Verás, colega, desde que Miguel se hizo cargo del chiringuito de El Castañar, yo, que me considero su amigo, además de un admirador fiel de todo su trabajo, he sido visitante asiduo del lugar para tomar cañitas, cafés, copas o comidas completas, lo que me ha hecho conocer con el tiempo a la gente que ha trabajado allí y llevarme con todos de maravilla, hasta el punto de que han sido protagonistas hermosos de este blog en muchas ocasiones. Pues verás, amigo, en los últimos años, la barra de La Venta del Bufón la poblaban chicas jovencitas que, seguramente, se estrenaban en esas lides y no podían evitar en algunas ocasiones que los clientes mandásemos desde afuera, hasta llegar a ponerlas en esas complicadas situaciones de tensión nerviosa en las que se percibe que puede llegar el caos… aquello podría tener un montón de calificativos positivos, que seguro que se los apliqué en su día, y todos iban llenos de ternura hacia esas muchachas que tenían edades similares a las de mi hija.
Este verano, debido a las circunstancias económicas adversas, apenas he podido salir a tomar copas y cafeses –ya sabes que uno se quita los lujos cuando tiene que apretarse el cinturón–, y no he subido a La Venta con la frecuencia diaria con la que lo hacía otros veranos. El caso es que organicé un encuentro de escritores para el Ayuntamiento de Béjar y se programaron dos conciertos en ese lugar [imagino que recordarás a Caraoscura y a Jesús Márquez, además de a todos los escritores que subieron allí durante ese fin de semana a La Venta]… pues durante ese fin de semana os conocí a vosotros [los dos camareros a los que me refería ayer], que estabais detrás de la barra atendiendo al mogollón de personas que llegamos a pedir a la vez nuestras consumiciones… me caísteis de puta madre los dos, sobre todo porque calmabais a mi grupo con frases espectaculares y gestos de maestros de barra [era una pandilla de sedientos, lo sé], mientras poníais las copas con tranquilidad y le dabais salida al negocio de Miguel con éxito en un momento complicado. Digo que me caísteis de puta madre, y crucé con vosotros algunas palabras y algunas sonrisas… incluso alguna situación cómica [espero que puedas recordarlo], a pesar de que yo también estaba sobrepasado como organizador del asunto y los nervios los llevaba a flor de piel.
El caso es que antesdeayer, cuando te pedí dos cañas, me respondiste con mucha gracia y recordé que ésa es la forma en la que se trata a la gente en los bares de los pueblos pequeños, con familiaridad y con afecto… y eso es para mí lo “rural” que veo en tu oficio y en el de tu colega… por eso me sorprendió sentirte molesto por mis palabras cuando anoche me dirigí a ti para pedirte la consumición del día.
Comprendo que no me entendieras ayer, amigo, y espero que hoy me entiendas a la perfección y eso te relaje… por eso afirmé que le dais “sabor al asunto de pedir cañas”, no por otra cosa.
Espero que nos veamos estos días [subiré, como muy tarde, el 14 de agosto a cenar, para celebrar la despedida de soltero de Youssouph] y que todo fluya, y que ese talante lleno de fina ironía que me habéis demostrado este verano, siga en su tono “rural” tan apetecible.
Como mi intención no fue molestaros a ti ni a tu compañero, creo que huelgan las disculpas [aunque, si las quieres, te las ofrezco todas].
Si tengo que explicarme mejor, ya lo hago en barra. Un abrazo.*
*[por si te quedan dudas, pregunta entre tus colegas alquitaros –al tipo magnífico de la foto de abajo, por ejemplo– cuándo he tenido yo una sola palabra torcida para la gente que trabaja en esa casa].
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Y que de la cañita me fui al blues, pero llevaba frío, pues el día andaba rarino y la lluvia que había caído producía una sensación térmica que no era la ideal para mí. Besé a mi hija, que estaba vendiendo los vales de bebidas y las camisetas en el puestito de la entrada, y me tomé un bocadillo de pollo con pimientos sentadito en el borde la barrera, el lugar donde siempre me ubico cuando hay blues [ya he contado en muchas ocasiones que soy un tipo de costumbres y lugares fijos]. No me entró bien el bocata y seguía sintiendo frío en mis riñones, un frío que me dejaba deshecho y sin ganitas. Y comenzó Eugene “Hideway” Bridges, poderoso con su guitarra e impresionante con su presencia y sus zapatos beige de cocodrilo, era todo un Juanito con rastas y un sombrero de ala típico de los indígenas norteamericanos. El tipo hacía a la perfección el blues clásico como se arrancaba con baladas hermosísimas que ponían la piel de gallinita, pero yo me encontraba cada vez peor. Hice algunas fotos sin ganas y me retiré a mi barrera para intentar recuperarme, pero a eso de las once y media, cuando acabó la magnífica actuación de Eugene, sentí que me empezaba el cabrón ataque de cistitis, que mi estómago estaba como un puchero hirviendo al fuego, que mis pies estaban congelados y que la cabeza no me respondía… no me sentía nada bien y no estaba disfrutando del blues como me gusta hacerlo, bailando, cerrando los ojos, sintiendo… así que tomé la decisión de perderme el resto de la noche y meterme en la cama para encontrar reposo y algo de alivio.
Dormí bien y hoy me encuentro magnífico, aunque lleno de rabia por haber faltado por vez primera a una parte muy interesante mi fiesta del año.
Me dio penita.
* Nota: acuso recibo de una hermosa colección de azucarillos y de una cantidad que ha enviado Sindita [gracias, amiga… las pelas las he ingresado en SBQ, espero que no te parezca mal]… y también de una hermosa pieza de cerámica terrosa que me ha enviado el amigo Fernando Malo por medio de Albertito [un abrazo, hermano, y mil gracias].
* Imágenes que me envía desde Morille el amigo Victorino, fruto de la primera noche de blues.
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