Alguna vez me pareció que nunca acabaría la lluvia, pero siempre, más tarde o más temprano, amanecía un día radiante y brotaban los dientes de león junto a los restos del naufragio... hoy tengo los pies helados, moqueo como una fuentecica y me incomodan unas décimas de fiebre que me ponen Mambrú... ya anoche se somatizaba mi resfriado en una astenia medio insoportable y apuntaba en el cuerpo dolorcillos diversos de bajo tono, así que decidí encamarme con la idea divina de no salir de entre mis sábanas hasta bien entrada la mañana de hoy... a eso de las dos y diez de la madrugada me despertó Felipe vestido de escocés, con una falda de cuadros y una boina a juego [cuando llega tarde, siempre entra en el dormitorio para decir su ‘ya he llegado’, que lleva implícita una enorme dosis de tranquilidad]... tardé en volver a pillar el sueño, coño, pero lo pillé [recuerdo ahora que mi última mirada al reloj digital que está sobre la cómoda marcaba las 02:53 a.m.]... bueno, pues a las cuatro y veinte llegó Mariángeles con la misma cantinela [ella vestida de princesa de cuento y congelada]... dio su parte de guerra en un par de bisílabas y deseó buenas noches [fíjate tú, a esas horas]... y que volví a tardar en pillar el sueño, aunque esta vez ya creí que las tenía todas conmigo, pues ya no me despertaría nadie hasta que mi cuerpo decidiera abrir los ojos... ¡y un huevo!... a las ocho y diez me sobresaltó un zarandeo... “¿¡qué pasa, hostia!?” [soy realmente malhablado si me despiertan de susto]... era la niña, que se había quedado dormida y había perdido el coche que le sube a su trabajo diario en la estación de esquí de La Covatilla... me cisqué en todo lo que se movía mientras me ponía los calzoncillos al revés, me metía los pantalones y me daba un rapidísimo lavado de cara para sacar las legañas de mis ojos pegados... hice un monólogo rápido sobre la falta de responsabilidad, sobre ese ‘todo me toca a mí’ tan de mentira y sobre el haber tenido estos hijos y no otros [vaya tontería, ¿no?]... al salir del baño, con las putas prisas, me quedé doblado [se me suele sumar cierto dolor ciático a los resfriados] y ya es todo doblez a esta hora justa [son ahora las 12:35 horas]... me bajé andando por la escalera y me encendí un cigarrito, me abroché mi cazadora hasta el mentón y salí a la calle... el puto Polo Norte era la calle, coño, que al arrancar el coche marcaba cinco grados bajo cero en el exterior... bajó Mariángeles y se montó en el asiento del acompañante, me miró con su carita de reina mora y me pidió perdón un par de veces... se lo concedí, claro, ¿qué cojones podía hacer?... iniciamos la marcha y la carretera estaba totalmente helada [hice la subida a cuarenta] mientras el termómetro llegó a marcar hasta nueve grados bajo cero... llegamos al complejo deportivo y la cría salió corriendo hacia las oficinas donde curra [ya llevaba un cuarto de hora de retraso]... yo di la vuelta con parsimonia, me encendí otro cigarrito e inicié el descenso con una tosiquera de no te menees... al llegar a Béjar pensé en acercarme a comprar unos churros calentitos para desayunar, pero las dos churrerías que conozco estaban cerradas [vaya crisis de mierda... antes se abrían las churrerías a las seis de la mañana, y más tempranos si había crisis, coño]... así que tiré sin churros para casa.
Al subir en el ascensor, me miré en el espejo y vi que, con las prisas, no me había peinado y parecía una loca a medias entre Garfunkel y los Jacksonfives... en fin, que me dio igual, pues no es tan diferente mi puesta en escena con atuse que la que vi en el espejo... me duché con dificultad por la jodida doblez de cintura y desayune entre escalofríos y tosiendo a lo Joe Cocker...
Decía al principio que alguna vez me pareció que nunca acabaría la lluvia... pues hoy es un día de esos, coño... pero escampará, que estoy seguro.
Luego me puse a pensar en que tanta belleza como se ha dado a mis ojos en los años que llevo es ya una buena carga –en tanto, moqueaba como un mocoso narigón–, que hasta me parece suficiente... he visto con mis ojos algunos cuadros del mejor expresionismo alemán, he escuchado a Bob Dylan y Lluis Llach en directo, he paseado junto a la falla del Riff y me ha sobrevolado una bandada de flamencos, he caminado por el lecho salado y seco del Eyasi mientras me miraba un coyote, he comprado batiks en el mercado de Arusha, he sentido bramar el viento en el desierto de Paracas, he leído poemas junto a Ángel González y junto a Pepe Hierro, me he tomado una copa con Claudio Rodríguez y he reído hasta las lágrimas con L. A. de Cuenca, he escuchado mis poemas cantados ante un montón de público, he pisado los restos de la Huaca de la Luna, he intentado el swahili en la aldea masaai de Longuido, he paseado lloviendo por las playas de Huelva, me he abrazado una tarde a José Luis Morante y a Joan Margarit, he visto la muerte en las lluvias de Karatu, he perseguido jirafas con mi cámara, he llorado entre los pobres más pobres del mudo [y también he reído], he jugado un partido de fútbol con los críos de Kambi a Simba, he sentido la noche africana de Mangola con sus tamtams al fondo, he cenado con Sara Montiel y he bebido cerveza con Paco Ortega, me he sobrecogido en Chanchán y he visto huesos humanos desperdigados por el suelo justo al lado de mi casa, he comprado plátanos rojos en El Río de los Mosquitos y he tenido en mis manos un original de Quevedo, he respirado el aire del Pacífico mientras los cormoranes jugaban con el viento, he fumado en la Plaza de Armas de Lima y en la de Trujillo, he bebido guarape, pisco, Inka Kola y leche agria, he comido sambusas y arroz con poroto, he cantado entre cebús en la sabana de Tanzania y entre borrachos en El Escorial, he dormido en los mejores hoteles y las cabañas más rudimentarias, he visto elefantes en el Manyara, he leído mis poemas en el Círculo de Bellas Artes y en el Ateneo de Madrid, he fumado en las zonas prohibidas del aeropuerto de Amsterdam, he visto Chincha deshecha por el terremoto, he mirado a los ojos a Zenobia Camprubí, me he sentado bajo un baobab y me he comido un bocata de chorizo ibérico, he tenido un milano y un zorro... y todos los días me despierto viendo el monte de El Castañar... tanta belleza colma, lo prometo...
Y ahora, cojitranco y rígido, me vuelvo a casa a pillar algo de aire al calor artificial de mi calefa... sigo febril y agotado, no respiro bien, me duele la cocorota, toso, moqueo, tengo ridículos dolorcillos articulares y me muero de sueño... pero estoy feliz, coño, ¿a qué otra cosa?
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