Thursday, October 8, 2009

Guillaume Apollinaire


Cuando Guillaume Apollinaire veía banderas ondeando, se decía a sí mismo: “he aquí la rica indumentaria de los pobres”… y todos celebraban con comida en la mesa un día de la victoria sobre alguien, un día con muchos muertos de ambos bandos –los que fueran¬–, un día sin trabajo y con traje de fiesta replanchado…
Luego de ver banderas y de pensar en pobres, en los pobres, Guillaume se quejaba de que la Patria aún no había aprendido a colgar de una soga a aquellos que no sabían gozar de la vida –pensaba en la poesía entonces, en esa poesía que enseña a reír y a masticarse, en la que cambia el rostro de los críos o invita a que el amor se expanda y trepe–. También caían las tardes sobre Guillaume y las banderas seguían ondeando en las ventanas con esa cosa suya tan correcta que le dicen a cada hombre: “aún tienes algo que defender, patriota”, y caía la melancolía como la miel, despacio, y le quemaban llamas mientras sesteaba sentado junto a un muelle del Sena, mientras gritaba al cielo “¿por qué no vas más rápido, Dios mío, más rápido, más rápido…?”… y seguían las banderas siendo Patria de trapo.

La gente aún tiene ojos como fogatas mal apagadas… oye, pues que quizás quede esperanza.

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Hay algunos manjares afectivos que debieran ser eternos: esas alas de ángel que te echan los padres sobre el cuerpo, con su seguridad y con su abrigo; las dulces dependencias de las cosas que están y no desaparecen… y esa sensación de eternidad que proporciona el no ser responsable de nada ni de nadie [cuando te vuelves padre y cabeza de familia, todo desaparece y quisieras volver como un poseso a aquel lugar seguro].

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