Monday, October 19, 2009
Gregory Corso
Leo a Gregory Corso y me detengo en su referencia a “la triste y desesperada pistola de Verlaine, Pushkin, Dillinger, Bogart”… ¿por qué estos personajes en su poema “Bomb”?... me gusta y me sorprende… y quizás nada más. Luego, esa reflexión sobre la muerte, sobre la preferencia de los hombres por unas formas de muerte sobre otras… ¿no es solo muerte?... y, como tal, resulta una extravagancia preguntarse si morir cayendo de una pared mientras la escalas o hacerlo postrado por un cáncer… la muerte es muerte y una… y basta… y ya está.
Y puede ser en la justa hora en la que metes el chicle de menta en la boca, cuando vas a besar o mientras duermes, volando a cualquier parte o haciendo el repetido trabajo diario, sobre la nieve o bajo las vigas de tu tejado, saliendo de la escuela o entrando en el bar de copas, en la cama propia o en una ajena, comiendo magdalenas o sentado en el parque… solo muerte… y una… ¿y luego?... ¿habrá jamón y dulce de membrillo… o todo será mármol?... en todo caso, hay que estar dispuesto, sin nervios, con ganas de infinito y disfrutando la lluvia o los rigores del invierno, disfrutando la tez de cada tarde o el agua por beber, disfrutando el clamor de las otras vidas que rozan o acarician suave, disfrutando el momento de salir o de entrar, el de ser o el de estar en donde sea… pero siempre dispuesto a ese tornarse glup y ser cadáver quieto y bien vestido… hay que abrir los sentido, utilizar los ojos y quedarse pasmado con cada tacto o con cada leve sonido, arder en la saliva y profanar cada uno de los templos, que a veces son de carne o de piedras enormes o de adobe, no importa… arder como los fósforos antiguos encerados, dejarse salpicar por lo que sea, gritar o incluso guardar silencio, pero entendiendo y no entendiendo a la vez…
Y tal vez deba importarme que el glaciar de tres lenguas haya comenzado a fundirse o aprender a volar remando con los brazos en el aire… porque en el proscenio aún quedan jergones y cajas cerradas, porque hay ángulos muertos en las calles y la gente viaja hacia el Oeste los fines de semana, porque aún quedan relámpagos que habrán de sobrecogerme y estaré desprevenido cuando estallen, porque algo se tamiza mientras llega el futuro y el mar rompe las rocas cada día…
Ya hace demasiados años que no existen los sábados y siento cómo la soga ahoga mi garganta… porque no nací preparado para esto, ni me lo enseñó mi padre, ni siquiera supe aprenderlo viendo a las muertecitas en sus féretros… y es que solo me enseñaron que el mundo es esto, esto y esto… pero nada de anatomía, que es la patria del cuerpo, nada de malaeducación [que es la libertad, coño]… solo que hay que ser sensato, que hay que permanecer sumiso, que hay que temer, que hay que respetar, que hay que ser correcto… y todo es un pantano sin caminos ni cruces, todo es como los vientos alisos que mojan sin que llueva, todo es exactamente lo que está sucediendo y existe a veces solo el momento en el que el pájaro lanza su graznido… y todos creen en espíritus que vigilan o se burlan, en pies que se ponen sobre su huella con puntualidad y en que hay vida privada.
Me siento y balanceo los pies hasta que pierdo las chanclas por alguna ley física de huida, una ley centrífuga que es exactamente igual a la condición humana, que se balancea y pierde hombres en cada oscilación… y miro los ladrillos rodeando al único tejado de pizarra que queda al alcance de mi vista.
Soy puntual para que me ignoren los intolerantes… y también para envejecer.
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