Saturday, October 17, 2009

Murió el Teatro Bretón... lo asesinaron.




La jornada fue fría de temperatura, pero hubo calorcito en el encuentro del Palacio de Anaya, donde me encantó ver a Celestino Miguel, a Mayca, a Jesús Málaga, a Floren, al Paco de la eterna sonrisa inteligente y, cómo no, reencontrarme con Orihuela y Mar, con los hermosos de la Flor, con Manolo Ambrosio y un montón de gente conocida y nueva… y, como siempre, me fui del guión sobre el que había trabajado durante dos semanas, y lo hice, también como siempre, a la primera de cambio… no obstante, al llegar a la zona alta del patio interior de Anaya, me quedé perplejo al encontrarme con un “victor” bajo el que figuraba el nombre de mi amigo Paulino Matas Gil con fecha de 1988… perplejo es el término exacto, sobre todo porque Paulino y yo empezamos nuestros estudios universitarios en 1974, y esa diferencia de 14 años en la pintada académica no me cuadraba de forma alguna… en fin, enhorabuena al amigo si es que tal señal de éxito se refiere a él, que no lo sé… como digo, de esa perplejidad me salió un tono distinto al que llevaba preparado en los papeles, por lo que decidí cambiar el rumbo de mi charla y salir al cuadrilátero pomposo de Anaya con palabras fresquitas y recién nacidas… creo que no me salió mal la cosa y me pareció que el público asistente dio la tarde por ‘utilizada’, que ya es bastante en estos tiempos, la ‘utilidad’.
Después del trámite cumplido, unas cañitas, el intento de conseguir unos libros de Derecho que me han encargado desde Perú –fue baldío y le dejé mi encargo a Fabio–, y visita imprescindible al doloso derribo del Teatro Bretón salmantino, donde se me cayeron los palos del sombrajo ante la barbarie realizada por quienes solo ven en el paso de las horas el jodido color del dinerito fácil… no sé explicar la desazón que me dejó absolutamente conmovido, pero sí diré que en el Bretón y en sus cercanías se desarrollaron algunos de los momentos más señalados de mi vida, algunos que marcarían en mí una línea política e intelectual muy determinada… enm fin, una mierda pinchá en un palo.
Luego, cenita chula con amigos grandes y lectura de poemas en “El Savor” junto a Antonio Orihuela para presentar nuestros nuevos poemarios en Editorial Delirio [creo que estarán en la calle en un par de semanas].
Eso fue todo, que es bastante, junto a la constatación de que mantengo amistades grandes y de lazo fuerte con Fernando, Fabio, Manolo y Antoñito [la conversación con Fernando de la Flor mientras paseábamos Salamanca fue de tomar apuntes].
Un abrazo para todos los que estuvieron presentes y un ramo de gracias recién cortadas por el afecto que me dieron en todo momento.

Ahora dejo aquí copiado el guión fallido de mi charla, el material sobre el que trabajé en los días anteriores y que luego no llegué a utilizar… ya que me lo curré, pues por lo menos que quede en este espacio:

¿POR QUÉ NOS QUEDAMOS EN LA PROVINCIA?
© Luis Felipe Comendador
Béjar, 11 de octubre de 2009


Resulta algo difícil para mí, que soy muy torpe, enfocar el asunto que me trae ante vosotros… más si os explico que suelo trabajar siempre por comparación y, en este caso, apenas he tenido una experiencia urbanita que poner frente a mis vivencias de orden rural [Béjar, el lugar donde vivo, es un pueblo, una aldea pequeña y cerrada con ciertas ínfulas de ciudad, pero solo eso… aunque os recomiendo que no hagáis esto público, pues probablemente me desterrarían, y quizás sea benevolente en mi presupuesto].
Veréis… Béjar es una localidad venida a menos desde la caída de la industria textil en el periodo postfranquista, de tal forma que llevamos la friolera de sesenta años en crisis [lo de España y el mundo mundial a nuestro lado es una broma], una crisis propiciada siempre por la cerrazón de sus gentes y, fundamentalmente, por la estrechez de miras de sus políticos y de sus empresarios [que hubo en su día propuestas importantes de giro en el camino económico de la ciudad –no en vano se ofreció la implantación de una gran empresa de automoción–, pero se tronzaron por los prebostes de la industria textil –a la sazón propietarios entonces del poder político– al sopesar que los salarios medios del sector del automóvil eran francamente superiores a los del textil, lo que propiciaría un movimiento de trabajadores de un sector al otro, con la consiguiente fluctuación de salarios de ajuste para mantener empleados y la seguida y supuesta pérdida en la magra ración de beneficios de los ya millonarios empresarios del hilo y los tintes [entonces se bienvivía de las estupendísimas contratas militares para realizar mantas y tela de caqui… contratas que procedían de la estirada, católica y apostólica afección al régimen franquista… y, quizás, como pago de favor al acojono al que los textiles sometieron a una importante comunidad obrera que pudiera haber sido un puñetero grano en el culo de aquella España tan “una, grande y libre”. El caso, y por resumir, es que en Béjar se apagó aquel orgullo obrero de “muy liberal y muy noble” a base de sangre [no somos pocas las familias bejaranas que contamos asesinados de aquella purga terrorífica], se impuso la ley de los empresarios textiles y se implantó el monocultivo económico que nos ha traído pobres y críticos –de crisis– hasta nuestro días [aunque con ínfulas, como ya dije antes].
De todo lo expuesto, y de otras historias anteriores en el tiempo, historias que tienen que ver con los Duques de Béjar y con sus delfines, resultó que Béjar mantuvo en los años, y aún mantiene, una estructura social de corte claramente medieval, en la que las clases sociales están absolutamente definidas y separadas unas de otras, hasta el punto de que aún se mantienen costumbres endogámicas ancestrales, combinándose los mismos apellidos generación tras generación, manteniendo espacios físicos separados para asuntos de carácter social [aún permanecen restos vivos de los casinos locales: el obrero y el de los señores] o se administran los tratamientos de don-doña, señor-señora, en función de la clase a la que se pertenece, y no por educación precisamente.
Así, aún permanecen tres clases muy diferenciadas en la localidad:

• La clase obrera: que ha perdido sus peculiaridades tradicionales por la caída en picado del textil, y ahora tiene pequeños negocios que van mal, trabajan en las empresas cárnicas de Guijuelo o hacen cola en el INEM esperando a las cortas bocanadas de oxígeno del PLAN E o a las contratas temporales de última opción del ayuntamiento.

• La nueva burguesía: formada por la que fuera hace cincuenta años “clase media bejarana”, que procedía fundamentalmente de los ambientes salesianos, que, patrocinados por los empresarios textiles, formaron a algunos hijos de la clase obrera para que hicieran de forma barata las cuantiosas labores administrativas de las empresas textiles [su salto no era tanto económico como aparente, pues se les cambiaba el mono de trabajo y el cabás de mimbre con la comida del día por el traje, la corbata y el libro de cuentas… además de cierto integrismo católico que era la gabela salesiana a tan buenos contables formados ‘gratis’ como mano de obra especializada y muy barata]. Con la caída del textil, esta clase montó negocios nuevos y pudo darle carrera a sus hijos, que huyeron de la ciudad por falta de posibilidades reales para instalarse, generalmente como funcionarios del Estado, en otros lugares.

• La nobleza bejarana: casta que aún persiste en su endogamia, que mantiene fábricas y casonas enormes cerradas [en trance de ruina] y que se ha ido en masa a gastarse los beneficios de tantos años de monocultivo textil en la capital de reino [éstos suelen venir con sus vástagos los fines de semana y los días de fiesta para enseñorearse por la ciudad, y mantienen el mando en cofradías religiosas –con las que siempre aparecen presidiendo procesiones y actos litúrgicos–].


Y a todo ello habría que sumar, cómo no, el lujo del paisaje, esa calidad de oasis de Castilla en el erial de Extremadura que le concediera al sitio Gabriel y Galán –poeta que levanta pasiones entre los ancianitos y las ancianitas del lugar–. Un paisaje diverso y absolutamente determinado por las estaciones, un paisaje en el que vivir y del que no irse nunca jamás.

Bueno, y ahora empiezan las preguntas que me hago con respecto al tema de este invento que han venido a llamar sus organizadores “¿Por qué me quedo en la provincia?”

• Lo primero que se me ocurre… el primer sentimiento que me llega ante esta pregunta, es que me puede el paisaje, que no sé amanecer sin que mi mirada se tope de frente con el voluptuoso monte de El Castañar o con las cimas de la Sierra de Francia, mientras me meto entre pecho y espalda una taza de leche fría con Nestcuik… ya pasé seis años como universitario en Salamanca y mis amanecidas se conformaban con una depresión diaria de tejados horrorosos y niebla, de luz mortecina y biliosa que me dejaba tiradito y con ganas de huir hasta mi casa bejarana.

• El segundo asunto que me llega con fuerza no es ni más ni menos que el enfoque nítido que hay de todo lo que me rodea en ese hábitat pequeño y cerrado… todo lo conozco al milímetro, a todos los tengo descritos milimétricamente en mi cabeza… el bueno es bueno por donde lo mires, el malvado lo es entero, la loca es constantemente la loca… sé lo que debo saber de sus vidas, pero también lo que quiero saber de sus vidas, pues no en vano las compartimos apretados cada día… y sé, sobre todo, gracias a ese enfoque, lo que sus vidas tiene que ver con la mía, percibo con nitidez los lazos y los cortes de tijera, las afinidades y los desencuentros, cada tristeza y cada alegría, los arañazos de la muerte, las pasiones, el ardor, la miseria… sé quién no pagará nunca en el bar si va en compañía, cómo reaccionará la vieja de la ventanita de enfrente si aparco mal el coche, cuándo hablará cada uno en una conversación y qué dirá… nada me es negado a la mirada, ni los sentimientos… y eso me resulta fundamental a la hora del intento creativo, tenerlo todo meridianamente claro y poder escoger entre mi nutrido fruterito de personajes reales al que le dará más valor a mi idea… si mi mundo fuera el de la narrativa… sería de seguro campeón del mundo con estos mimbres.

• Y el tercer asunto es una mezcla irregular de situaciones prácticas que le aportan a mi soledad un espacio que me gusta mucho, cada día más. Aquí podemos anotar que, viviendo en un lugar pequeño, me libro del anonadamiento de los grandes espacios –yo soy un tipo absolutamente disperso– y logro algo de concentración… veréis, para que se entienda mejor, os explicaré de forma somera algo de mi proceso creativo: procuro estar constantemente en alerta perceptiva [esto es algo que he educado en mí y ya se ha hecho costumbre y rito diario], de tal forma que, desde que me despierto al amanecer hasta que me duermo, entrada la noche, juego a percibir y a anotar mentalmente todo lo que me llame la atención… un gesto, un dolor en la espalda, una mancha en la pared, una mirada, una forma de caminar, una frase escuchada… todo lo que me llega y despierta en mí curiosidad, admiración, preguntas… lo anoto en mi cuadernito diario en horario de tres a cuatro de la tarde y de 9:30 a 12:00 de la noche [que son las horas que componen mi tiempo disciplinado de escritura]… y quedan ahí para lo que vaya surgiendo, que nunca sé qué será… ni cuándo, ni de qué forma surgirá… a veces son dibujos rápidos o collages, a veces son microcuentos, a veces terminan siendo poemas… y todo acaba concretándose en un diario enorme y casi enciclopédico de mí, un diario que admite cualquier material y cualquier formato… por tanto, y volviendo al tema que nos ocupa, el hecho de vivir en un espacio muy determinado, con los mismos personajes y el mismo decorado, me lleva a concentrarme mejor y a obtener cada día pensamientos más afinados en el camino creativo que me apetezca seguir.
También me resulta muy interesante, de este espacio cerrado y apartado, la distancia que ayuda a poner con el resto del mundo en sentidos muy diversos… estás alejado de los centros de poder literarios o artísticos donde los tipos se despedazan a diario por tontas migajas [aunque en mi espacio cerrado sucede lo mismo… si os contara… pero ya os dije que en mi espacio el malvado es exactamente el malvado… y todos lo conocemos al milímetro, lo que acaba quitándole hierro a los desgarros], por lo que dependes más de ti mismo y no focalizas tanto tu atención en el ‘estar’, sino que te dedicas a ‘hacer’ con intensidad y apenas sin perturbaciones externas… y si necesitas acercarte alguna vez a los centros de poder, pues te acercas, pero siempre en base a lo que haces y no a lo que te propicie el querer ‘estar’.
Otro asunto que me proporciona muchas alegrías, viviendo tan apartado de casi todo, es el de la precariedad de medios, el no tener al alcance de la mano todo lo que necesito… así, obtener un libro que quiero leer, poder asistir a una exposición, conseguir mostrar mi obra es algo que me proporciona la sensación de quien encuentra un tesoro… yo qué sé, puedo entrar en euforia por haber conseguido la última edición de la revista “Paraíso”, por poder ver en vivo un solo cuadro del fauvismo alemán o porque me llamen Marino González o Fabio de la Flor para decirme que si quiero editar un libro en sus hermosas editoriales… y luego la fiesta que supone recibir a amigos, esos con los que quizás solo cruzase un par de palabras al año si viviéramos en la misma ciudad grande… recibirlos en mi espacio cerrado es una fiesta de intensidad y abrazos, de miradas llenas de cosas que dicen y de tiempo compartido de verdad… solo por el hecho de que vengan a visitarme semanalmente amigos de otras tierras, ya merece la pena quedarse en la provincia para recibirlos y sentirlos.
También hay un asunto muy prosaico que le otorga algo de valor a este quedarse en la provincia… y es que conoces desde chiquitillo a los que llevan los temas culturales en la zona, y eso te proporciona una facilidad de acceso que no tendrías de otra forma, una facilidad que te permite organizar encuentros, hacer exposiciones y preparar cualquier tipo de acto cultural que se te ocurra sin más dificultades que las que ponga el eterno contrario oficial… pero como está bien enfocado, y todos le conocemos, pues no va más allá de un levantar la voz y santas pascuas.

Resumiendo, y terminando, puedo decir que si encuentro soledad, soy capaz de ponerme a crear o de intentarlo, esté donde esté, pero es bien cierto que un ambiente cerrado y apartado lo encuentro más propicio para mi forma de trabajo, porque , como ya dije, soy disperso y me cuesta enfocar si hay demasiadas cosas nuevas que mirar.
Me quedo con mi paisaje y con mis gentes, con mi estudio chiquito y desordenado, en Béjar, hasta donde vienen a verme mis amigos y donde he escrito cada cosa, mala o buena, que ha sido publicada. ‘Hago’ diariamente… esa es mi suerte.




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