables–, los años de político nefasto en los que aprendí tanto, la primera edición de un libro mío –Narciso diez minutos… luego, nada–, mi abuela en su ataúd un día de lluvia, Andrés Neuman en casa comiendo una ensalada, las comidas Santonja y aquel extraño mundo que algunos definieron como “El Grupo de Béjar”, la copa con Claudio en el bar del Felipe II, mi primera canción, mi primer disco, los días de editor arruinado, Salim junto al Toyota en la casa MPDL de Mangola, el miedo en Cáceres con mi Tacuma destrozado en un sembrado, mi primer Motorola haciendo clac al colgar las llamadas, Javi Bauluz con su cámara vieja en el 12&23, los días en La Toja… y que me levanté sin más, y ya sin vértigos, y me metí en la ducha como un zombi, y que salí un poquito más despierto y me puse la ropa [gayumbos de rayitas marrones, los pantalones Chinos color crema, el polo negro y las chanclas de rafia]… y me vine a mi estudio a leer de un tirón el último poemario del colega T. S. Norio [Braulio García Noriega], que lleva en cabecera el título de “Tres poemas”, y que ha sido editado con un gusto exquisito por los hermosos vencidos de “Baile del Sol”. Me ha gustado el libro y le he encontrado en muchos tramos bastante Ginsberg [y hasta un puntito Pasolini en aquel delicioso poema “Who is me”]… muy norteamericano en su estructura y en su presentación poética, con mil cargas de fondo que me han llegado fuerte y en un tono social que, por generación, da en la diana de mis años… Braulio toma el camino del prosaísmo en estos poemas y con ello consigue claridad meridiana, la justa claridad que demandan las ideas que quiere hacernos llegar como balas y preguntas. No niego que, desde mi punto de vista, el contenido intelectual [altísimo] hace una sombra dura sobre los aspectos poématicos, entre los que echo de menos en algunas ocasiones el trasunto del ritmo, pero repito que no importa, que a mí no me importa la forma ante un fondo tan clavado como un salto perfecto desde el trampolín más alto. En definitiva, tres poemas que dicen con emoción y con verdadero conocimiento del trasunto existencial que ahora nos lleva. Muy recomendable el libro, lo aseguro.
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