Saturday, March 13, 2010

Qué triste es que el escritor muera antes que el hombre...


Dijo el finado Miguel Delibes un día que el escritor muere antes que el hombre... y yo apunto un ‘si no tiene suerte’. Que tus potencias se extingan y lo sepas, que las veas venir y seas consciente de lo que eso supone, debe de ser muy duro... he dicho tantas veces que la vejez es fea...
En el entretanto [mientras viene llegando la muerte del escritor malo que soy], copularé cada noche con las conjugaciones instintivas, las abriré de piernas y las intentaré poseer con furia, pensaré en la necrópolis de letras que debo dejaros y no me vencerá el cansancio, pues tengo la lengua empecinada en batir la saliva... y el pulso no me tiembla ni una sola noche [hasta la fecha].
Deben crecer historias como látigos, poemas como dardos pequeños y feroces, aforismos con toda su carga de nata y metralla... yo lo necesito igualito que necesito el oxígeno o que alguien me sonría cada día... quiero acabar el mapa de mi isla sin acabarlo, descubriros los nódulos donde soy y perezco, enseñaros mis deudas, mis faltas, mis desvelos... creerme en otro mundo [uno que hago de letras y largos pensamientos] en el que todo sea propicio para que crezca un hombre entero [no enteco, como crecen ahora], con frente y con perfil, sin máscaras posibles y con dedos precisos para hacer lo que deba... quiero poder contarlo todo y que quede incompleto para que alguien un día continúe...
Quiero hablaros del rito de la cena caliente, de cada sentimiento y su dolor, de la llama que se apaga y de la que está a punto de ser encendida... quiero que veáis los pastos sobre los que camino a solas cuando me encierro, quiero que sepáis el tacto de la seda hecha horizonte, que halléis en mi forma de amar una ocasión nueva, en mi forma de odiar un nudo al que asiros, en mi imperfección cada triunfo vuestro... quiero enseñaros cómo pueden gozar los ojos con casi nada, cómo se alarga el tiempo hasta el infinito si pones buena tierra y todas tus ganas, cómo caminan solas las ninfas por las noches, a qué sabe una cerveza tomada junto a todos tus muertos... quiero explicaros cada una de las cosas de las que estoy convencido, mostraros mi idea de futuro... quiero que sufráis mi decepción y mi fracaso... y también este ansia brutal de levantarse y gritar... quiero que algún día entendáis que os quise tanto [aunque no osaseis mirarme a los ojos con vuestros ojos francos], que os eché de menos tantas veces, que os agradecí cada una de vuestras miradas [aunque algunas fueran torvas]...
Necesito horas, muchas horas, para explicaros todo... y debo hacerlo rápido, veloz... porque presiento cuervos graznando en mis heridas... presiento bocanadas y algún luto en los ojos...
Sé que estoy en el buen camino, que voy directo a no llegar a Íthaca jamás... y de ahí este diario que lleva ya bastantes años escribiéndose a golpes y a caricias... en él está todo lo que soy y lo que deseo, en el estáis cada uno de vosotros, con esa contabilidad diaria y justa de los ojos, en él están cada una de mis contradicciones... y las vuestras.
¿Sabéis?, el día que decidí empezar a escribir cada noche lo que me había deparado la jornada [me propuse que no fuera un diario descriptivo, ni poético, ni de exclusivo pensamiento... quería que lo englobase todo desde el azar de mis estados], ese mismo día, percibí netamente que esta forma de hacer es la verdadera escritura, la realmente necesaria... porque es como la vida, sin posibilidad alguna de guión, sin saber de un final o de un principio... supe que era la forma más completa de expresión que yo tenía [tengo] como ser humano, una forma de darse al otro y de reconocerse en él.
Cuando releo entradas de unos años atrás, apenas me reconozco en el hombre que era entonces, pero doy fe de mí, una fe pública y también una fe absolutamente privada [pues junto a cada frase escrita aparece siempre una frase que no emanó... y es recuperada de inmediato en ese azar hermoso del cerebro].
Sé que mi mejor legado [poco debo dejar, pues poco valgo] son estas palabras diarias [cuánto me hubiera gustado leer una diario de mi abuelo Felipe, de mi abuela Antonia, de mi madre, de mi padre, de mi amigo Juanito Montero (+) o de cualquiera de mis otros amigos]... y me imagino a mis hijos, ya mayores, penetrando en mis días, verificando lo que fui o lo que no supe ser, buscándose en mis palabras y encontrándose raros.
Qué triste es que el escritor muera antes que el hombre.

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